Día tranquilo y solitario. Alguna gente saluda, al pasar;
otra, se detiene unos minutos. El perroflauta motorizado ha tenido mucho tiempo
para pensar y metabolizar.
Sí, pasa y pasa gente ante el portal de la consejera. Y
la mirada tiende a que la palabra “gente” acabe significando un conglomerado de
seres sin nombre y sin rostro, despojados de su personalidad y humanidad
inalienables.
Sin embargo, no somos cosas, aunque podamos acostumbrarnos
a transformar a las personas en cosas, a “cosificarnos” o “reificarnos” (del
latín res-rei, cosa). Nos habituamos
a percibirnos ahí, como de costumbre, desde siempre, como en la vitrina de un
museo sin tiempo, ante los ojos, como bultos: tío, primo, conserje, niño,
adulto, perroflauta, camarero, cartero, farmacéutico, vecino, socio del mismo
club, voz a través del teléfono, tendero, jardinero… Por tradición y/o por
costumbre nos vamos haciendo así cosas etiquetadas, en lugar de personas.
Incluso el producto de nuestras acciones y decisiones son
percibidos como meras “cosas” creadas por seres ignotos y en tiempos remoto: el
trabajo, la crisis económica, la monarquía, el transporte, la banca, el sistema
educativo concreto, el trabajo, la forma de vestir, las casas, los monumentos,
las carreteras, la gastronomía, el desempleo, el lenguaje, las religiones y sus
dioses, el orden social y las fuerzas del orden, el matrimonio, la obediencia a
la autoridad… son ejemplos de esos miles de “cosas” que percibimos y aceptamos como
realidades cosificadas por encima de nuestras mentes y nuestras voluntades, y
no como lo que realmente son: productos humanos.
La relación entre el ser humano y el mundo que él ha
creado sufre entonces un divorcio dentro de la conciencia: ambos pertenecen a mundos
distintos, ajenos entre sí. En la medida que cosificamos el mundo y la vida,
nos deshumanizamos, y al mismo tiempo nos entregamos al control de quienes han
usurpado el poder del pueblo en su propio beneficio. El mundo y la vida se hacen así necesidad y
destino, carne de obediencia y sometimiento.
Sin embargo, este proceso es igualmente reversible: en
nuestras manos está des-cosificar el mundo y la vida, aprehenderlo como
producto de nuestra libertad y nuestra creatividad, apostar por un modelo de
vida y de convivencia realmente democrático entre personas libres e iguales,
por un mundo limpio, sostenible, justo, noviolento y respetuoso con la
naturaleza y sus recursos.
Este día va a llegar pronto. Nunca Pasarán mientras haya
personas que nos opongamos a sus planes y sus dictados, que entendamos que
vivir no es solo respirar, comer, beber, dormir, orinar y defecar (ese es el
concepto fundamental que Pro Vida tiene de la vida), que nos sean tan
necesarios la libertad y los derechos humanos universales como el agua y el
aire.
Ese día llegará. Ese día llegará. Será un día día tan
soleado como al que canta y anhela Bruce.
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