PUBLICADO EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Grande es el argumentario de
quienes propugnan la jornada continua en Infantil y Primaria, si bien es más
que discutible que el alumnado rinda y mantenga más la atención con la jornada
continua o que con la jornada continua el profesorado tendrá más tiempo para
atender por las tardes a las familias o que estas podrán ahorrarse dos viajes
de ida y vuelta, gracias a la jornada continua.
Siento cierta inquietud cuando,
al oír hablar de los pros y los contras de la jornada continua en Infantil y
Primaria, se hable realmente tan poco de educación y de escuela pública. Si una
persona, libre y responsablemente, decide dedicarse profesionalmente a la
educación (y no solo a la estricta docencia) en cualquiera de sus etapas, debería
tener siempre presente que su objetivo fundamental, establecido ya en la Carta
Universal de los Derechos Humanos, es “el pleno desarrollo de la personalidad y el fortalecimiento del
respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales”. En
otras palabras, en el mundo de la educación el principal protagonista, a
años-luz de cualquier otro componente de la comunidad educativa, debe ser el alumnado.
Educar es dotar de herramientas para que cada alumno y cada alumno, con sus
necesidades y características, vaya descubriendo personal y críticamente aquellos conocimientos y valores que
contribuyen a que los seres humanos se sientan bien
consigo mismos y con los demás, y hagan lo posible por mejorar el estado de
cosas en un mundo justo, libre y sostenible. Eso y no otra cosa es educación.
Para eso es la escuela pública. Este debe ser el único hilo conductor para
dirimir la conveniencia o no de una jornada continua en un centro educativo.
Nunca debemos olvidar que la escuela
pública ha sido capaz en los últimos treinta años de mejorar sustantivamente la
formación cultural de las últimas generaciones. De hecho, en 1978 el 17% de la
población era analfabeta, mientras en 2013 solo lo es un 2.2%. En 1978, había
solo medio millón de universitarios, pero en 2013, gracias sobre todo al
maravilloso logro del ingreso de la mujer en las facultades, su número asciende
a 1.500.000 universitarios. Hoy, con el total de la población infantil y
juvenil escolarizado, podemos afirmar con orgullo que todo ello ha sido realizado
por la escuela pública y por muchos
profesores y profesoras de Infantil, Primaria, Secundaria y Universidad, que
han ido construyendo un hermoso y valioso monumento al saber y al vivir de las
generaciones jóvenes. La escuela pública, actualmente agredida y recortada
hasta el punto de estar en riesgo de sufrir una merma sustancial de calidad y
de recursos, ha asumido desde hace muchos años la tarea de educar a todo tipo
de alumnado, incluido el más difícil y desmotivado, tanto en las grandes ciudades
como en pueblecitos perdidos, a diferencia de la enseñanza privada, que solo
resulta ser un negocio lucrativo en núcleos importantes de población y con un
alumnado separado del alumnado difícil y poco deseable para su clientela.
No es preciso ser un lince para
saber que hoy la supresión de la jornada continua en los centros públicos de
enseñanza en Infantil y Primaria significaría asestar un duro golpe a la
escuela pública, hacerla retroceder a unos años en que la escuela pública era a
la privada lo que las antiguas casas de socorro eran a las clínicas privadas de
pago. Supone también poner en bandeja de plata a la enseñanza privada la
posibilidad de escoger sin competencia alumnado, horarios y servicios.
Muchas familias se verían hoy
constreñidas a solicitar plaza para sus hijos solo en los centros privados, si
únicamente estos ofrecen servicio de comedor y horario lectivo más actividades
extraescolares vespertinas. En tal caso, la escuela pública se hundiría, de
hecho, pues escudarse en que la Administración puede hacerse cargo del servicio
de comedor y extraescolares en la pública con jornada continua, es poco más que
un mal chiste, teniendo en cuenta los recortes sufridos hasta la fecha en becas
de comedor, libros escolares y personal de apoyo.
Cada ciudadano y cada ciudadana, con
independencia de su edad y sus simpatías políticas, debería saber que no hay
democracia sin una verdadera educación y no hay educación sin una auténtica
democracia, pues la educación no es otra cosa, empleando una expresión de Emilio Lledó, que ·el fomento y el
ejercicio de la libertad para poder pensar”, superados ya los mitos, las
supersticiones y los dogmas. Hoy se insiste mucho en la libertad de expresión,
pero una persona solo puede ejercer tal libertad si tiene contenidos madurados
y críticos de pensamiento. Porque no se trata solo, sigue diciendo Lledó, “de
poder decir, de poder expresarse, sino de poder pensar, de aprender a saber,
pensar para, efectivamente, tener algo que decir. Un Estado democrático no debe
permitir ningún tipo de manipulación y corrupción intelectuales. Por eso ha de
ser laico. Por eso la escuela ha de ser pública y laica.
Hoy en día, ocurre que los padres y los hijos tenemos la necesidad de compartir más tiempo. Además de que por suerte o por desgracia hay más padres con más tiempo. Cómo madre, no siento la necesidad d que mi hijo pase el día en la escuela. Se ha centrado hasta ahora a la escuela cómo educadora, pero los padres son una parte importante, más todavía, en la educación de los hijos. Necesitamos más tiempo con ellos. La naturaleza es así, padres e hijos. No hijos en escuela todo el día. Igual en otros tiempo s fue necesario, pero hoy en día no.
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