Como una “rompida” de tambores en
Calanda retumba en mi mente la “Carta
Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero” de fecha 1 de
julio de 1937, redactada por el cardenal primado de Toledo, Isidro Gomá,
a instancias del general golpista F. Franco, que buscaba con esa carta cambiar
el signo de la opinión pública mundial, espantada por el asesinato de 17 curas
vascos “separatistas” y de miles de obreros y braceros de izquierdas a manos
del ejército sublevado: un golpe de Estado y una sangrienta guerra civil debían
aparecer ante el mundo como una “cruzada”, una “guerra santa”, “por Dios y por
la Patria”.
El Vaticano se había posicionado a
favor de Franco desde 1936, en 1933 había firmado un Concordato con Adolph
Hitler (Franco lo obtuvo en 1953) y el idilio duró intacto hasta la muerte del
dictador, tantas veces introducido en iglesias y catedrales bajo palio. Aquella
Carta del episcopado hispanovisigótico (con honrosas excepciones como el
cardenal Vidal i Barraquer, que no firmó la Carta) fue hasta tal punto
fundamental para la consolidación y defensa de la dictadura franquista que un
colaborador de la Oficina Nacional de Propaganda franquista llegó a escribir
que "la carta de los obispos
españoles es más importante para Franco en el extranjero que la toma de Bilbao
o Santander”. De hecho, no es entendible ni seguramente hubiese durado
tanto tiempo el régimen del general Franco sin el apoyo directo e incondicional
de la iglesia católica española.
Hace unos
días, sin embargo, en su enésimo acto de estudiada “amnesia” e hipócrita
cinismo, el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino,
calificaba de "totalitarios bajo apariencia de tolerancia" los
planteamientos de los partidos, como el PSOE, que se oponen a la clase de
religión, que ha calificado de "servicio democrático". Por eso me retumba tanto dentro aquella Carta
de los obispos españoles de 1937. Encuentro, no obstante, una diferencia:
aquellos ancianos habitantes de la Ultraderecholandia hispana optaron
abiertamente por apoyar una sangrienta dictadura, pero ese sepulcro blanqueado
de hoy, Martínez Camino, osa impartir incluso clases magistrales públicas de
democracia y tolerancia.
La Iglesia católica es un Estado teocrático que aspira a que el mundo
sea igualmente teocrático (aunque con la boquita pequeña se vea obligado a
decir otra cosa). El puesto de Jefe de
Estado es vitalicio y el Vaticano se autodefine como una monarquía absoluta,
cuyo monarca, el Papa, posee en exclusiva el poder legislativo, ejecutivo y
judicial, que posteriormente puede delegar en parte. Los únicos electores del
Pontífice son previamente designados a dedo por él mismo (cardenales), quedando
excluidos de la elección de su Jefe del Estado todos los demás.
Por otro lado, el Estado
Vaticano no ha firmado la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada en
la ONU desde 1948, pues ya el artículo 1º de la misma declara que “todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, lo cual es
difícilmente compatible, por ejemplo, con la discriminación milenaria a la que somete
a las mujeres o con la concepción no democrática de sus estructuras y primeros
principios organizativos.
Ahora, el portavoz de la
CEE, Martínez Camino, se queja de que “partidos con poca trayectoria
democrática” rechacen que la asignatura de religión tenga rango de asignatura
que compute para notas medias, obtención de becas, etc., lo que él
insidiosamente traduce como “que se han creído con la capacidad de decidir qué
tienen que pensar los ciudadanos y decir qué se enseña en la escuela porque es
universal y común para todos qué se queda en la casa y en la parroquia porque
es particular y privado”. Les hemos cedido gratuitamente terreno para construir
parroquias cada vez que surgía un nuevo barrio, les hemos construido y renovado
iglesias y catedrales con el dinero de toda la ciudadanía, les hemos inyectado 11.000
millones de euros anuales para sus “gastos y necesidades”. Evangelizar es un alibí. Lo qeu más les interesa es el poder sobre las conciencias, que cada vez se les escurre más entre los dedos.
Como cada vez les va menos gente a las parroquias y cada vez son más las familias indiferentes a las creencias y prácticas religiosas católicas, se agarran como a un clavo ardiendo a la escuela pública en su período lectivo para impartir doctrina. Y quien se oponga es porque son personas, grupos y partidos “con poca trayectoria democrática”. No como Martínez Camino y los suyos, demócratas de toda la vida. No han suscrito la Carta Universal de los derechos Humanos, pero oponerse a sus pretensiones es "cercenar" los derechos de los ciudadanos católicos y de las instituciones católicas y de la Iglesia.
