A PUBLICAR MAÑANA EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
2013. Otro
año celebrando la ficción de poder borrar lo indeseado del año anterior y
empezar de nuevo. Doce campanadas y eclosiona la esperanza festejada cada 365
días, el mito de la renovación cíclica de lo viejo celebrada desde nuestros más
remotos ancestros.
Pasa el
tiempo. Confetis, celebraciones, abrazos, parabienes, buenos deseos para el
nuevo año: se tiene la sensación de que por alguna suerte de magia uno puede quedar
desembarazado de todo lo indeseable y desventurado del pasado, y que la
aparición de un nuevo dígito -2013- ofrece la oportunidad de empezar de cero,
renovado. El tiempo pasa y por unas horas se celebra colectiva e
individualmente la ficción de que los 365 días venideros pueden ser completamente
diferentes, dispuestos, como una hoja en blanco, a que reescribamos la vida
según nuestros deseos.
El tiempo
va escribiendo, de forma indeleble, nuestra propia biografía, a la vez que va
mostrando con precisa exactitud lo que hasta el momento hemos hecho con
nosotros mismos. El tiempo, si lo escuchamos quedamente y en son de paz, nos
dice quiénes somos y hacia dónde se dirigen nuestros pasos, si es que decidimos
no variar el rumbo. El tiempo se percibe en silencio. Por eso armamos tanta
algarabía en Nochevieja, entre cava, música, baile, cena, uvas, besos, llamadas
y mensajes enviados y recibidos, ropa estrenada para el evento, regalos,
turrón, tele, fuegos artificiales…, corriendo el riesgo así de asestar un
tortazo al tiempo para al menos hacerlo callar, ya que no podemos silenciarlo
por completo o hacerlo desaparecer.
Hacemos
planes para el nuevo año como si el tiempo fuese una agenda aún por estrenar en
nuestras manos, como si realmente lo tuviésemos a nuestra plena disposición, en
el bolsillo del alma. Pretendemos clasificarlo, planificarlo, embutirlo,
ajustarlo a nuestros planes, convertirlo en un objeto o en una cosa más a usar
y tirar. Sin embargo, el tiempo pasa y desvela que es puro fluir, en lugar de un
montón de monótonas vueltas de las manecillas de un reloj que pueden guardarse
en cualquier cuenta de ahorro. El tiempo pasa, fluye sin cesar, y en él nacemos, devenimos y acabamos
todos. Heráclito decía que la vida
es pura fluencia, algo así como el agua de un río que nunca descansa (de ahí su
afirmación de que no podemos bañarnos nunca en el mismo río). Pretendemos, en
cambio, objetivar el tiempo en años, siglos, semanas o minutos, olvidando así,
como dice Machado, que lo nuestro es pasar haciendo caminos sobre
el mar, que el único camino se hace caminando cada día y por primera vez por el
camino de la propia autobiografía.
Más allá
de la celebración institucional de un nuevo año, podemos volver a desvelar
(retirar el velo que cubre) dónde habita lo más valioso de la vida: el
instante. El pasado y el futuro no dejan de ser proyecciones mentales de uno
mismo, que solo se harán realidad si y cuando se hagan presentes. De hecho, el
auténtico tesoro a nuestro alcance es el instante, cada momento. Es allí y sólo
allí donde laten encendidas la amistad, la hermosura de una melodía, la
percepción gloriosa de la persona que respira a nuestro lado, tantos sabores,
sonidos, y colores, perceptibles solo en el sosiego. Cada instante es un
ingente cúmulo de realidades concretas, hermosas y dolorosas, neutras,
aburridas o apasionantes, que
podemos metabolizar y asimilar o, por el contrario, ignorar y tirar al cubo de
los desechos.
No son
pocos los que viven en la ilusión de ser inmortales (de no ser realmente
mortales), de quedar anclados en un pasado que jamás vuelve o en un futuro que
quizá no llegue nunca, de invertir todas las energías en lo que más tarde quizá
descubrirán que son pompas de jabón, por las que hipotecaron
cuanto fuera necesario para hacerlas realidad. Tal actitud tiene además
un coste muy alto: pasar por la vida apenas sin instantes, sin cada uno de los
momentos concretos que componen el tiempo y la vida, llenos de matices, sorpresas y emociones, dolor y ternura,
pasión y quietud. Se da entonces la espalda al instante por unos supuestos
megaproyectos de los que no se tiene garantía alguna de poder alcanzar, incluso
por falta de tiempo: en tal caso, pierden su tiempo y echan a perder su vida.
Ciertamente,
tenemos memoria para poder planificar y recordar, para enriquecernos con las
experiencias propias y ajenas vividas, para esforzarnos por llegar a ser
personas cabales dentro del entorno sociocultural concreto donde nos ha tocado
existir. Sin embargo, hemos de poner también todo nuestro empeño en no echarnos
a perder, echando a perder cada uno de esos instantes que componen nuestra
vida.
Buen año
2013. Buena vida. Vida buena.
Gracias, Antonio, por este instante que me acabas de regalar nada más comenzado el nuevo año. Soy un simple maestro que sigue con interés y admiración todo lo que escribes. Gracias, por tu ejemplo.
ResponderEliminarGracias a ti, José Luis. Un "simple maestro" es una de las más valiosas vías de transmitir vida a través de la mente y del corazón. Buen 2013 y un abrazo
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