PUBLICADO HOY EN ELDIARIO.ES/ARAGÓN
Rajoy
escudriñaba con sus prismáticos posibles nuevas creaciones de soviets, cuando,
con no poca sorpresa, observó que Pedro Sánchez intercambiaba tabaco y cromos
con la izquierda radical. Consternado, inmediatamente lo llamó por teléfono,
pues parecía en vano todo lo que había tratado de inculcarle pocas horas antes
en el Palacio de la Moncloa. “Pedro”
–le conminó- “te insisto en que
es un error muy grave y muy malo para España y el conjunto de los
españoles los pactos entre pentapartidos y la exclusión del PP en las
negociaciones emprendidas tras las elecciones del 24-M. Si te empecinas en
pactar con la izquierda radical, incurres así en un nocivo sectarismo, lo cual
tiene una lectura dentro y fuera de España que afecta y mucho a los intereses
de los españoles”.
Como Rajoy había propalado tal monólogo telefónico hasta
los confines de su reino, algunos ciudadanos mandaron a La Moncloa a un tal
Protágoras de Abdera, que le habló de esta guisa: “Escúchame, Mariano, hace ya más de 2.400 años dejé escrito en mi obra
Los discursos demoledores lo que ahora te comunico: El hombre es la medida de
todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto
que no son. Que cualquiera de tus vecinos está a tu izquierda es una obviedad.
Que tildes a esa izquierda de radical indica primordialmente tu propia
radicalidad desde la que interpretas a los demás como presuntos radicales.
¿Acaso has olvidado, Mariano, que ‘radical’
viene del latín ‘radix’ (raíz), y los tres primeros significados que la
RAE da de ‘radical’ son: 1) Perteneciente o relativo a la raíz: 2)
Fundamental, de raíz. 3) Partidario de reformas extremas, especialmente en
sentido democrático? ¿Tienes algo
que decir además de que España es un
gran país que hace cosas importantes y tiene españoles, y que España es una
gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles?”.
Algo contrariado tras escuchar las palabras de Protágoras,
Rajoy convocó a sus asesores más fiables, todos ellos formados brillantemente
en la Hans Christian Andersen University, que ipso facto dieron con la clave
maestra de todas las soluciones posibles a cualesquiera problemas que
advinieren: el rey Rajoy, que tenia un vestido distinto para cada hora del día,
iba a tener uno nuevo con el que podría averiguar qué funcionarios del reino
son ineptos para el cargo que ocupan, y
también podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Aprobado
lo cual, aquellos asesores montaron un telar, se hicieron traer sedas muy finas
y oro de muchos quilates, que fueron a parar directamente a sus bolsillos y
emplearon todas sus artes en simular que estaban trabajando día y noche, aunque
nada tenían en la máquina. Cuando Rajoy se acercaba a inspeccionar cómo iba la
confección de su traje, solo veía el telar
vacío, pero no osaba confesar que nada veía, pues entonces conocerían los demás
que era un inepto y no servía para rey.
Reprimiendo sus dudas, Rajoy resolvió que el pueblo debía
conocer cuanto antes aquel traje maravilloso del que todo el mundo hablaba. A
la mañana siguiente, se hizo vestir en sus aposentos por los asesores, que, con
mucha ceremonia, fueron poniéndole el pantalón, la camisa, la casaca y el manto
que el rey Rajoy seguía sin ver ni tocar ni admirar. “Qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban los asesores-.
¡Vaya corte y vaya elegancia! ¡Es un
traje precioso!”.
Al salir a la calle, unos ayudas de cámara se encargaron
de sostener una larga cola, donde, según los asesores aseguraron a Rajoy, podía leerse en letras muy grandes y doradas:
“CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CREACIÓN DE EMPLEO”.
La gente, agolpada en calles y balcones, exclamaba: “¡Qué precioso es el traje del rey Rajoy!
¡Qué gran verdad se lee en tan magnífica cola! ¡Tenemos hambre, pero gracias a
él hemos superado la crisis!”, pues, aun sin ver nada, nadie quería ser tenido por incapaz en su
cargo o por estúpido.
“¡Pero si no lleva
nada! Ese hombre va desnudo” -gritó de pronto un niño al verlo pasar.
“¡Por favor, escuchen
la voz de la inocencia!” -dijo su padre, que también cayó en la cuenta de
que Rajoy iba desnudo; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa
de decir aquel niño. “¡Pero si Rajoy va
desnudo!” -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó a Rajoy, pues barruntaba que el pueblo
tenía razón, por lo que resolvió que prosiguiera el cortejo, mientras los
ayudas de cámara sostenían la inexistente cola y el inexistente mensaje
“Crecimiento económico y creación de empleo”.
Por
la tarde recibió un whatsapp de un tal Bárcenas: "Mariano, sé fuerte. Mañana te llamaré".
Y Rajoy lloró…
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