En la Revista de DMD (AFDMD, Asociación Federal Derecho a Morir
Dignamente) ha sido publicado mi artículo “No me molestéis. Quiero dormir mucho
tiempo”.
Por si no queréis o acertáis a leerlo en la revista por
Internet (páginas 47-48
https://issuu.com/afdmd/docs/revista_dmd_71_web), aquí tenéis el artículo:
No me molestéis. Quiero dormir mucho tiempo
Me abordó muy de mañana, mientras yo paseaba por la playa
de Mont-roig del Camp, en Tarragona. Se llamaba Antoni Benaiges, iba acompañado
de un puñado de niñas y niños que miraban, asombrados, el mar, y jugaban y
saltaban con las olas. “Les prometí hace
mucho tiempo que iríamos de excusión al mar y les he traído aquí, a la playa
del pueblo donde nací”, me explicó. Aquella promesa no pudo cumplirse
porque en 1936 30 falangistas, entraron en el pueblecito burgalés Bañuelos de
Bureba, de donde Antoni era el maestro, quemaron el material de la escuela,
buscaron a los amigos del maestro, registraron sus casas y detuvieron a Antoni
y a todos los sospechosos. A Antoni le torturaron, le arrancaron los dientes,
le pasearon medio desnudo por el pueblo y lo fusilaron con muchos otros, en una
fosa seca y honda cavada en un lugar alejado. Por eso aquellos niños y niñas no
habían podido ver el mar prometido por Antoni hasta ahora, inicios del 2016. “Puedes conocer mejor nuestra historia”,
me aclaró Antoni Benaiges, “si, por
ejemplo, ves ‘El retratista’ de Alberto Bougleux y Sergi Bernal, o lees
‘Desenterrando el silencio. Antoni
Benaiges, el maestro que prometió el mar’”.
Me quedé todo el día con ellos allí, en la playa de Mont-roig
del Camp, con la mirada clavada en esos chicos que correteaban y jugaban con la
arena y la espuma de las olas. “No me
dejaron vivir ni morir en paz, Antonio”, me dijo, “me mataron a los 33 años y me enterraron con otros muchos
represaliados en una gran fosa común, donde mis ojos y mi boca se me llenaron
de barro y de tinieblas hasta 2010, en que fueron exhumados nuestros restos. Hoy
he podido cumplir mi promesa: estar aquí, en la playa de mi pueblo, con estos
muchachitos y muchachitas que por fin han podido ver el mar”. Y al
escucharlo, no pude, ni quise, contener la emoción.
Atardecía, cuando se añadió a la conversación un
hombre menudo, que adornaba su pequeña cara con un mínimo bigote y unas grandes
gafas. Enseguida se presentó como Barlow (R.H. Barlow, decía su tarjeta, que
rápidamente nos ofreció) y demostró ser también un apasionado del mar (Barlow
hablaba siempre de “océano”). Había escrito varios libros, sobre todo relatos
de ficción, en comandita con otro gran literato, H. P. Lovecraft, a quien profesaba
gran admiración. “Os sonará sobre todo
uno, ‘La noche del océano’, del que vuestra compatriota María Lorenzo ha creado
un excelente cortometraje de animación. Amo
al océano sobre todas las cosas” –prosiguió Barlow- “lo amo como lo están amando ahora estas niñas y niños que no paran de
acariciarlo con sus voces y sus manitas”.
Estudió e investigó en arte, antropología,
biología, oceanografía, desde su lejana Florida, pasando por California hasta
arribar a México, donde llegó a ser profesor en la
Universidad de México, subyugado por la cultura de aquella tierra
misteriosa, de la que aprendió su difícil lengua náhuatl —la originaria lengua
mexicana. Allí, sobre todo allí, se hicieron realidad las vivencias proyectadas
sobre las aguas de Ellston Beach en “La noche del océano”, un libro escrito con
18 años.
“Sí, así es”,
asintió Barlow, “en esas aguas volqué
enigmas contemplados con una visión interior, fantasías relampagueantes que nos
llegan en la oscuridad del sueño, más vívidas que la propia realidad. El océano
puede ligarnos a sus múltiples estados de ánimo, mostrándose con el sutil
indicio de una sombra o el destello de la luz sobre las olas, sugiriéndonos de
esta forma su tristeza o alegría. Allí he sentido una inquietud indefinible, a
caballo entre el silencio y la antiquísima voz de lo salvaje”, prosiguió, “por eso el océano grabó en mí el misterio
que encierra todo lo valioso”.
Sus palabras se unían rítmicamente a las olas: “Aún ahora, desconozco por qué el océano me
fascina tanto, la melancolía de su espuma teñida de plata por los rayos de la
luna; sus olas sombrías, silenciosas, eternas, que baten desnudas arenas. Vasto
y desolado es el océano, y se ha dicho que todas las cosas que un día salieron
de él volverán tarde o temprano a su seno. Nadie caminará por la superficie de
la tierra cuando transcurran los ciclos del Tiempo; solo las aguas eternas
continuarán agitándose bajo la noche. Todo será negro entonces, incluso la
blanca luna dejará de enviar reflejos sobre las aguas. No habrá nada, ni por
encima ni por debajo de ellas. Y en ese último ciclo, cuando todas las cosas
hayan desaparecido, el mar seguirá batiendo y agitándose bajo la negra noche”.
Antoni
Benaiges se acercó entonces a mí y me contó en un susurro que el 2 de enero de
1951, con 32 años de edad, R. H. Barlow falleció en México D.F. a consecuencia
de una sobredosis de barbitúricos. Antes de recluirse en su habitación,
dejó una nota clavada en su puerta, escrita en caracteres y lengua náhuatl, que decía: “No me
molestéis. Quiero dormir mucho tiempo”.
¿Qué
es el mar? Dónde, dónde está que me hiere?, logré
preguntarme en ese instante. Jugando y
llorando vivimos, buscando caminos (¿cómo las olas?). ¿Qué es el mar? ¿Es la
vida que pasa muriendo?
Pero ya no había nadie.
Gallina de piel,....increible y emocionante relato, me has hecho llegar y sentir la espuna de las olas cuando azotan el espigón.
ResponderEliminarUn abrazo
salut!
S