Un muchacho de veinticinco años estaba
sentado frente al directivo de una empresa, pues optaba a ocupar un puesto de
trabajo administrativo por 600 euros al mes, seis días a la semana. En sus
adentros, aquel muchacho pensaba que con aquel sueldo y aquel horario no iba a
ningún lado, pero ponía todo su esfuerzo en aparentar solo su disponibilidad
para cumplir con concienzudo esmero el trabajo que se le encomendara. Eso sí,
se le descontarían 35 euros por el uso al mediodía de un espacio común donde
con sus compañeros podría sacar su bocata o su tartera con la comida que
trajera de su casa, así como por el uso de un microondas donde podría calentar
la comida (se trata de un caso real, doy fe).
Aquel muchacho me contaba después que estaba
pensando que con ese trabajo iba a convertirse en una piltrafa tan execrable
como el trabajo mismo que estaba solicitando, tras haber rebajado en lo posible
su currículum vitae y sus estudios superiores, cuando, en medio de la
entrevista le vino a la cabeza una pregunta que una mañana se había posado años
ha en un aula de su Instituto: ¿qué es
realmente libertad?
Ahora ya lo tenía claro: libertad es
cualquier cosa menos lo que en esos momentos estaba haciendo en aquel despacho.
Probablemente, el dueño de la empresa y su consejo de administración se
declararan de ideología liberal, al igual que la CEOE y la Cepyme a las que
cotizaran, y estarían de acuerdo con las medidas y los diagnósticos del
neoliberalismo económico vigente en España y el mundo. La palabra “liberal”,
tan polisémica, está supuestamente relacionada con la libertad, pero lo que ya
no dice el liberalismo es que se trata de la libertad propia para obtener
beneficios, aun a costa de anular o reducir la libertad de los demás.
Hace unos semanas, la CEOE afirmaba que para
salir de la crisis se necesita una reforma laboral con medidas aún más restrictivas sobre
flexibilidad laboral y moderación salarial; es decir, una reforma laboral la
mar de liberal, con suma libertad para despedir sin trabas y contratar
por unos salarios y unos horarios de mierda. De hecho, ya lo dejó claro su
anterior presidente, Díaz Ferrán: "hay que trabajar más
y cobrar menos", si bien estaba pensando exclusivamente en los
trabajadores, como la nuda realidad se ha encargado de demostrar posteriormente
con creces.
Igualmente,
la semana pasada, el vicepresidente de CEOE y presidente de Cepyme, Jesús Terciado, proponía otra
descomunal joya de las de culo de botella: un nuevo contrato para jóvenes por
un salario de 645 euros mensuales; es decir, el salario mínimo interprofesional.
Como estos dirigentes empresariales y asimilados deben de pensar que la
población currante raya en lo fronterizo, Terciado añadió que las condiciones
laborales irían mejorando a medida que el trabajador fuera formándose, como si
no se nos hubiese pasado ya por la cabeza que al cabo de unos pocos meses la
mayor parte de esos contratos estaría finiquitada, pues otros jóvenes habrían
ocupado los puestos de sus coetáneos y, de paso, sus padres y madres estarían
en la calle, ya que esos jóvenes significan mano de obra barata, sin derecho
laboral adquirido alguno y fuera de todo convenio laboral.
La
libertad se está yendo cada vez más al carajo e incluso la reivindicación de la
libertad ajena comienza a parecer subversiva a los liberales y neoliberales. Y
con la libertad también corren el riesgo de acabar en el sumidero los derechos
personales y colectivos, la estabilidad personal y familiar de la ciudadanía
trabajadora y desempleada, así como su
posibilidad de hacer proyectos que alcancen más allá de unos pocos meses.
Paralelamente, crecen el miedo, la desconfianza, la incertidumbre, la zozobra,
el resquemor, las habladurías y los rumores, de tal forma que la persona
trabajadora está dispuesta a reducir su sueldo, cambiar el horario o el turno,
e incluso ir a Laponia, como ya dijo hace un año el presidente de la Comisión de Economía y Política Financiera
de la CEOE, José Luis Feito.
Los salarios caen y los asalariados pierden 12,7 puntos de
renta desde 2007, mientras que las rentas empresariales crecen (6,6%). El
neoliberalismo refleja y justifica los intereses de los beneficiarios (uno por
ciento de la población) de un sistema capitalista feroz, y trata de ampararse
en el mercado libre, es decir, en un sistema donde intentan privatizar a toda
costa empresas y servicios públicos, una vez bien retribuidos con cargos e
indemnizaciones los servidores públicos que han hecho posibles tales
privatizaciones. Los neoliberales y los especuladores financieros hablan de
mercado libre, para tener manos libres, desregularizando cada naipe y cada
regla del casino donde se lucran.
Mientras, una buena parte de la población contempla gaviotas
artríticas y rosas sin pétalos, mientras espera que los lobos se hagan
vegetarianos.
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