PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Me he sentido honrado y enriquecido de
poder sumarme a algunas de las actividades de la Plataforma de Afectados por la
Hipoteca (PAH) tanto a pie de entidad bancaria, mientras algunos intentan
negociar con los directivos del banco o de la Caja los términos de un
determinado desahucio, como a pie de Juzgados, a raíz de la subasta de una
vivienda o un local previamente objetos de desahucio. He visto allí enormes
dramas personales y familiares y algunos de los afectados y las afectadas me
han contado casos inhumanos y sobrecogedores.
En la PAH hay personas de distintas
edades y culturas, pero tienen como denominador común que se sienten
fuertemente concernidas por todos y cada uno de los casos de desahucio que van
surgiendo, y no solo buscan resolver su propio caso particular, sino que también
apoyan los casos de los demás compañeros. La solidaridad existe nítidamente
entre ellos, al igual que la voluntad de resistir juntos las arremetidas de las
entidades financieras que les van dejando en la calle.
Cada vez que estoy con esa gente (los
problemas de los demás donde quedan lesionados derechos humanaos fundamentales
son también mis problemas), me acuerdo de otra gente y otras organizaciones,
tan necesarias hoy para la ciudadanía, tan ausentes de la intrincada vida real
de la ciudadanía: los sindicatos. Recuerdo las luchas sindicales de los
trabajadores, por ejemplo, en Laciana o en la mina de La Camocha durante los
primeros tiempos de las Comisiones Obreras, recuerdo nuestro “entrismo” en los
sindicatos verticales franquistas, recuerdo el asesinato de los abogados
laboralistas de Atocha en 1977 a manos de unos pistoleros de la extrema
derecha, recuerdo, en fin, el proceso 1.001 del Tribunal franquista de Orden
Público en 1972 donde fueron condenados a cárcel todos los directivos de CCOO.
Recuerdo asimismo el apoyo activo de UGT en la revolución de 1934 o su
reivindicación militante de pan, tierra y trabajo en la II República, con un
alto coste en vidas y sufrimientos de sus militantes.
Durante muchos años, esos sindicatos, aún
autodenominados hoy “de clase” y “mayoritarios”, se sintieron y estuvieron
concernidos por los problemas del pueblo a pie de mina, fábrica, calle, cortijo
o trinchera. Sin embargo, hoy el pueblo los ve distantes y alejados de sus
problemas. No se trata de descalificar masivamente la razón de ser y el
funcionamiento de las organizaciones sindicales españolas (de eso ya se encarga
la acorazada mediática de la derechona hispana), pero sí de señalar el hecho de
que no ha sido gratuito o casual que las organizaciones sindicales hayan sido,
de hecho, sustituidas ante los ojos de la ciudadanía por otras organizaciones
cívicas y sociales, que recogen verazmente las reivindicaciones y las denuncias
del pueblo. Y no solo es cuestión de señalar hechos, sino también de preguntarse
por sus causas.
Los sindicatos deberían estar, codo con
codo, combativamente en cada protesta obrera, con las organizaciones cívicas y
sociales alternativas, los movimientos defensores de los derechos humanos
fundamentales, incluidos los laborales. Ya no basta sumarse o convocar a una
manifestación, organizar una concentración o pertenecer críticamente a órganos oficiales
o institucionales. Ya no basta ofrecer a los socios servicios jurídicos, facilidades
en determinados comercios y servicios o chapas y banderas identificativas en
las convocatorias. Si se me apura, ya no basta con la convocatoria de una
huelga general, a no ser que la misma tuviere carácter indefinido. Corren
tiempos de urgencia, donde la clase capitalista adormece a la ciudadanía,
convertida por decreto en meros peones consumidores, y machaca al pueblo
mediante recortes, desempleo y bombardeo mediático alienante.
El mundo sindical parece compartir ese
adormecimiento, estar sumido en la anestesia de su adscripción institucional a
los engranajes del sistema, emplear mucho más las palabras que las acciones
directas y reales para denunciar y combatir el golpe de Estado capitalista que
van perpetrando diariamente desde la ideología ultraneoliberal. El pueblo
desearía ver alguna vez a sus sindicalistas, especialmente a los profesionales,
dirigentes y liberados del sindicalismo, detenidos, multados, lesionados o
sancionados por defender los derechos del pueblo en la calle, al lado del
pueblo. El pueblo desearía verlos menos veces sentados con los patronos y los
gobernantes, tras romper la baraja con esa parte del empresariado tramposo y
fulero que echa a la calle a sus trabajadores amparándose en leyes y reformas laborales
que los sindicatos no solo deberían rechazar, sino sobre todo combatir por
todos los medios noviolentos. De verlo diariamente, el pueblo volverá a confiar
en ellos.
El pueblo necesita dirigentes concernidos
en cuerpo y alma por los problemas de quienes más padecen esta estafa
planetaria, llamada eufemísticamente “crisis”. Y solo comprobará ese compromiso
si los ve resistiendo y combatiendo, más allá de los documentos y las
declaraciones, con el pueblo, dentro del que los sindicatos deberán volver a
ser reconocidos.
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