Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Hace 100 años nació Albert
Camus, pensador, escritor y hombre radicalmente comprometido. Amó al ser
humano con todas sus fuerzas y amó sobre todas las cosas su libertad y su
rebeldía. No fue a grandes colegios y universidades: su madre, una menorquina
analfabeta, le enseñó el castellano y el catalán (denominado ahora “lapao” por
el Gobierno aragonés PP-PAR), y también a abrir los ojos a la belleza y la
fuerza de la naturaleza. De su padre, muerto en la Primera Guerra Mundial,
apenas si conservó una fotografía. Sin embargo, Albert Camus demostró siempre
ser agradecido con sus maestros: dedicó el Premio Nobel de Literatura de 1957 a
su profesor de filosofía en su instituto de Argel, que le inició en el
pensamiento de Nietzsche. Hoy el
ministro Wert negaría una beca a
Albert Camus por no haber demostrado su excelencia académica y dedicarse además
a una de las asignaturas más arrinconadas en la LOMCE: la filosofía.
Camus resistió a cualquier presión. De hecho, emigró a París
como redactor de un periódico porque el Gobierno francés en Argelia maniobró
para que no pudiera encontrar trabajo y quitárselo de encima. Años más tarde, a
pesar de una masa amenazante y vociferante de patrioteros franceses, abogó por
que el ejército francés y los independentistas argelinos respetaran y
protegiesen a la población civil,
sometida a la miseria y la violencia de un conflicto en que los argelinos
exigían su derecho a ser ellos mismos. De hecho, Camus es partidario
innegociable de la noviolencia, proponiendo la vía alternativa de “repensar la
vida”, dejar que la vida nos sorprenda y nos empape cada día en una constante
revolución interior y exterior, quedando así inmersos siempre “en el tiempo que observamos y el tiempo que nos
transforma”.
Camus creó y transmitió ideas cada día de su vida,
enfrentándose a las ideologías y los dogmatismos de cualquier signo, a los
sistemas abstractos que desdibujan la humanidad de los seres humanos. Cada uno
de nosotros es Sísifo, llevando a
cuestas una gran roca que hemos de subir hasta la cima de una montaña y que
inexorablemente rodará una y otra vez hasta el valle para que reemprendamos el
mismo camino con la misma carga y hacia el mismo destino. Sin embargo, Camus no
lo ve como una desgracia, sino como “un gozo silencioso”, pues a Sísifo le
pertenece su propio destino, su roca es todo lo que posee y la “lucha por
alcanzar las cimas basta para llenar el corazón de un hombre”.
Se deleita con el placer de sentir bajo los pies la arena
blanca y cálida de Orán, su luz casi cegadora, el viento, las olas y las
gaviotas. Camus ama la vida, a condición de que se despliegue siempre en
libertad incondicional. También abre sus brazos al bello canto de la muerte: de
hecho, “la belleza ayuda a vivir, también ayuda a morir”. ¿Acaso un hombre no
es “esa fuerza que siempre termina derrocando a los tiranos y a los dioses?”
–escribe, pues “de nosotros depende crear a Dios. El creador no es él. He ahí
toda la historia del cristianismo. Porque solo tenemos una forma de crear a Dios:
llegar a serlo”.
No nos es humanamente posible la neutralidad, pues formamos
parte de la comunidad y cada uno porta consigo la desgracia del mundo, “la
peste”, también la responsabilidad de oponernos a la fuerza bruta que ejerce el
poder contra tantos seres humanos. “No se puede vivir de espaldas al
sufrimiento ajeno, no puede silenciarse la opresión. El testigo no es ciego”,
escribe Camus.
Por último, Camus fue colaborador en diversos periódicos a
lo largo de su vida. En un texto hasta ahora inédito, publicado recientemente
en El País, establece cuatro ejes fundamentales para que un periodista libre no
vea hurtada su libertad: lucidez, rebeldía, ironía y obstinación. Lucidez
frente a “los mecanismos del odio, de la ira y el culto a la fatalidad” y así no
escribir nada “que pueda excitar el odio o provocar la desesperanza”. En
segundo lugar, desobediencia y resistencia “frente a la estupidez”, porque “si
no puede decir todo lo que piensa, puede no decir lo que no piensa o lo que
cree que es falso” y “todas las presiones del mundo no harán que un espíritu un
poco limpio acepte ser deshonesto”. En
tercer lugar, “la ironía es un arma sin precedentes contra los demasiado
poderosos. Completa a la rebeldía en el sentido de que permite no solo rechazar
lo que es falso, sino decir a menudo lo que es cierto”. Por último,
“obstinación para superar los obstáculos que más desaniman”, a saber: la
constancia en la tontería, la abulia organizada, la estupidez agresiva”.
Como
escribe Camus, “no
camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que
no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo”.
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