domingo, 8 de mayo de 2016

Cómo votar y no morir en el intento


 PUBLICADO HOY EN EL HUFFINGTON POST
 Supongo que usted, como yo y como tantos,  está preguntándose si será capaz de sobrevivir a la campaña electoral y a los discursos persuasivos que nos esperan hasta la finalización de las próximas elecciones generales. He de reconocer que la pregunta se las trae y nadie está en condiciones de garantizar salir incólume de tamaña amenaza, pero precisamente por ello es preciso andarse con pies de plomo y obrar con cautela a fin de salir en lo posible airoso de tanto bullicio, de tanto buzoneo y ciberbuzoneo, de tanta propaganda repetida hasta la saturación.

Si me permite un consejo, en primer lugar usted debe apagar la tele, la radio, el móvil y la tableta, quitar las pilas a todo medio de comunicación que tenga en casa, no hojear un periódico –aunque sea deportivo- en la cafetería o en el bar, por muy aburrido que se encuentre. Deje transcurrir así veinticuatro horas y compruebe el torrente de bienestar que se ha regalado a sí mismo simplemente sabiendo que no sabe nada, ni falta que le ha hecho. Después, vuelva a conectar los aparatos que usted guste. Allá usted.

Cuando disponga de un par de horas, siéntese a la mesa de su escritorio o del comedor o de la cocina, prepárese un buen café y tenga a mano papel y lápiz. Después escriba: “Quiero votar” y al lado “No quiero votar”. Tómese tiempo, no hay prisa, es el to be or not to be de ese momento. Seguramente, usted encontrará mil razones para inclinarse por el Quiero o el No quiero. Pugnarán entre sí su cerebro, sus tripas, su corazón y el resto de sus vísceras. Se librará una dura batalla entre algunas personas y personajes actuales coherentes o vergonzantes y los miles de personas que dieron sus vidas y su bienestar por que algún día existiese el derecho a votar en España. No puede levantarse de esa mesa mientras no haya tachado una de las dos opciones y se haya quedado con la otra: Quiero votar – No quiero votar.

Si se ha decidido por No quiero votar, ahora sí, levántese de la mesa, dese un paseo si lo desea, pues como dice el refrán “muerto el perro, se acabó la rabia”. Pero si ha optado por votar y no está muy cansado, deberá seguir utilizando ese papel y ese lápiz que aún están delante de usted. Escriba a continuación la lista de los principales partidos que se presentan a las urnas. Respire hondo, deje a un lado toda la inquina que ha ido almacenando durante estos meses pasados. Tras ese esfuerzo por alcanzar una cierta armonía con el universo y con su entorno (a este respecto le habría venido bien la lectura meditada previa del pensamiento filosófico de Schleiermacher), vaya tachando, uno por uno, aquellos partidos políticos que ni de coña estaría dispuesto a votar, comenzando por el que más rechazo le provoca, y así sucesivamente, hasta quedarse con uno.

Llegado a este punto, observará que el grupo político que usted ha dejado sin tachar quizá no se le aparezca como la mejor candidatura electoral, sino como la menos mala. Tendrá ante sus ojos la realidad dura y nuda del mal menor. Así de real, así de saturnino. Podrá acudir como consuelo a Sigmund Freud y su principio de realidad o –si es creyente religioso- a alguna jaculatoria lenitiva, pero hay lo que hay y la cosa es como es.


Si usted milita en algún partido político, todo lo dicho hasta ahora está de más: sin lugar a dudas, usted votará a los suyos, y punto pelota. Si no lo es, probablemente le vendrá bien adoptar este método propuesto para no votar o votar, y en cualquier a de ambos casos no morir en el intento. Más aún, si a usted se le ha pasado por la cabeza que padece el infortunio de no saber decidir con prontitud y firmeza en comparación con los antedichos militantes y voceros de las campañas electorales, recuerde siempre aquel chistecillo que hace una ristra de años me contó mi hija al salir del colegio: “Había un hombre con una cabeza tan pequeña, tan pequeña, tan pequeña que no le cabía la menor duda”.

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