Pongamos que estamos en una sesión
de evaluación en Secundaria. Sigamos poniendo que el alumnado corresponde a un
grupo de 4º de la ESO (16-17 años). El profe de Mates suspende a un 56% porque,
a su parecer, no alcanza el nivel mínimo estipulado en la programación de
inicio de curso y no resuelve adecuadamente problemas. La profe de Física, por
razones análogas, catea a un 41% y el de Lengua y Literatura castellanas se
queda en un 37% de suspensos porque el nivel de teoría lingüística y de
expresión escrita y ortografía deja mucho que desear. Acabada la sesión, firma
el profesorado de ese grupo la planilla con las notas globales y… a otra cosa,
mariposa. Acaban de ejecutar un acto repetido varias veces cada curso escolar
sin que previa y posteriormente haya un análisis crítico y serio de los
resultados: simplemente, fallan el alumnado y sus familias.
A esas sesiones de evaluación asiste
también el profesor o la profesora de Religión y Moral católicas (otras confesiones
religiosas –judía, musulmana, evangélica- también han suscrito acuerdos con el
Ministerio de Educación para la enseñanza de sus respectivas religiones durante
el período lectivo de la jornada escolar). Generalmente, la nota de Religión
recibida por el alumnado que cursaba la materia era de 9 (una forma más de
reclamar clientela, cada vez más menguante en Secundaria). Sus comentarios
habituales sobre su alumnado eran “buen chico”, “esta chica ha cambiado”, “sus
padres están divorciados” o “hace unos trabajos primorosos”.
Ahora el ministro Wert y su flamante
Ley LOMCE, sobre la que cabalgan, sable en ristre, la Conferencia Episcopal
Española, Opus Dei y similares, las asociaciones ultracatólicas de padres, los
restos más nostálgicos del nacionalcatolicismo hispanovisigótico y las huestes
más aguerridas del PP, ex Fuerza Nueva y ex Falange –más o menos auténtica-, han
homologado la asignatura de Religión y Moral católicas al resto de las
asignaturas, entre otras cosas para obtener la media de curso o de ciclo,
solicitar becas y engordar el currículum escolar. A lo lejos se percibe el
solemne repiqueteo de las campanas catedralicias, crujen de gozo las lápidas de
los Caídos por Dios y por España adosadas a los muros parroquiales bajo el
himno jubiloso de “Por algo hicimos una guerra”.
Volvemos a ponernos en esa sesión de
evaluación de ese grupo de 4º de la ESO. ¿En qué consiste ser un alumno
brillante en religión? ¿O suspender en religión? ¿O ser una mediocridad en
religión? Imagino que los verdaderos creyentes en una verdadera religión se
arrugarán de estupor e indignación ante esta corrupción por parte de los
jerarcas católicos celtibéricos de lo que realmente es religión. Sin embargo, los
nacionalcatólicos no buscan con la asignatura de religión propagar un mensaje
religioso, sino defender a ultranza su poder y sus privilegios mantenidos a
fuego, hoguera, espada y nihil obstat desde Leovigildo y Recaredo.
De paso, prostituyen la esencia
misma de la educación: al menos en la escuela pública se debe enseñar saberes y
no creencias. Confunden ciencia con catecismo, ética crítica, personal y cívica
con mandamientos y encíclicas. Pero les da lo mismo: saben bien lo que quieren
realmente y para conservarlo utilizan cuantos medios tengan a su alcance,
incluida una publicidad carísima que pagamos todos y todas.
Por darles igual, hacen caso omiso,
de las recomendaciones, preceptivas, aunque no vinculantes, que en 185 páginas les
ofrece el Consejo de Estado con el fin de modificar críticamente algunos aspectos
de la Ley LOMCE de Wert, como la exclusión de una signatura “relativa a
formación ético-cívica que puede tener importancia en aras a la educación
integral a que se refiere el art. 27.2 de la Constitución" o el blindaje
de las subvenciones a centros que
separan por sexos.
El
lingüista Max Weinreich escribe que “una lengua es un dialecto con un ejército
y una armada”; en otras palabras, está afirmando que el medio por el que un
grupo de personas se comunica queda relegado al mundo de los dialectos o
lenguas de menor rango porque otro grupo de personas impone su propia lengua
mediante la fuerza y la espada, mediante su ejército y su armada. Este segundo
grupo, por supuesto, pensará que su lengua es mucho más rica y potente que el
dialecto del grupo primero. Pues bien, con las ideas ocurre tres cuartos de lo
mismo. Por ejemplo, las religiones imperantes se diferencian de las herejías y
de las sectas en que las primeras han contado y siguen contado con un ejército
y una armada (con el poder), que las sustenta y las ampara. A cambio, las
religiones ortodoxas otorgan al poder político, militar y económico
justificación y sostén ideológicos, a la
vez que sirven de lenitivo al pueblo frente a la desesperanza de su realidad
(el opio del que habla Marx).
En este
mismo orden de cosas, desde hace más de treinta años, España,
sobre la abulia del PSOE gobernante y sobre la estrategia de obediente sumisión
del PP gobernante hacia las fuerzas y grupos de presión ultracatólicos y hacia
la derechona en general de la que el PP mismo forma parte, parece regresar a
situaciones nacionalcatólicas que contradicen abiertamente la supuesta
aconfesionalidad del Estado, tal como ambiguamente establece el artículo 16.3
de la Constitución.
Durante
cuarenta años enviaron a sus comisarios políticos a adoctrinar obligatoriamente
en la Formación del Espíritu Nacional (FEN), y a sus curas a adoctrinar
obligatoriamente Religión y Moral en todas las aulas españolas, desde párvulos
a la universidad. Ahora el nacionalcatolicismo no solo ha conseguido borrar la
asignatura Educación para la Ciudadanía, existente en muchos países de la Unión
Europea, sino que, desplegado su ejército y su armada, acaba de aprobar también
la LOMCE del ministro Wert.
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