lunes, 21 de enero de 2013

Cantando bajo la alcantarilla y escuchando a Cospedal



 



Leo el artículo en el diario EL PAÍS de Jorge Trías Sagnier, abogado y exdiputado del Partido Popular. Escucho en la SER a la secretaria general del Partido Popular, Mª Dolores de Cospedal. Y concluyo que mi país tiene escaso remedio.
Una de las leyendas psicológicas más comunes, profusamente llevada a la pantalla por Alfred Hitchcock, es que el paciente encuentra realmente la vía de curación cuando aflora a su conciencia el conflicto que hasta ese momento bullía en su inconsciente. Sin embargo, la ¿vida? política hispana parece carecer de solución porque está enquistada en negar el conflicto mismo.
“No me consta”, “el PP no ha pagado ni un euro”, “por lo que yo sé…”, no son explicaciones, sino subterfugios. Denotan una nula voluntad de esclarecer los hechos y, por el contrario, una tupida red de consejeros y asesores que buscan exclusivamente que pase el tiempo que todo lo borra y que los incondicionales tengan un clavo ardiendo al que agarrarse. (A propósito, la tibia reacción del PSOE se debe a que las prácticas de las pagas adicionales no son patrimonio exclusivo del PP?)
En el Partido Popular creen que el punto central es su Partido, pero se equivocan: lo que realmente está en juego es el ánimo de la ciudadanía. Sin remontarnos al concepto de “animus” y anima” de C.G. Jung, se trata al menos de que el alma de un país permanezca relativamente intacta en sus elementos esenciales. Si los administradores del bien común y del interés general no solo quedan salpicados por asuntos turbios y por corrupción, sino que se parapetan en la mentira (no hay peor mentira que una verdad a medias), guiados por sus asesores de imagen y asesores electorales, ¿habrá algún ciudadano y alguna ciudadana que les crea una sola palabra sobre justicia, libertad, paz o solidaridad?
Quizá seamos un pueblo que se merece tener estos dirigentes. Pero en tal caso, me declaro fuera de ese pueblo, junto con muchos y muchas de los que no dudo) sobre una pelada montaña sacudida por el huracán. Entonces, con todas mis fuerzas, recito fieramente (anda, cántala conmigo) la

Loa de la duda, de Bertolt Brecht


¡Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis
serenamente y con respeto
a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa.
Quisiera que fueseis avisados y no dierais
vuestra palabra demasiado confiadamente.


Leed la historia, Ved
a ejércitos invencibles en fuga enloquecida.
Por todas partes
se derrumban fortalezas indestructibles,
y de aquella Armada innumerable al zarpar
podía contarse
las naves que volvieron.

Así fue como un hombre ascendió un día a la cima inaccesible,
y un barco logró llegar
al confín del mar infinito.

¡Oh hermoso gesto de sacudir la cabeza
ante la indiscutible verdad!
¡Oh valeroso médico que cura
al enfermo y desahuciado!

Pero la más hermosa de todas las dudas
es cuando los débiles y desalentados levantan su cabeza
y dejan de creer
en la fuerza de sus opresores.
¡Cuánto esfuerzo hasta alcanzar el principio!
¿Cuántas víctimas costó!
¡Qué difícil fue ver
que aquello era así y no de otra forma!
Suspirando de alivio, un hombre lo escribió un día en el libro del saber.

................................................................................................................................

Quizá sigo escrito en él mucho tiempo y generación tras generación
de él se alimenten juzgándolo eterna verdad.
Quizá  los sabios desprecien a quien no lo conozca.
pero suele ocurrir que surja una sospecha, que nuevas experiencias
hagan conmoverse al principio. Que la duda se despierte.

Y que, otro día, un hombre, gravemente,
tache el principio del libro del saber.

Instruido
por impacientes maestros, el pobre oye
que éste es el mejor de los mundos, y que la gotera
del techo de su cuarto fue prevista por Dios en persona.
Verdaderamente, le es difícil
dudar de este mundo.
Bañado en sudor, se curva el hombre construyendo la casa
en que no ha de vivir.

Pero también suda mares el hombre que construye su propia casa.
Son los irreflexivos los que nunca dudan.
Su digestión es espléndida, su juicio infalible.
No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. Si llega el caso,
son los hechos los que tienen que creer en ellos. Tienen
ilimitada paciencia consigo mismos. Los argumentos
los escuchan con oídos de espía.

Frente a los irreflexivos que nunca dudan,
están los reflexivos, que nunca actúan.
No dudan para llegar a la decisión, sino
para eludir la decisión. Las cabezas
sólo la utilizan para sacudirlas. Con aire grave
advierten contra el agua a los pasajeros de naves hundiéndose.

Bajo el hacha del asesino,
se preguntan si acaso el asesino no es un hombre también.
Tras observar, refunfuñando,
que el asunto no está del todo claro, se van a la cama.
Su actividad consiste en vacilar.
Su frase favorita es: “No está listo para sentencia”.
Por eso, si alabáis la duda,
no alabéis, naturalmente,
la duda que es desesperación.

¡De qué le sirve poder dudar
a quien no puede decidirse?
Puede actuar equivocadamente
quien se contente con razones demasiado escasas,
pero quedará inactivo ante el peligro
quien necesite demasiadas.
Tú, que eres un dirigente, no olvides
que lo eres porque has dudado de los dirigentes.
Permite,  por lo tanto, a los dirigidos
dudar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.