domingo, 26 de mayo de 2013

Martínez Camino, en nombre de los demócratas de toda la vida, abate y rebate a las personas, los grupos y los partidos totalitarios o “con poca trayectoria democrática”.


Como una “rompida” de tambores en Calanda retumba en mi mente la “Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero” de fecha 1 de julio de 1937, redactada por el cardenal primado de Toledo, Isidro Gomá, a instancias del general golpista F. Franco, que buscaba con esa carta cambiar el signo de la opinión pública mundial, espantada por el asesinato de 17 curas vascos “separatistas” y de miles de obreros y braceros de izquierdas a manos del ejército sublevado: un golpe de Estado y una sangrienta guerra civil debían aparecer ante el mundo como una “cruzada”, una “guerra santa”, “por Dios y por la Patria”.
El Vaticano se había posicionado a favor de Franco desde 1936, en 1933 había firmado un Concordato con Adolph Hitler (Franco lo obtuvo en 1953) y el idilio duró intacto hasta la muerte del dictador, tantas veces introducido en iglesias y catedrales bajo palio. Aquella Carta del episcopado hispanovisigótico (con honrosas excepciones como el cardenal Vidal i Barraquer, que no firmó la Carta) fue hasta tal punto fundamental para la consolidación y defensa de la dictadura franquista que un colaborador de la Oficina Nacional de Propaganda franquista llegó a escribir que "la carta de los obispos españoles es más importante para Franco en el extranjero que la toma de Bilbao o Santander”. De hecho, no es entendible ni seguramente hubiese durado tanto tiempo el régimen del general Franco sin el apoyo directo e incondicional de la iglesia católica española.
Hace unos días, sin embargo, en su enésimo acto de estudiada “amnesia” e hipócrita cinismo, el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, calificaba de "totalitarios bajo apariencia de tolerancia" los planteamientos de los partidos, como el PSOE, que se oponen a la clase de religión, que ha calificado de "servicio democrático".  Por eso me retumba tanto dentro aquella Carta de los obispos españoles de 1937. Encuentro, no obstante, una diferencia: aquellos ancianos habitantes de la Ultraderecholandia hispana optaron abiertamente por apoyar una sangrienta dictadura, pero ese sepulcro blanqueado de hoy, Martínez Camino, osa impartir incluso clases magistrales públicas de democracia y tolerancia.
La Iglesia católica es un Estado teocrático que aspira a que el mundo sea igualmente teocrático (aunque con la boquita pequeña se vea obligado a decir otra cosa).  El puesto de Jefe de Estado es vitalicio y el Vaticano se autodefine como una monarquía absoluta, cuyo monarca, el Papa, posee en exclusiva el poder legislativo, ejecutivo y judicial, que posteriormente puede delegar en parte. Los únicos electores del Pontífice son previamente designados a dedo por él mismo (cardenales), quedando excluidos de la elección de su Jefe del Estado todos los demás.
Por otro lado, el Estado Vaticano no ha firmado la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada en la ONU desde 1948, pues ya el artículo 1º de la misma declara que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, lo cual es difícilmente compatible, por ejemplo, con la discriminación milenaria a la que somete a las mujeres o con la concepción no democrática de sus estructuras y primeros principios organizativos.
Ahora, el portavoz de la CEE, Martínez Camino, se queja de que “partidos con poca trayectoria democrática” rechacen que la asignatura de religión tenga rango de asignatura que compute para notas medias, obtención de becas, etc., lo que él insidiosamente traduce como “que se han creído con la capacidad de decidir qué tienen que pensar los ciudadanos y decir qué se enseña en la escuela porque es universal y común para todos qué se queda en la casa y en la parroquia porque es particular y privado”. Les hemos cedido gratuitamente terreno para construir parroquias cada vez que surgía un nuevo barrio, les hemos construido y renovado iglesias y catedrales con el dinero de toda la ciudadanía, les hemos inyectado 11.000 millones de euros anuales para sus “gastos y necesidades”. Evangelizar es un alibí. Lo qeu más les interesa es el poder sobre las conciencias, que cada vez se les escurre más entre los dedos. 
Como cada vez les va menos gente a las parroquias y cada vez son más las familias indiferentes a las creencias y prácticas religiosas católicas, se agarran como a un clavo ardiendo a la escuela pública en su período lectivo para impartir doctrina. Y quien se oponga es porque son personas, grupos y partidos “con poca trayectoria democrática”. No como Martínez Camino y los suyos, demócratas de toda la vida. No han suscrito la Carta Universal de los derechos Humanos, pero oponerse a sus pretensiones es "cercenar" los derechos de los ciudadanos católicos y de las instituciones católicas y de la Iglesia.
