Marisol, Indira y el perroflauta
motorizado han estado hoy en el portal, sin que apenas nadie se detuviera,
salvo los habituales de cada día. El frío ha ido aminorando a medida que
avanzaba la mañana y la charla, siempre animada, ha hecho que el tiempo volase.
Los tres han estado allí, con conciencia de estar siendo y haciendo lo que deben.
La primera vez que el perroflauta
motorizado escuchó por sí mismo el Tercer Concierto de Brandemburgo quedó absorto
ante una imagen que le acompañó hasta el final del Concierto: millones de
burbujas ascendían en un sola columna por el aire, en una cadena incesante de
sensaciones que penetraban dentro de sí mismo. No sé si ahora tendrás esa misma
sensación:
También Emmanuel Kant escucha,
quieto y quedo, el Concierto. El perroflauta motorizado lo nota emocionado.
Tras un breve saludo, Kant habla pausadamente, masticando cada palabra, y dice:
“Dos cosas llenan ahora y siempre mi ánimo de admiración y respeto, que
cada vez me parecen nuevos y crecientes cuando pienso y reflexiono sobre ellas:
el cielo estrellado que está sobre mí y la ley ética que hay en mí”.
El perroflauta motorizado
reconoce estas palabras. Kant las dejó escritas en la Conclusión de su Crítica
de la Razón Práctica. Y el perroflauta motorizado tiembla de íntima alegría al
estar escuchándolas de labios del propio Kant: Éste prosigue:
“Ambas cosas no son lejanas, sino que están a mi alcance, pues ambas
están vinculadas directamente con la conciencia que tengo de mí mismo, de mi
existencia”.
Una inquilina del portal ofrece
al perroflauta motorizado un “churro calentico”, recién comprado. La gente es buena,
si nadie le impide serlo –piensa el perroflauta motorizado, mientras va
comiéndolo. Kant rehúsa un trozo de churro con un leve gesto de la mano. Y
continúa:
“La primera, el firmamento estrellado, pone de manifiesto mi lugar en el
mundo, en la inmensidad del universo al que pertenezco. Esta visión
inconmensurable del universo aniquila, por así decir, mi importancia como
criatura animal nacida en un planeta donde también ha de morir, me refleja como un punto en el universo, como una brizna
de polvo de estrellas”.
El perroflauta motorizado se
limpia los dedos en el pantalón de esquí que le resguarda del frío. Escucha,
sin perder una sola coma, las palabras que va pronunciando Emmanuel Kant:
“La segunda, la ley ética que hay
en mí, surge de mi yo, de mi
personalidad y pone de manifiesto otro mundo, igualmente ilimitado, con el que
me reconozco enlazado de un modo necesario y universal. El mundo del deber
abrazado libremente como el principio ético necesariamente a seguir para ser coherente
conmigo mismo. En este mundo de la ley ética que hay en mí se eleva mi valor ilimitadamente
como ser inteligente y libre, que hace lo que debe por seguir a su conciencia,
a una conciencia que se rige por un principio ético que quisiera que fuese universal,
para todos en cualquier tiempo y circunstancia”.
“Por eso estamos aquí, Emmanuel…”,
musita el perroflauta motorizado.
Se
pierden por la calle Alfonso las últimas notas del concierto de Brandemburgo nº
3. Kant se va esfumando lentamente.
Acaba la segunda semana del séptimo mes
ante el portal de la Consejera aragonesa de Educación, Universidad, Cultura y
Deporte.
Hasta el próximo día
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