Hoy, 28 de mayo, a la par que el
personal trabajador de la limpieza de los hospitales y los centros de salud
públicos, ocho días ya en huelga, protestaban ruidosamente frente al Servicio Aragonés
de Salud (SALUD), me he metido en el
edificio y he solicitado hablar con el Consejero de Salud Bienestar y Familia,
D. Ricardo Oliván Bellosta. He respondido a sus primeras sorprendidas preguntas
y aclarado al personal de recepción y al de seguridad que no tenía cita con él,
pero que no me movería de allí hasta que me explicara por qué la sanidad en
general y, concretamente, el servicio sanitario público de limpieza debían
estar en manos de empresas privadas, en lugar de que el Gobierno aragonés se
hiciera cargo directamente del servicio. Cuando insistieron en que era imposible
aquella tarde hablar con él, les comuniqué que me quedaba allí, saqué un cartel
con el mensaje “NO a la PRIVATIZACIÓN de la SANIDAD”, y me dispuse a esperar
acontecimientos.
Llegó pronto una persona diciéndome
que me esperaba un alto cargo de la Consejería (no puedo ser muy exacto en este
punto) con el que tendría la oportunidad de departir e intercambiar opiniones
al respecto. Repliqué que yo quería hablar solo con el Consejero.
A renglón seguido, apareció un
policía de paisano, que me reconoció de algún que otro encierro en la
Consejería de Educación (me llamó finalmente la atención la cantidad de
personas de seguridad y de policía, todas de paisano, que puede haber hoy en un
sitio público, a las cinco de la tarde). Mismas palabras y frases acostumbradas
(“aquí no puede estar”, “le comprendo, pero, si se queda aquí, mi obligación es
llamar a mis compañeros”, etc.). Le dije que yo estaba cumpliendo mi obligación
en conciencia, y que él hiciese lo que considerase oportuno. Una veintena de metros
de la concentración de fuera había un furgón de la policía nacional. Entraron
tres o cuatro en el edificio, hablaron con los policías y personal de
seguridad, y un policía nacional me preguntó rápidamente cuatro cosas, no me
pidió que me identificase y me recordó qué me podía pasar si la cosa seguía su
curso acostumbrado. Me dejó allí dentro y se despidió diciéndome que si
necesitaba cualquier cosa, no tenía más que decírselo. Tanta amabilidad me hizo
pensar que allí se estaban conjugando dos cosas: no querían expulsarme y mucho
menos llevarme detenido porque se habría armado fuera la marimorena, y en
segundo lugar, sabían que yo era el que escribía en El Periódico de Aragón por
lo debían andarse con sumo cuidado, quizá cumpliendo órdenes “de arriba”.
La segunda hipótesis se vio
quizá confirmada cuando bajó de la octava planta la secretaria particular del
Consejero, la cual, tras los saludos de rigor, me invitó a conversar con ella
en unos sillones del vestíbulo de la Consejería.
Allí estuvimos unos minutos
conversando amigablemente sobre algunas cuestiones (no considero conveniente
explicitar más aquella conversación). Eso sí, me comunicó que el Consejero no
podía recibirme aquella tarde por encontrarse fuera y que tenía interés en
recibirme pronto para intercambiar puntos de vista sobre todos esos temas, por
lo que iba a llamarme para concertar pronto una entrevista.
Agradecí sinceramente el gesto
de la secretaria particular del Consejero y salí del edificio del Servicio
Aragonés de Salud (SALUD) por donde había
venido.
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