Llevo años empleando el mismo símil: se está
incendiando la casa, pero la comunidad de vecinos ha decidido que en el orden
del día solo se habla de la pintura de las paredes del garaje y de cambiar las
puertas de los ascensores. Parece que no hay conciencia de la urgencia de la
situación o que el inconsciente colectivo de los negociadores creen que esa
urgencia les afecta solo a los vecinos de abajo, sin darse cuenta de que lo que
está en juego realmente es el hambre y la penuria de muchos escolares y sus
familias, la aplicación desaforada o la suspensión sensata de la LOMCE, la
restitución de miles de puestos de trabajo en educación, sanidad, atención a la
dependencia, el carácter público de los servicios municipales y sociales, etc.,
etc.
Un solo desahuciado al día debería bastar
para que los negociadores (¡qué bastarda palabra en la situación real del país!)
no se levantasen de la mesa (negociadora) ni colgasen el teléfono mientras los
acuerdos no se hubieran alcanzado. Se nos está incendiando la casa y ya no nos
queda ni la cajita donde guardábamos las fotografías de nuestros seres
queridos, pues el antiguo estado de bienestar está día a día más reducido a
cenizas, mientras la comunidad de vecinos que habitan los áticos y/o tienen
asegurados despacho, cargo y sueldo hablan primordialmente de la desinsectación
de las cañerías, de la alfombra, algo raída ya, de la entrada de la finca, y de
lo indignos que son los demás de sentarse al lado de los más limpios y honrados.
Se nos está incendiando la casa, se nos está incendiando la casa, se nos está
incendiando la casa…
Mañana con mucha gente parándose y
dialogando, cada un@ a su estilo, sobre el mensaje del cartel. ¡Qué diferencia
con la calle Alfonso! Hoy ha habido de todo: incluso un hombre (lamentablemente
acompañado de un niño) que ha puesto de manifiesto de muy mala manera su
desacuerdo conmigo y con mi presencia en ese portal. Cuando ha obtenido solo
como respuesta por mi parte: “está usted en su derecho de expresar su libertad
de opinión”, ha estallado definitivamente, siempre a varios metros de
distancia. Otro hombre joven vestido negro ha gritado al pasar: “Dos tiros a
este sujeto y ya está todo arreglado”, a lo que he contestado inmediatamente: “¡Violencia,
no! ¡Noviolencia! ¡No violencia!”. Él ha rematado: “¡Gora ETA!”.
Moraleja: los extremos se tocan, y el
punto de contacto es la falta de cultura democrática y de educación personal.
A propósito: cuando canto, solo, por
cuatro veces el Canto a la Libertad a las doce del mediodía, alguna gente me
mira con cierta conmiseración (¿por qué será?).
Otra anécdota: Hoy, por primera vez, una
señora se ha acercado a darme no sé si veinte o cincuenta céntimos. La he
sacado del error con mucha suavidad.
Sigo sin Router. Movistar me ha asegurado
que esta tarde viene un técnico. Continuará…
Mozart alegra el corazón, si le concedes
diez minutos.
Hasta mañana
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