lunes, 18 de abril de 2016

No me molestéis. Quiero dormir mucho tiempo



En la Revista de DMD (AFDMD, Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente) ha sido publicado mi artículo “No me molestéis. Quiero dormir mucho tiempo”.
Por si no queréis o acertáis a leerlo en la revista por Internet (páginas 47-48
https://issuu.com/afdmd/docs/revista_dmd_71_web), aquí tenéis el artículo:


No me molestéis. Quiero dormir mucho tiempo


Me abordó muy de mañana, mientras yo paseaba por la playa de Mont-roig del Camp, en Tarragona. Se llamaba Antoni Benaiges, iba acompañado de un puñado de niñas y niños que miraban, asombrados, el mar, y jugaban y saltaban con las olas. “Les prometí hace mucho tiempo que iríamos de excusión al mar y les he traído aquí, a la playa del pueblo donde nací”, me explicó. Aquella promesa no pudo cumplirse porque en 1936 30 falangistas, entraron en el pueblecito burgalés Bañuelos de Bureba, de donde Antoni era el maestro, quemaron el material de la escuela, buscaron a los amigos del maestro, registraron sus casas y detuvieron a Antoni y a todos los sospechosos. A Antoni le torturaron, le arrancaron los dientes, le pasearon medio desnudo por el pueblo y lo fusilaron con muchos otros, en una fosa seca y honda cavada en un lugar alejado. Por eso aquellos niños y niñas no habían podido ver el mar prometido por Antoni hasta ahora, inicios del 2016. “Puedes conocer mejor nuestra historia”, me aclaró Antoni Benaiges, “si, por ejemplo, vesEl retratista’ de Alberto Bougleux y Sergi Bernal, o leesDesenterrando el silencio. Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar’”.


Me quedé todo el día con ellos allí, en la playa de Mont-roig del Camp, con la mirada clavada en esos chicos que correteaban y jugaban con la arena y la espuma de las olas. “No me dejaron vivir ni morir en paz, Antonio”, me dijo, “me mataron a los 33 años y me enterraron con otros muchos represaliados en una gran fosa común, donde mis ojos y mi boca se me llenaron de barro y de tinieblas hasta 2010, en que fueron exhumados nuestros restos. Hoy he podido cumplir mi promesa: estar aquí, en la playa de mi pueblo, con estos muchachitos y muchachitas que por fin han podido ver el mar”. Y al escucharlo, no pude, ni quise, contener la emoción.
Atardecía, cuando se añadió a la conversación un hombre menudo, que adornaba su pequeña cara con un mínimo bigote y unas grandes gafas. Enseguida se presentó como Barlow (R.H. Barlow, decía su tarjeta, que rápidamente nos ofreció) y demostró ser también un apasionado del mar (Barlow hablaba siempre de “océano”). Había escrito varios libros, sobre todo relatos de ficción, en comandita con otro gran literato, H. P. Lovecraft, a quien profesaba gran admiración. “Os sonará sobre todo uno, ‘La noche del océano’, del que vuestra compatriota María Lorenzo ha creado un excelente cortometraje de animación. Amo al océano sobre todas las cosas” –prosiguió Barlow- “lo amo como lo están amando ahora estas niñas y niños que no paran de acariciarlo con sus voces y sus manitas”.


Estudió e investigó en arte, antropología, biología, oceanografía, desde su lejana Florida, pasando por California hasta arribar a México, donde llegó a ser profesor en la Universidad de México, subyugado por la cultura de aquella tierra misteriosa, de la que aprendió su difícil lengua náhuatl —la originaria lengua mexicana. Allí, sobre todo allí, se hicieron realidad las vivencias proyectadas sobre las aguas de Ellston Beach en “La noche del océano”, un libro escrito con 18 años.
Sí, así es”, asintió Barlow, “en esas aguas volqué enigmas contemplados con una visión interior, fantasías relampagueantes que nos llegan en la oscuridad del sueño, más vívidas que la propia realidad. El océano puede ligarnos a sus múltiples estados de ánimo, mostrándose con el sutil indicio de una sombra o el destello de la luz sobre las olas, sugiriéndonos de esta forma su tristeza o alegría. Allí he sentido una inquietud indefinible, a caballo entre el silencio y la antiquísima voz de lo salvaje”, prosiguió, “por eso el océano grabó en mí el misterio que encierra todo lo valioso”.
Sus palabras se unían rítmicamente a las olas: “Aún ahora, desconozco por qué el océano me fascina tanto, la melancolía de su espuma teñida de plata por los rayos de la luna; sus olas sombrías, silenciosas, eternas, que baten desnudas arenas. Vasto y desolado es el océano, y se ha dicho que todas las cosas que un día salieron de él volverán tarde o temprano a su seno. Nadie caminará por la superficie de la tierra cuando transcurran los ciclos del Tiempo; solo las aguas eternas continuarán agitándose bajo la noche. Todo será negro entonces, incluso la blanca luna dejará de enviar reflejos sobre las aguas. No habrá nada, ni por encima ni por debajo de ellas. Y en ese último ciclo, cuando todas las cosas hayan desaparecido, el mar seguirá batiendo y agitándose bajo la negra noche”.


Antoni Benaiges se acercó entonces a mí y me contó en un susurro que el 2 de enero de 1951, con 32 años de edad, R. H. Barlow falleció en México D.F. a consecuencia de una sobredosis de barbitúricos. Antes de recluirse en su habitación, dejó una nota clavada en su puerta, escrita en caracteres y lengua náhuatl, que decía: “No me molestéis. Quiero dormir mucho tiempo”.
¿Qué es el mar? Dónde, dónde está que me hiere?, logré preguntarme en ese instante. Jugando y llorando vivimos, buscando caminos (¿cómo las olas?). ¿Qué es el mar? ¿Es la vida que pasa muriendo?

Pero ya no había nadie.








1 comentario:

  1. Gallina de piel,....increible y emocionante relato, me has hecho llegar y sentir la espuna de las olas cuando azotan el espigón.

    Un abrazo

    salut!

    S

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