Incordió un poco la lluvia a
primera hora; después, el tiempo se tornó llevadero. Federico G. Lorca musita
en el oído del perroflauta motorizado, unos versos convertidos hace muchos años en canción:
“Tarde
lluviosa en gris cansado,
y
sigue el caminar”.
El cardiólogo recomienda al
perroflauta motorizado seguir con la medicación adicional contra la angina de
pecho. El perroflauta motorizado se encuentra mucho mejor. Se ha hecho a la
idea de que estará hoy solo toda la mañana. Sin embargo, pronto le llega un
visitante vitriólico.
“Lo que pide es una mierda. Usted
es un idiota, a ver si se entera. ¡Vete a tu casa a molestar!”, dice un
señor provecto y de cabeza erguida al perroflauta motorizado. Y se va, dejando
al perroflauta estupefacto, amén de sin perro y sin flauta y sin habla.
Mairena viene a echarle una mano en forma de apoyo moral: ”Nos han metido en la cabeza desde que
aprendemos a pensar y hablar, como si se tratase de un axioma, que ‘o pisas o
te pisan’. Hemos venido entonces al
mundo a pelear, a ganar, a aplastar y quien no está con el aplastador es un
pusilánime sin futuro, un inadaptado”.
Después, Mairena sonríe y continúa:
“una vez decía yo esos mismo a mi
alumnado, hasta que un alumno me
preguntó qué pasaría si vuelve el Cristo, si desaparecería entonces la
violencia, la competitividad”.
“¿Y
tú qué respondiste, Juan?”, inquiere el perroflauta motorizado.
“Yo le contesté que entonces se armaría la de Dios es Cristo”,
respondió Mairena.
“Se rieron con esta salida”, continuó Mairena, “pero aproveché para decirles que si se tratase de construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiéramos
tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se tratara
de gobernar a un pueblo, nos serviría de mucho una retórica sin espolones”.
Beethoven
llega al portal con la mirada muy fija en el perroflauta motorizado. A su
modo, quiere compensarle por el mal trago pasado a primera hora y le regala la
Quinta Sinfonía completa. El perroflauta motorizado se siente entonces mucho
mejor. Cuando está ya en plena Octava Sinfonía, llega Adrián al portal y ambos
se pasan el resto de la mañana hablando de filosofía aplicada a la vida
cotidiana.
El
perroflauta motorizado pensaba entretanto en que nada había hecho o dicho él a ese señor provecto y de cabeza erguida. Cuando
se topa con alguien que no coincide con él, le desea ser feliz, eso sí, a unas
cuantas decenas de metros o kilómetros de distancia. Sin embargo, vivimos en un
país donde quien gobierna tiene una cachiporra como bastón de mando, y no son
pocos los que aspiran a tener otra cachiporra en el bolsillo. En el Parlamento,
las salas municipales, los ministerios o los escaños de la oposición se habla
siempre en contra y a la contra. Para que un político diga claramente qué quiere
hay que esperar mil intervenciones más en las que diré que no quiere ni es ni
hace lo del adversario.
El
perroflauta motorizado conversa con Juan de Mairena, y le cuenta: “Recuerdo ahora que hace años, hacia 1995,
al poco de asentarme en Zaragoza, recién venido de Madrid, escribí un artículo
sobre el que me parecía el Patrón principal de Aragón: San No. Tenía por aquel
entonces la impresión de que los aragoneses solo nos poníamos de acuerdo para
oponernos a algo (trasvase del Ebro, por ejemplo), pero sin lograr acuerdos en
clave positiva (siguiendo con el mismo ejemplo, qué hacer con esa agua no
trasvasada, según se sea de la montaña o del valle del Ebro)”.
El PP
ganó las últimas elecciones a la contra (todo cuanto dijo que iba a hacer en
clave asertiva, fue para incumplirlo en cuanto llegó al poder). Ahora quiere
supuestamente proteger a la ciudadanía y preservar “el orden” a base de
castigos y puniciones muy severas y graves. No le extrañaría al perroflauta
motorizado que cualquier día lloviese sobre él alguna multa más (hace tiempo
que el Delegado del Gobierno no dispara multas ni polis sobre él).
“A decir verdad, también es cierto”,
apostilla Mairena, “que un signo de
inteligencia es pensar algo en contra de lo que se le dice, que es, casi
siempre, la única manera de pensar algo”.
“No estoy de acuerdo entonces”, contesta
rápidamente el perroflauta motorizado.
Y ambos
rieron con ganas.
Hasta
mañana
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