Me
advierten algunas personas que saben de leyes y me aprecian de que sea cauto y
tome alguna medida antes de que entre en vigor la ley mordaza. La prudencia me
dice que no les falta razón. Mi sinrazón congénita me impele a mandar a tomar
vientos a las leyes como las del tartufiano Fernández Díaz y el Gobierno de
Rajoy.
Estoy
contento por la reanudación de relaciones Cuba-EE.UU.: no será en ningún caso
el chocolate del loro, pero servirá para hacer justicia. Veremos ahora qué
dicen los terroristas del Tea Party.
Hoy
sale publicado en el Huffington Post mi artículo Obsolescentes,
sí, pero no idiotas.
Mañana
positiva y luminosa la de hoy. Algunas escuelas públicas han parado en el
portal y hemos podido hablar durante un rato con alumn@s y profesor@s. Ha sido
una delicia poder estar un rato con esos chavales.
Esta mañana me ha encontrado, perdido, un papel donde
dormía un poema escrito en septiembre de 1976
en medio del horror por el asesinato de Carlos González, un estudiante
de Psicología de 21 años, a manos de un comando de extrema derecha.
Recuerdo estar conmocionado durante unos días por la
noticia. Carlos González se dirigía a casa de su novia, en
Fuencarral 115 (la oficina donde yo trabajaba durante unos seis años estaba en
Fuencarral 123) y coincidió con una manifestación en memoria del primer aniversario del fusilamiento de cinco
personas el 27 de septiembre de 1975 (las últimas ejecuciones del dictador
Franco). Cuatro balas acabaron con la vida de Carlos González, bajo el son del
“¡Viva Cristo Rey!” de uno de los pistoleros asesinos. La
crónica de aquellos sucesos me sigue llenando de ternura, tristeza y rabia.
Este es mi poema encontrado hoy (¿por casualidad?):
A Carlos González
A
finales de un triste mes de septiembre
una
bala dogmática segó su vida.
Dispara
ya.
Tus
balas rompen el mapa casi niño de mi historia,
no la
ilusión compartida que me tiene en la calle
ni el
calor con que venzo mi miedo.
Dispara,
apaga mi aliento,
aprieta
el gatillo, trunca mis pasos.
No
conozco todavía el umbral del fruto maduro.
Me he
dejado mecer en la brisa que enamora.
He
querido que todos plantaran vergeles
y me
encuentro convertido en guiñapo,
cegado
el deseo,
mientras
el resguardo de reciente inscripción
en el
nuevo curso
tiene un
agujero
gris,
socarrado,
junto al
lapicero que ya no sirve,
junto al
último verso, empapado en sangre.
¿Tanto
crees que vale tu idea?
¿Tan
poco mi vida?
Dispara
ya.
Hazlo
por la espalda, como siempre.
Que
suceda todo de repente,
que
muera
sin que
robes mis gritos y mi canto,
mi risa,
mi pasión...
Es
absurda tu mano en el gatillo,
tu ausencia de razones,
tu
locura convertida en asesina.
Es
absurda mi muerte
y el
sudor helado de mi cuerpo
encerrado
ahora entre tablas oscuras
que quiebra
las manos de tantos
que
mueren un poco
conmigo,
que
lloran mi suerte.
Vamos,
dispara,
dispara
ya.
La tarde
del 27 de septiembre de 1975 compuse también esta canción
Hasta mañana
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