martes, 1 de enero de 2013

2013. Buena vida. Vida buena



 A PUBLICAR MAÑANA EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
 
2013. Otro año celebrando la ficción de poder borrar lo indeseado del año anterior y empezar de nuevo. Doce campanadas y eclosiona la esperanza festejada cada 365 días, el mito de la renovación cíclica de lo viejo celebrada desde nuestros más remotos ancestros.
Pasa el tiempo. Confetis, celebraciones, abrazos, parabienes, buenos deseos para el nuevo año: se tiene la sensación de que por alguna suerte de magia uno puede quedar desembarazado de todo lo indeseable y desventurado del pasado, y que la aparición de un nuevo dígito -2013- ofrece la oportunidad de empezar de cero, renovado. El tiempo pasa y por unas horas se celebra colectiva e individualmente la ficción de que los 365 días venideros pueden ser completamente diferentes, dispuestos, como una hoja en blanco, a que reescribamos la vida según nuestros deseos. 
El tiempo va escribiendo, de forma indeleble, nuestra propia biografía, a la vez que va mostrando con precisa exactitud lo que hasta el momento hemos hecho con nosotros mismos. El tiempo, si lo escuchamos quedamente y en son de paz, nos dice quiénes somos y hacia dónde se dirigen nuestros pasos, si es que decidimos no variar el rumbo. El tiempo se percibe en silencio. Por eso armamos tanta algarabía en Nochevieja, entre cava, música, baile, cena, uvas, besos, llamadas y mensajes enviados y recibidos, ropa estrenada para el evento, regalos, turrón, tele, fuegos artificiales…, corriendo el riesgo así de asestar un tortazo al tiempo para al menos hacerlo callar, ya que no podemos silenciarlo por completo o hacerlo desaparecer.
Hacemos planes para el nuevo año como si el tiempo fuese una agenda aún por estrenar en nuestras manos, como si realmente lo tuviésemos a nuestra plena disposición, en el bolsillo del alma. Pretendemos clasificarlo, planificarlo, embutirlo, ajustarlo a nuestros planes, convertirlo en un objeto o en una cosa más a usar y tirar. Sin embargo, el tiempo pasa y desvela que es puro fluir, en lugar de un montón de monótonas vueltas de las manecillas de un reloj que pueden guardarse en cualquier cuenta de ahorro. El tiempo pasa, fluye sin cesar,  y en él nacemos, devenimos y acabamos todos. Heráclito decía que la vida es pura fluencia, algo así como el agua de un río que nunca descansa (de ahí su afirmación de que no podemos bañarnos nunca en el mismo río). Pretendemos, en cambio, objetivar el tiempo en años, siglos, semanas o minutos, olvidando así, como dice Machado, que lo  nuestro es pasar haciendo caminos sobre el mar, que el único camino se hace caminando cada día y por primera vez por el camino de la propia autobiografía.
Más allá de la celebración institucional de un nuevo año, podemos volver a desvelar (retirar el velo que cubre) dónde habita lo más valioso de la vida: el instante. El pasado y el futuro no dejan de ser proyecciones mentales de uno mismo, que solo se harán realidad si y cuando se hagan presentes. De hecho, el auténtico tesoro a nuestro alcance es el instante, cada momento. Es allí y sólo allí donde laten encendidas la amistad, la hermosura de una melodía, la percepción gloriosa de la persona que respira a nuestro lado, tantos sabores, sonidos, y colores, perceptibles solo en el sosiego. Cada instante es un ingente cúmulo de realidades concretas, hermosas y dolorosas, neutras, aburridas o apasionantes,  que podemos metabolizar y asimilar o, por el contrario, ignorar y tirar al cubo de los desechos.
No son pocos los que viven en la ilusión de ser inmortales (de no ser realmente mortales), de quedar anclados en un pasado que jamás vuelve o en un futuro que quizá no llegue nunca, de invertir todas las energías en lo que más tarde quizá descubrirán que son pompas de jabón, por las que  hipotecaron  cuanto fuera necesario para hacerlas realidad. Tal actitud tiene además un coste muy alto: pasar por la vida apenas sin instantes, sin cada uno de los momentos concretos que componen el tiempo y la vida,  llenos de matices, sorpresas y emociones, dolor y ternura, pasión y quietud. Se da entonces la espalda al instante por unos supuestos megaproyectos de los que no se tiene garantía alguna de poder alcanzar, incluso por falta de tiempo: en tal caso, pierden su tiempo y echan a perder su vida.
Ciertamente, tenemos memoria para poder planificar y recordar, para enriquecernos con las experiencias propias y ajenas vividas, para esforzarnos por llegar a ser personas cabales dentro del entorno sociocultural concreto donde nos ha tocado existir. Sin embargo, hemos de poner también todo nuestro empeño en no echarnos a perder, echando a perder cada uno de esos instantes que componen nuestra vida.
Buen año 2013. Buena vida. Vida buena.

2 comentarios:

  1. Gracias, Antonio, por este instante que me acabas de regalar nada más comenzado el nuevo año. Soy un simple maestro que sigue con interés y admiración todo lo que escribes. Gracias, por tu ejemplo.

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  2. Gracias a ti, José Luis. Un "simple maestro" es una de las más valiosas vías de transmitir vida a través de la mente y del corazón. Buen 2013 y un abrazo

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