Día
climatológicamente duro en la calle Alfonso. El cierzo soplaba con tal fuerza
que el cartel quedaba horizontal. La sensación térmica ha sido difícil. Mañana
de soledad en el portal. Algunas personas se han acercado a conversar con el
perroflauta motorizado. Un hombre se ha emocionado hablando con él. Irene,
antigua alumna del perroflauta motorizado en el IES “Pablo Gargallo” de Zaragoza, le ha
proporcionado la gran alegría de la mañana. Irene es una de las alumnas que
deja una huella especial en el perroflauta motorizado. Y está esperando un
bebé. Los rigores de la mañana se han visto compensados con creces con la
presencia durante unos minutos de Irene.
Una internauta de Castellón preguntaba ayer al
perroflauta
motorizado a qué se debía que, tras ocho meses y tres semanas, un escrache ante
el portal de un Consejero de un Gobierno autonómico haya tenido tan poco eco
hasta la fecha. Y no sé qué decirle. Seguramente, se debe en parte a la poca
relevancia que tiene un perroflauta, por muy motorizado que vaya. Pero creo que
se debe sobre todo a otros factores, principalmente a la censura.
Hay
censuras y censuras. No voy a entrar en censuras freudianas: aquellas funciones
de la psique destinadas a impedir el acceso a la consciencia de los contenidos
inconscientes, principalmente de los deseos y de las vivencias consideradas
prohibidos o nocivos, enmascarándolos a fin de que sean irreconocibles y
aceptables cuando afloran a la
consciencia.
Hay censuras externas e internas. Antiguamente, en
la república romana la censura era eminentemente externa: había dos censores cuya
misión era supervisar el comportamiento social y moral del público. Hoy raro es
quien no lleva unos cuantos censores dentro, amén de otros muchos más que le
vigilan y controlan en la calle, en la Red y desde los espacios y ámbitos más
insospechados.
Está asimismo la censura externa del jefe, y del
jefe del jefe, y del jefe del jefe del jefe. Suelen hablar poco explícitamente,
pero se les entiende bastante bien. Es importante también en una organización
la censura del “puto amo” de una organización, que no tiene por qué ser el jefe
de la misma (en todo grupo y organización hay un “puto amo” que controla
mediante sutiles censuras y presiones a los demás). Y está la censura interna/externa
del qué dirán, del qué pensarán, del qué harán si…, así como la autocensura táctica
del no mojarse hasta que se moje antes otro menos precavido, para así no correr
el riesgo de meter la pata y salir perjudicado.
Y es que, reconozcámoslo o no, hay pocos héroes hoy en día por el mundo.
Escribir públicamente sobre el perroflauta motorizado es un compromiso para
el escritor, le pone en un compromiso. Literalmente, es así.
El hecho es que sobre la presencia del perroflauta
motorizado en el portal de la Consejera aragonesa de Educación se guarda un
escrupuloso silencio en todos los medios de comunicación oficiales, menos
oficiales y aun menos oficiales. Hay amigos y buenas personas que informan
sobre el asunto del perroflauta en sus blogs y en publicaciones de confianza, en
emisoras de radio y en revistas muy locales, que hacen lo posible por dar a
conocer los hechos y los avatares de cada día. El perroflauta motorizado les
está inmensamente agradecido por ello. Sin embargo, el perroflauta conoce otra gente
en medios cercanos que se las dan de muy progres y comprometidos (tienen sus
fieles, su clac y su séquito), pero no han escrito una sola línea sobre el
tema. Un Consejero depende de un Presidente, del que dependen muchos dineros
gubernamentales e institucionales, directos e indirectos, por los que un medio
se somete a lo que sea.
La mayor parte de la censura en algunos medios
proviene de la condición humana nuda y pura, en la que van fagocitándose mutuamente
envidias, celos, rencores, miedos, ignorancias, zoqueterías, complejos de
superioridad, complejos de inferioridad y, vete a saber, incluso complejos de
castración (no necesariamente aplicables, señor Freud, solo a las mujeres).
Para los grandes medios seguramente el perroflauta
motorizado es una insignificancia, pero esos medios están plagados de decenas
de insignificancias cada día que llenan magazines, tertulias, telediarios,
portadas y contraportadas.
Por su parte, los obispos católicos están muy
frustrados porque no censuran todo lo que quisieran. Antes gozaban del nihil
obstat, y detrás de ellos estaba el Gobernador Civil y la Guardia Civil. Ahora
escriben y hacen declaraciones sobre homosexuales, abortos y divorcios (todo lo
que vaya de cintura para abajo, que es el objeto principal de su interés), pero
a la mayoría de la gente todo ello solo les provoca bostezos e indiferencia.
No hay que olvidar la censura represiva/compulsiva de
la policía, los Delegados del Gobierno, sus cohortes y sus pelotas. Esos
entienden la censura como la política del palo y tentetieso, del yo multo y tú
pagas. Pero al menos tienen en cuenta al censurado, aunque sea como objeto de
sus impulsos sadomaso.
En fin, que el internauta de Castellón se va a
quedar sin recibir respuesta de mi parte, pues o no sé qué decirle o quizá le
diría demasiadas cosas. Mejor dejar el contenido de esa respuesta a la
consideración de la imaginación y del intelecto de cada quisque.
Hasta mañana
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