Me llamaste
ayer y te noté desde el primer momento muy afectada. Unas primeras pruebas en
hematología daban pie a la posibilidad de que, tras realizar otras pruebas
posteriores, apareciese una dolencia importante. Reconozco que reaccioné tarde
y quizá incluso mal, debido a la tendencia a elaborar los datos ajenos según
las pautas mentales y vitales propias. En otras palabras, traduje de inmediato
tu información a mis propios esquemas, por lo cual seguramente te sentiste
perpleja e incomprendida.
En realidad, si
recuerdas, te hice una sola pregunta: qué pasa realmente si el resultado de las
pruebas es negativo y que pasa realmente si el resultado no es negativo. Desde
mi punto de vista, realmente pasa muy poco. Somos una especie de raros seres
que desde que abrimos los ojos al mundo nos encontramos subidos a un árbol que
forma parte de un ilimitado bosque y nos vemos obligado a decidir cada minuto
de cada día si permanecemos en ese árbol, saltamos a otro (¿izquierda?
¿derecha? ¿atrás? ¿delante?...), o avanzamos o retrocedemos. De hecho la
biografía de cada persona es una autobiografía compuesta de todos y cada uno de
los saltos que hemos decidido dar de árbol en árbol.
Ayer me
llamaste desde un árbol desde el que divisabas un panorama que encerraba la
posibilidad de momentos y vivencias duras, que no te gustaban. Intenté
transmitirte que no está en nuestras manos negar la presencia de algunos
árboles indeseados (están ahí, y nuestra única posibilidad es afrontarlos e
intentar metabolizarlos dentro de nosotros mismos, al igual que no está en
nuestra mano modificar nuestra altura, edad o ADN). Esos árboles nos sacan de
un falso sueño: que el tiempo está ahí, a nuestra disposición, sin causar
sobresaltos. Esos árboles son capaces de despertar en nosotros sensaciones y
vivencias que habitan también dentro de nosotros mismos. Ante lo inevitable de
unos árboles indeseados surge entonces con más fuerza que nunca la capacidad de
vivir la vida con mayor energía y hondura que antes.
José Hierro lo expresa
muy bien al final de un poema (Respuesta) que te he enviado y habrás
leído/escuchado (hice canción del poema) más de una vez:
Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber que me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras
como tú me entendieses.
Si lo pensamos
bien, no hay nada que temer. Pase lo que pase, sean cuales fueren los
resultados de esas pruebas, tienes en tus manos el tesoro de la vida. Me
dijiste ayer también que temes el dolor proveniente de determinadas dolencias.
El dolor ya no tiene por qué existir en las sociedades donde vivimos algunos
seres humanos privilegiados: hay fármacos que lo borran, si así lo quieres. No
pasará realmente nada, créeme. Descubrirás solo que tu mirada abarcaba antes la
espesura lejana de árboles, y ahora te puede tocar abrazarte a lo que tienes y
a lo más cercano. Eso no es una limitación, sino una riqueza sobrevenida. Somos
muchos y muchas los/las que te queremos, te cuidaremos si lo necesitas y te
tenderemos la mano para que des el salto acompañada al árbol que prefieras.
Sólo quiero
decirte ahora que te quiero
Besos, abrazos
y vida
Antonio
Sabias palabras.
ResponderEliminarHermosísimo, muy realista y muy sabio, en efecto.
EliminarY no son falsas palabras, ni consejos alejados de la experiencia lo que aquí trasmite Antonio. Percibo que es producto de su propia situación personal, de su propia elección, de su propia actitud vital.
Gracias Antonio por lo que le dices a tu amiga (nos lo dices también a los que te leemos) y por como lo dices.
Ana L P