Afirma también Martínez Camino que los dirigentes políticos que se oponen "no tienen una percepción adecuada de lo que es la realidad social", porque, según ha asegurado, el 72% de los padres que llevan a sus hijos al colegio, quieren que estudien religión. El 26 de mayo de 2013 el diario El País publicaba un interesante reportaje sobre la situación real actual de la enseñanza de la religión en los centros de enseñanza. Ahí van unos cuantos datos: a) solo el 26,6% de los estudiantes de Bachillerato de los centros públicos se ha decantado en el curso 2012-2013 por la asignatura confesional. Son 30 puntos menos que hace 16 años;  b) Casi la mitad de los alumnos de la pública no cursa la materia confesional; c) según el informe Jóvenes españoles 2010 de la Fundación Santa María, el 53,31% de los alumnos de entre 15 y 17 años que han cursado la asignatura de Religión considera que estas clases le han servido “prácticamente de nada”. Solo un 15% afirma que le han valido “de mucho”; d) el 19% de los jóvenes se declaraban católicos practicantes en 1984, y en 2010 esa cifra se reduce 10,2%. Entre los no practicantes también se ha producido una reducción: se ha pasado del 49% al 43,3%; e) en los últimos 15 años el número de matriculados en la materia confesional se ha desplomado. Este curso el 66,7% de alumnos de infantil, primaria, ESO y Bachillerato estudia Religión. En el caso de los centros públicos, solo el 56,5% se apuntó a la asignatura confesional. Por etapas, en la que se muestra menos interés es en el Bachillerato, donde el 73,4% de estudiantes de la pública no cursa Religión.
Para Martínez Camino, en fin, quitar la enseñanza de la doctrina católica de los centros públicos de enseñanza sería “retrotraernos, retrocedernos a momentos, a épocas en las que el Estado ha atropellado el derecho fundamental de la libertad de enseñanza y de libertad religiosa", insertándonos entonces en "una deriva ya conocida históricamente en los momentos totalitarios de Europa". Los militares supieron acomodarse poco a poco a los nuevos tiempos, acabado ya el franquismo, pero la Iglesia involuciona cada vez más hasta la restauración del Syllabus Errorum de 1864, un listado recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo: por ejemplo, panteísmo, naturalismo, racionalismo, socialismo, comunismo,  indiferentismo, incompatibilidad entre la fe y la razón, no sometimiento de la inteligencia al magisterio de la Iglesia, no aceptación de la religión católica como la religión de Estado, libertad de culto, libertad de pensamiento, libertad de imprenta o libertad de conciencia.
Retumba y retumba en mi mente como una “rompida” de tambores en Calanda la desfachatez (¿o, mejor, “fachatez”?) del portavoz episcopal de la CEE expulsando del templo de la verdadera democracia a los mercaderes totalitarios o con “poca trayectoria democrática”. Entre tanto estruendo, percibo también unas voces particularmente indignadas. Entre ellas, la de José Pascual Duaso, cura párroco en el oscense pueblo de Loscorrales, cerca de Ayerbe, donde fue asesinado el 22 de diciembre de 1936 a los 56 años de edad por tres falangistas, cuyos nombres y apellidos se conocen perfectamente. Al parecer, lo asesinaron por comunista, ya que realizaba algo tan comunista y tan poco cristiano como repartir lo que tenía, incluida la leche de su vaca, entre los más necesitados del pueblo.  Percibo asimismo las voces de los 16 sacerdotes fusilados en el país vasco por cometer el horrible crimen de adscribirse a una concepción de su tierra federalista o independiente, o los fusilados en Galicia, en La Rioja, en Castilla, en Baleares. Me cuenta particularmente su historia el sacerdote mallorquín Martín Usero, que perpetró el gravísimo delito anticristiano de ayudar a escapar a unos cuantos republicanos, carne inmediata de ejecución, de haber sido detenidos. Me dicen que no son comunistas ateos, anarquistas incendiarios u obreros comecuras, sino sacerdotes católicos, comprometidos con su pueblo, coherentes con sus convicciones. Esos curas, junto con decenas de miles más de ciudadanos y ciudadanas fieles a sus ideas, sus valores y su fidelidad a la república legítimamente constituida, retumban y retumban muy dentro de mí gritando a Martínez Camino: “¿Por qué no te callas? Un poco de vergüenza, al menos. ¿Por qué no te callas?”


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