jueves, 18 de diciembre de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 408

    Me advierten algunas personas que saben de leyes y me aprecian de que sea cauto y tome alguna medida antes de que entre en vigor la ley mordaza. La prudencia me dice que no les falta razón. Mi sinrazón congénita me impele a mandar a tomar vientos a las leyes como las del tartufiano Fernández Díaz y el Gobierno de Rajoy.
Estoy contento por la reanudación de relaciones Cuba-EE.UU.: no será en ningún caso el chocolate del loro, pero servirá para hacer justicia. Veremos ahora qué dicen los terroristas del Tea Party. 
Hoy sale publicado en el Huffington Post mi artículo Obsolescentes, sí, pero no idiotas.
Mañana positiva y luminosa la de hoy. Algunas escuelas públicas han parado en el portal y hemos podido hablar durante un rato con alumn@s y profesor@s. Ha sido una delicia poder estar un rato con esos chavales.




Esta mañana me ha encontrado, perdido, un papel donde dormía un poema escrito en septiembre de 1976  en medio del horror por el asesinato de Carlos González, un estudiante de Psicología de 21 años, a manos de un comando de extrema derecha.

Recuerdo estar conmocionado durante unos días por la noticia. Carlos González se dirigía a casa de su novia, en Fuencarral 115 (la oficina donde yo trabajaba durante unos seis años estaba en Fuencarral 123) y coincidió con una manifestación en memoria del  primer aniversario del fusilamiento de cinco personas el 27 de septiembre de 1975 (las últimas ejecuciones del dictador Franco). Cuatro balas acabaron con la vida de Carlos González, bajo el son del “¡Viva Cristo Rey!” de uno de los pistoleros asesinos. La crónica de aquellos sucesos me sigue llenando de ternura, tristeza y rabia. Este es mi poema encontrado hoy (¿por casualidad?):

A Carlos González

                                                A finales de un triste mes de septiembre
                                                una bala dogmática segó su vida.

Dispara ya.
Tus balas rompen el mapa casi niño de mi historia,
no la ilusión compartida que me tiene en la calle
ni el calor con que venzo mi miedo.
Dispara, apaga mi aliento,
aprieta el gatillo, trunca mis pasos.
No conozco todavía el umbral del fruto maduro.
Me he dejado mecer en la brisa que enamora.
He querido que todos plantaran vergeles
y me encuentro convertido en guiñapo,
cegado el deseo,
mientras el resguardo de reciente inscripción
en el nuevo curso
tiene un agujero
gris, socarrado,
junto al lapicero que ya no sirve,
junto al último verso, empapado en sangre.
¿Tanto crees que vale tu idea?
¿Tan poco mi vida?
Dispara ya.
Hazlo por la espalda, como siempre.
Que suceda todo de repente,
que muera
sin que robes mis gritos y mi canto,
mi risa, mi pasión...
Es absurda tu mano en el gatillo,
 tu ausencia de razones,
tu locura convertida en asesina.
Es absurda mi muerte
y el sudor helado de mi cuerpo
encerrado ahora entre tablas oscuras
que quiebra las manos de tantos
que mueren un poco
conmigo,
que lloran mi suerte.
Vamos, dispara,
dispara ya.

La tarde del 27 de septiembre de 1975 compuse también esta canción

Hasta mañana


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