No parece invierno, al menos ese crudo
invierno que hemos padecido antes de las fiestas del solsticio. Vuelve el
carrusel de viandantes por la calle Alfonso, la mayoría de ellos, indiferentes.
Regresa la comparecencia en el portal. 33 semanas. Inicio del noveno mes. Nueve
meses, sí.
Interiormente, siguen firmes las
convicciones para estar en ese portal, pero es mejor a veces no mirar hacia
fuera: solo una minúscula minoría está con y por la reivindicación efectiva. No
hablo de palabras (estoy ahíto de palabras y conversaciones hueras), sino de
acciones, de inversión de la propia vida (unos jirones, al menos, de la propia
vida) por una causa y unos valores que les merezcan la pena. Pero hay que
seguir. A plena luz o a oscuras. Con mucha o con poca gente.
Quedo a la espera de lo que puedan decir
l@s compañer@s de Marea Verde sobre una posible asistencia ante el portal los
miércoles por la tarde. De ell@s, solo de ell@s depende.
Hoy voy a hablar solo de regalos. Elena,
12 años, 1º de la ESO, me regaló en Nochevieja un muñeco que representa al
perroflauta motorizado. Le costó mucho trabajo y dedicó mucho tiempo a hacerlo,
lleno de detalles. ¡Que ilusión me hizo y me sigue haciendo su regalo!
Bego me regaló en Nochebuena un documento
manuscrito, igualmente lleno de detalles, donde trascribe “De las tres transformaciones
del espíritu”, de F. Nietzsche. Lo hemos comentado ella y yo mucha veces. Es un
texto para posarse y reposar en cada palabra, en cada sugerencia. Está guardado
ya en mi cajón de los tesoros”. Quizá sea algo largo, pero lo dejo aquí para
quienes tengan a bien paladearlo sin prisa y con deleite:
“Tres transformaciones del
espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en
león, y el león, por fin en niño.
Hay muchas cosas pesadas para
el espíritu, para el espíritu fuerte, paciente, en el que habita la veneración:
su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas.
¿Qué es pesado? así pregunta
el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le
cargue bien.
¿Qué es lo más pesado héroes?
así pregunta el espíritu paciente, para que yo cargue con ello y mi fortaleza
se regocije.
¿Acaso no es: humillarse para
hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para
burlarse de la propia sabiduría?
¿O acaso es: apartarnos de
nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para
tentar al tentador ?
¿O acaso es: alimentares de
las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por
amor a la verdad?
¿O acaso es: estar enfermo y
enviar a paseo a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen
lo que tú quieres?
¿O acaso es: sumergirse en
agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de si las frías
ranas y los calientes sapos?
¿O acaso es: amar a quienes
nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo?
Con todas estas cosas, las
más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que
corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.
Pero en lo más solitario del
desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el
espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser
señor en su propio desierto.
Aquí busca a su último señor:
quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón
quiere pelear para conseguir la victoria.
¿Quién es el gran dragón, al
que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? “Tú debes” se llama el gran dragón. Pero el espíritu del
león dice “yo quiero”.
“Tú debes” le
cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus
escamas brilla áureamente el “¡Tú
debes!”.
Valores milenarios brillan en
esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: “todos los valores de las cosas -brillan en mí”.
“Todos los valores han sido ya creados, y yo soy
-todos los valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún 'Yo
quiero!'. Así habla el dragón.
Hermanos míos, ¿para qué se
precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga,
que renuncia a todo y es respetuosa?
Crear valores nuevos -tampoco
el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear- eso
si es capaz de hacerlo el poder del león.
Crearse libertad y un no
santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león.
Tomarse el derecho de nuevos
valores -ése es el tomar más horrible para un espíritu paciente y respetuoso.
En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña.
En otro tiempo el espíritu
amó el “tú debes” como su
cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más
santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el
león.
Pero decidme, hermanos míos,
¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por
qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y
olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un
primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el
juego del crear se precisa un santo decir si: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del
mundo conquista ahora su
mundo.
Tres transformaciones del
espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el
camello en león, y el león, por fin, en niño”.
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