martes, 24 de mayo de 2016

Diario de un profeflauta motorizado, 715. Beethoven y Brahms no desayunan



Johannes y Ludwig llevan varios días en mi casa con gran alegría por mi parte. Hoy la Royal Philharmonic Orchestra, bajo la dirección/violín de Pinchas Zukerman, interpreta la Sinfonía nº 4 del primero (Brahms, de apellido) y el Concierto para violín en Re del segundo (apellidado van Beethoven). Hoy iré al Auditorio a escucharles con la emoción y la pasión de siempre. De momento, siguen durmiendo en sus respectivos cuartos, pues no quiero despertarles aún con el ajetreo que van a tener esta tarde.
Ayer, al atardecer, Ludwig y yo estábamos comentando el miserable revuelo que ha levantado una carta de Rajoy dirigida al presidente de la Comisión Europea, Juncker, donde manifiesta su disposición a “adoptar nuevas medidas”. Una sarta de mentecatos hipócritas ha puesto el grito en el cielo por el anuncio de nuevos recortes (o ajustes o medidas, o como sea la seda con que pretendan vestir a la mona). Lo sabíamos todos desde hace meses, incluso los que no tenemos conocimientos de economía. La carta de Juncker ha ocasionado aspavientos y desgarros de vestiduras a fin de alarmar/alertar a la ciudadanía, tratada una vez más como idiota. Especiales aspavientos desde el PSOE, promotor con el PP de la reforma del artículo 135 de la Constitución que ahora nos acarrea todos estos lodos.
Ludwig me escuchaba atenta y pacientemente. Cuando terminé, me contó que hubo una época en Europa en la que Napoleón fue un verdadero ídolo entre los círculos progresistas. Más aún, su Tercera Sinfonía, La Heroica, estaba compuesta “en memoria de un gran hombre”, Napoleón. Sin embargo, cuando se declaró a sí mismo Emperador, Ludwig se enfureció y borró violentamente el nombre de Napoleón de la primera página de la partitura. “Mi indignación continuó, pero no podía consentirlo. Seguramente, estaría cabreado sobre todo conmigo mismo, por ingenuo”, concluyó, riendo sonoramente. “O sea, nada nuevo bajo el sol, Antonio...”.
Ludwig no era ni sigue siendo neutral y apático. Cuando le pregunto por la veracidad de la anécdota, se encogió de hombros y sonrió pícaramente. “Dejémoslo entre la leyenda y la realidad, Antonio”, dijo finalmente. El hecho es que en el verano de 1828 se conocieron Goethe y él. ¡Casi nada! Ambos paseaban por la alameda de un balneario, cuando de pronto apareció frente a ellos la emperatriz María Luisa de Austria-Este rodeada de su familia y la corte. Se cuenta que Goethe, al verlos, se hizo a un lado y se quitó el sombrero. En cambio, Beethoven se lo caló todavía más y siguió su camino sin reducir el paso, haciendo que los nobles se hicieran a un lado para saludar. Cuando estuvieron ya a cierta distancia Ludwig se detuvo para esperar a Goethe y decirle lo que pensaba de su comportamiento “de lacayo”. “Bueno, pero ¿ocurrió o no ocurrió realmente esa anécdota?”, insistí. “Seguro que esta tarde te emocionarás, como siempre, en el Primer Movimiento de mi Concierto para violín”, respondió Ludwig. Entendí su mensaje.

Se acaban de levantar. No desayunan, se están escuchando a sí mismos en el Spotify. Esta tarde será nuestro gran encuentro.

Con saludos cordiales de Ludwig

Con saludos cordiales de Johannes



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