PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Dijeron que su traje era de una tela
suave y preciosa, aunque solo visible para quienes no fueran estúpidos e
incapaces. Como dos emisarios de confianza del rey no quisieron pasar por
tales, se deshicieron en alabanzas ante la supuesta tela, invención imaginaria
de unos pícaros. Algo parecido le ocurrió a la gente cuando el rey salió en un
desfile con el supuesto traje, pues nadie quería pasar ante los demás por
inepto y tonto, hasta que un niño gritó que el rey estaba desnudo,
cerciorándose así la multitud de la desnudez del rey. Se trata del cuento El traje nuevo del emperador o El rey desnudo de Hans Christian Andersen, publicado en 1837, pero aún de enorme
vigencia en nuestros días.
En mi país vistieron al rey Juan Carlos de Borbón un 23F de
valiente general y decidido defensor de la democracia y, antes y después, sus
trajes han sido incontables: por ejemplo, continuador de la austeridad, rayana
en la pobreza, de su familia exiliada; heredero jurado del franquismo y Jefe
del Estado de una monarquía parlamentaria; buen conocedor del negocio del
crudo, amigo de lo árabe y amante de lo teutón; incansable cazador de
proboscídeos... En todos los casos, hemos comprobado que el rey está tan
desnudo como cualquiera de nosotros, a diferencia de que él ocupa la Jefatura
del Estado solo por ser hijo de su padre y de que el dinero del pueblo le
costea hasta el último céntimo de sus gustos y sus gastos.
Ahora le toca vestir un nuevo traje, que
seguramente volverá a mostrarle desnudo tras haber asegurado unas navidades que
la justicia debe ser igual para todos (menos para él, claro está,
constitucionalmente irresponsable y que no rinde cuentas a nada ni a nadie en
razón de su cargo): una de sus hijas, Cristina, ha quedado imputada con su marido en un caso
por malversación,
fraude, falsedad documental, prevaricación y blanqueo de capitales. El rey se
ha ocupado de recomendarle abogados de tronío (ya está avezado en las tareas de
recomendar los negocios del yerno y de la hija), a la vez que el juez encuentra
hasta catorce indicios que imputan a la infanta y la fiscalía afirma que el
juez “deforma la verdad”. Al rey le espera, pues, un nuevo desfile y un nuevo
traje en el que el pueblo puede percatarse una vez más de que está en cueros.
Muchas mujeres deben de estar especialmente molestas con la
pretensión institucional de presentar a la infanta Cristina, esposa, madre,
trabajadora y mujer de negocios, como la tradicional mujer florero que no se
entera de nada y solo es víctima inocente de las malas artes del marido. Muchos
hombres y mujeres estamos también expectantes ante el más que probable enjuague
en que puede acabar el asunto. De ser así, será solo motivo de escarnio que
alguien acuda alguna vez al principio de que todos somos iguales ante la ley,
sin discriminación de ningún tipo. De hecho, ni el rey, ni su familia, ni los
parlamentarios europeos, nacionales y autonómicos, ni los banqueros, ni los
grandes empresarios y las grandes fortunas, ni los eclesiásticos, gobernantes, ni
muchos otros son iguales que los demás: como escribió G. Orwell, todos los animales son iguales, pero unos animales son
más iguales que otros.
Ahora hablan de transparencia en los partidos, los
parlamentos y la Casa del Rey. La desnudez del rey y sus inexistentes trajes
transparentes están saeteados con preguntas y reivindicaciones elementales por
parte de la ciudadanía: así como cada quisque está obligado por ley a rendir
cuentas de lo que es, lo que hace y lo que posee, de igual modo la conducta
pública y las posesiones inmobiliarias y dinerarias del rey deberían ser
accesibles a todas y todos. En cualquier caso, el mejor modo de lograr un
acuerdo transparente con la ciudadanía es someterse a un democrático referéndum
sobre la modalidad de Jefatura de Estado, pues el único que tiene la palabra
sobre este asunto es el pueblo, del que procede todo poder.
Yendo
aún más al grano, nos inculcan en lo más hondo del cerebro el respeto a las
leyes, pero cada vez somos más quienes nos preguntamos por qué reconocer y
cumplir leyes que solo benefician a los dueños del chiringuito. En virtud de
esas leyes, el pueblo ha asumido la deuda de los ricos como deuda soberana, de
todos, pero, como no podemos pagarla, dado su volumen, las finanzas de los
ricos compran de nuevo nuestra deuda cobrándonos unos intereses inasumibles.
Para colmo, el pueblo es declarado culpable de haber generado esa deuda. O sea,
estanos en pelotas como el propio rey desnudo, si bien nosotros no vamos a
desfiles bajo la clac de ineptos y estúpidos que alaban los trajes del rey, más
desnudo que nunca. Eso sí que es un verdadero escrache.
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