PUBLICADO EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
A
mediados del siglo XIX, dos esclavos negros
fugados de Virginia, Thomas Sims
y Anthony Burns, fueron apresados en
el Estado “libre” de Massachusetts, pues la Ley de Esclavos Fugitivos
estipulaba que debían ser devueltos a sus “legítimos propietarios”. Ya en 1820
se había acordado en la Unión que la esclavitud siguiese donde aún existía,
pero no se instaurase en ningún nuevo lugar, de tal forma que se dio un empate entre
doce estados “libres” y otros doce estados esclavistas. Tras un simulacro de
juicio y muchas maniobras políticas, ambos esclavos fueron devueltos en un
buque de guerra al Estado esclavista de Virginia, pero hubo un ciudadano que
denunció vehementemente los hechos y se negó a pagar impuestos en un Estado que
se avenía a tal comercio de seres humanos, por lo que finalmente fue
encarcelado: Henri D. Thoreau (1817-1862), que dedicó su vida, de palabra y de obra, a la
defensa de las libertades y los derechos, el pacifismo y la preeminencia de la
conciencia personal sobre las leyes y los gobiernos que se atienen a la letra
de las leyes, acomodadas previamente a los intereses de los ricos y poderosos.
Thoreau
denunciaba enardecidamente que la misma Declaración de Independencia afirmase
que “todos nacemos iguales” y tenemos “los mismos derechos inalienables del
hombre, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad”, pero que hipócritamente cubriese de silencio la existencia de los
indios y los esclavos negros. “¿Es que no son hombres?”, clamaba. Los políticos
de Massachusetts se amparaban en que así lo preveía la ley, en las “decisiones
democráticas” del Congreso y en los que habían votado a sus representantes. Sin
embargo, Thoreau contestaba que no hay verdadera legitimidad si están en entredicho
las libertades de los ciudadanos y los derechos de los seres humanos. Hacer
leyes para perpetuar la esclavitud en nombre de la democracia, descalifica a
los legisladores, los jueces, las iglesias y los ejércitos, y no a quienes
rechazan, desobedecen e incumplen tales leyes.
A raíz
de la guerra de México (1846-1848), Thoreau vuelve a apelar a la desobediencia
civil. Sobre supuestas ofensas y ataques de México, los Estados Unidos, en su
inveterada política de expansión agresiva,
declaran la guerra, se anexionan la mitad del territorio mexicano y conminan
después a firmar una paz de opereta. Thoreau, oponiendo la fuerza de la razón a
la razón de la fuerza, se niega a pagar impuestos destinados a fines belicistas
injustos e invita sin descanso en sus escritos y conferencias a llevar a cabo
la desobediencia civil, por lo que vuelve a dar con sus huesos en la cárcel.
Graduado
en Harvard, ganándose la vida haciendo artesanalmente lapiceros, rebelde,
amante de la naturaleza, antibelicista, defensor de las minorías étnicas y los
estratos sociales más desfavorecidos, enemigo del esclavismo exterior e
interior, coherente hasta los tuétanos con sus valores y sus ideas, Thoreau
sigue siendo hoy un buen ejemplo a seguir, como ya lo fue para Mahatma Gandhi o M. Luther
King, para todas las personas que defienden el derecho a pensar por uno
mismo y hasta las últimas consecuencias.
Hoy
Thoreau declararía ilegítimo, por mucho que hubiese ganado unas elecciones,
cualquier gobierno que llevase consciente y sistemáticamente a su pueblo a la
pobreza, que mermase sus derechos elementales, que lo redujese a ser un
territorio poblado por una minoría cada vez más rica a costa del bienestar
básico de la mayoría, cada vez más empobrecida. Combatiría por cualquier medio
noviolento la estafa perpetrada por el poder de que el pueblo asumiese como
deuda soberana la deuda de los estafadores, evidenciaría esa deuda como odiosa
e ilegítima, se declararía en rebeldía fiscal y política, y proclamaría la
desobediencia civil como única vía efectiva y real de librarse de las cadenas
de un sistema alienante y explotador para el pueblo.
Hoy nos
quedan escasas vías de salida para no sucumbir finalmente al marasmo
definitivo: una salida, solo aparente, consiste en resignarnos a lo que el
poder político y económico tenga a bien irnos proporcionando, en las
condiciones y términos que ese poder imponga; otra, negarnos a aceptar el
sistema que el capitalismo neoliberal ofrece como única alternativa y dejar
claro que el pueblo solo está dispuesto a vivir y convivir en términos de
igualdad, libertad, bienestar universal, mundo sostenible y verdadera
democracia. Se trata de una lucha bastante desigual, por eso cada día es más
lamentable que una considerable porción de la ciudadanía mantenga actitudes
pasivas y displicentes frente al rumbo real del país, como si la crisis
económica, social, cultural y política actual no les atañese.
Thoreau
fue siempre un hombre libre que reclamaba hombres libres en un mundo realmente
libre. Sobre esta base, jamás estuvo dispuesto a reconocer un Gobierno con otro
poder que el que la ciudadanía estuviere dispuesta a concederle.
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