PUBLICADO HOY EN eldiario.es Aragón
Me detuvieron un miércoles, 10 de junio
del presente año, acusado de “acoso y calumnias” (posteriormente he visto
escrito “coacciones y calumnias”) al Delegado del Gobierno en Aragón, a raíz de
que en las inmediaciones de su portal, en plena vía pública, estaba apostado
cada mañana desde el uno de junio, lunes, denunciando los recortes perpetrados
en derechos y libertades. Pasé por distintos dependencias policiales, declaré
en calidad siempre de detenido, me hicieron una minuciosa ficha policial, y
finalmente me vi de nuevo en la calle, libre, sin comer y con un cierto
aturdimiento en mi cabeza.
Seguramente por una maravillosa
deformación profesional, cada vez que me recordaban que estaba en la Jefatura
Superior de Policía “en calidad de detenido” me venían a la mente tantas y
tantas clases de filosofía y de ética y las jugosas conversaciones en el aula
sobre la libertad: “libertad de…”, “libertad para…”, “libertades cívicas…”,
“derechos y libertades…”, “determinismo…” Y yo entonces con un oído escuchaba
atentamente lo que preguntaban y decían los agentes de policía, mientras que
por el otro percibía el rumor de esa gente joven, hablando apasionadamente
sobre la libertad. Ha sido la primera vez en mi vida que he sido consciente de
que en aquellos momentos no era libre (en determinados sentidos, si bien no los
más esenciales), y sobre todo que a la vez deseaba con suma viveza volver a ser
ciudadano libre, en la calle o en mi casa o en donde me diera la gana.
A la mañana siguiente, volví a estar en
la vía pública, cerca del portal del Delegado del Gobierno en Aragón, con mi
cartel y mi voluntad de denunciar los sistemáticos e inhumanos recortes en
derechos y libertades. Ciento veinte minutos diarios allí, viendo pasar
únicamente personas y vehículos, dan para pensar mucho. Me acusan de “acoso”,
pero –me decía a mí mismo- realmente, me costaría mucho acosar a
nadie, sobre todo porque el Diccionario de la RAE dice que “acosar” es “perseguir, sin darle tregua ni
reposo, a un animal o a una persona”.
Me repugna
igualmente la idea de que he llegado a coaccionar a alguien (RAE: 1. Fuerza o
violencia que se hace a alguien para obligarlo a que diga o ejecute algo; 2. Poder
legítimo del derecho para imponer su cumplimiento o prevalecer sobre su
infracción). En su primera acepción incluso carezco de fuerza suficiente para
ello; en la segunda acepción, estoy en las antípodas del mundo de cualquier
poder, por muy legítimo que sea.
¿Y calumniar? (Calumnia, RAE: 1. Acusación falsa, hecha maliciosamente
para causar daño; 2. Imputación de un delito hecha a sabiendas de su falsedad).
En aquel portal di vueltas y vueltas también a ese significado de “calumnia”, llegando
siempre a la misma conclusión: de haber un coaccionado y/o calumniado hasta la fecha,
ese era yo.
A veces,
crecen los enanos en el circo y paren la elefanta y la hipopótama en el Arca de
Noé. El viernes, 12 de junio, me citaron oficialmente para declarar en el
Juzgado de Guardia de Zaragoza en relación con la querella presentada por el
Delegado del Gobierno en Aragón por coacciones y calumnias, y a los efectos
también de resolver sobre la medida cautelar solicitada por el Ministerio
Fiscal sobre una posible orden de alejamiento de mi persona respecto del
Delegado del Gobierno en Aragón. Y así fue: alrededor de las 20 horas de
aquella misma tarde, amenazando tormenta y pedrisco, me comunicaron la
siguiente Disposición del Juzgado ante el que había declarado:
“Prohibir a ANTONIO ÁNGEL ARAMAYONA ALONSO acercarse a la
persona de GUSTAVO ALCALDE SÁNCHEZ, su domicilio y lugar de trabajo, así como
de cualquier otro en que se halle en un radio de 200 metros. La presente medida
tendrá duración hasta la finalización de la de la presente instrucción.
Ofíciese a la Guardia Civil, así como a la Policía
Local y Policía Judicial para el efectivo cumplimiento de esta medida”.
Me abstengo de valorar o siquiera comentar esta medida.
Basta señalar, una vez analizados los sectores del mapa del centro de
Zaragoza, con 200 metros de radio o más, en cuyo punto central están el
domicilio del Delegado y la propia Delegación del Gobierno, algunas
consecuencias concretas y prácticas de la medida cautelar de alejamiento.
Algunos ejemplos:
No puedo pisar la plaza del Pilar y la plaza de la Seo,
ni la sección de la calle Alfonso I colindante con dicha Plaza, ni puedo cruzar
el río Ebro por el emblemático Puente de Piedra. Sin embargo, puedo entrar por
su puerta trasera izquierda a la Basílica del Pilar, pero ¡ay de mí! si avanzo
por dicha Basílica, pues estaré conculcando la orden de alejamiento. Tampoco
puedo visitar el Foro Romano ni cruzar por la calle don Jaime ni visitar el
museo Goya ni… ni… Tampoco puedo pisar el Coso Bajo ni la plaza San Miguel ni
los bares y pequeños restaurantes cercanos a la calle Heroísmo y calles colindantes
ni bajar por la calle Cantín y Gaboa ni la calle San Vicente de Paul, aunque sí
(por los pelos) el Centro de Historias.
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