Como cada vez les va menos gente a las parroquias y cada vez son más las familias indiferentes a las creencias y prácticas religiosas católicas, se agarran como a un clavo ardiendo a la escuela pública en su período lectivo para impartir doctrina. Y quien se oponga es porque son personas, grupos y partidos “con poca trayectoria democrática”. No como Martínez Camino y los suyos, demócratas de toda la vida. No han suscrito la Carta Universal de los derechos Humanos, pero oponerse a sus pretensiones es "cercenar" los derechos de los ciudadanos católicos y de las instituciones católicas y de la Iglesia.
Afirma
también Martínez Camino que los dirigentes políticos que se oponen "no
tienen una percepción adecuada de lo que es la realidad social", porque,
según ha asegurado, el 72% de los padres que llevan a sus hijos al colegio,
quieren que estudien religión. El 26 de mayo de 2013 el diario El País publicaba
un interesante reportaje sobre la situación real actual de la enseñanza de la
religión en los centros de enseñanza. Ahí van unos cuantos datos: a) solo el
26,6% de los estudiantes de Bachillerato de los centros públicos se ha
decantado en el curso 2012-2013 por la asignatura confesional. Son 30 puntos
menos que hace 16 años; b) Casi la mitad
de los alumnos de la pública no cursa la materia confesional; c) según el
informe Jóvenes españoles 2010 de la
Fundación Santa María, el 53,31% de los alumnos de entre 15 y 17
años que han cursado la asignatura de Religión considera que estas clases le
han servido “prácticamente de nada”. Solo un 15% afirma que le han valido “de
mucho”; d) el 19% de los jóvenes se declaraban católicos practicantes en 1984,
y en 2010 esa cifra se reduce 10,2%. Entre los no practicantes también se ha
producido una reducción: se ha pasado del 49% al 43,3%; e) en los últimos 15
años el número de matriculados en la materia confesional se ha desplomado. Este
curso el 66,7% de alumnos de infantil, primaria, ESO y Bachillerato estudia Religión.
En el caso de los centros públicos, solo el 56,5% se apuntó a la asignatura
confesional. Por etapas, en la que se muestra menos interés es en el
Bachillerato, donde el 73,4% de estudiantes de la pública no cursa Religión.
Para Martínez Camino, en fin, quitar la enseñanza de la doctrina
católica de los centros públicos de enseñanza sería “retrotraernos,
retrocedernos a momentos, a épocas en las que el Estado ha atropellado el
derecho fundamental de la libertad de enseñanza y de libertad religiosa", insertándonos
entonces en "una deriva ya conocida históricamente en los momentos
totalitarios de Europa". Los militares supieron acomodarse poco a poco a
los nuevos tiempos, acabado ya el franquismo, pero la Iglesia involuciona cada
vez más hasta la restauración del Syllabus Errorum de 1864, un listado recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo: por
ejemplo, panteísmo, naturalismo, racionalismo, socialismo, comunismo, indiferentismo, incompatibilidad entre la fe y
la razón, no sometimiento de la inteligencia al magisterio de la Iglesia, no
aceptación de la religión católica como la religión de Estado, libertad de
culto, libertad de pensamiento, libertad de imprenta o libertad de conciencia.
Retumba y retumba en mi mente como una “rompida” de
tambores en Calanda la desfachatez (¿o, mejor, “fachatez”?) del portavoz
episcopal de la CEE expulsando del templo de la verdadera democracia a los
mercaderes totalitarios o con “poca trayectoria democrática”. Entre tanto
estruendo, percibo también unas voces particularmente indignadas. Entre ellas, la de José Pascual Duaso, cura párroco
en el oscense pueblo de Loscorrales, cerca de Ayerbe, donde fue asesinado el 22
de diciembre de 1936 a los 56 años de edad por tres falangistas, cuyos nombres
y apellidos se conocen perfectamente. Al parecer, lo asesinaron por comunista,
ya que realizaba algo tan comunista y tan poco cristiano como repartir lo que
tenía, incluida la leche de su vaca, entre los más necesitados del pueblo. Percibo asimismo las voces de los 16
sacerdotes fusilados en el país vasco por cometer el horrible crimen de
adscribirse a una concepción de su tierra federalista o independiente, o los
fusilados en Galicia, en La Rioja, en Castilla, en Baleares.
Me cuenta particularmente su historia el sacerdote mallorquín Martín Usero, que
perpetró el gravísimo delito anticristiano de ayudar a escapar a unos cuantos
republicanos, carne inmediata de ejecución, de haber sido detenidos. Me dicen que
no son comunistas ateos, anarquistas incendiarios u obreros comecuras, sino
sacerdotes católicos, comprometidos con su pueblo, coherentes con sus
convicciones. Esos curas, junto con decenas de miles más de ciudadanos y
ciudadanas fieles a sus ideas, sus valores y su fidelidad a la república
legítimamente constituida, retumban y retumban muy dentro de mí gritando a
Martínez Camino: “¿Por qué no te callas? Un poco de vergüenza, al
menos. ¿Por qué no te callas?”
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