Diario de un perroflauta motorizado, 120
Henri David Thoreau dejó su
cabaña en un bosque cerca de Walden Pond para acompañar durante dos horas al
perroflauta motorizado en la calle Alfonso I de Zaragoza. Había sufrido cárcel
por oponerse a la guerra de exterminio que el gobierno estadounidense llevaba a
cabo contra los indios o a la guerra de anexión contra México que su país
estaba perpetrando.
“Hola, perroflauta motorizado”,
saludó Thoreau, “¿cómo te encuentras
hoy, en plena movida con el Delegado del Gobierno en la tierra donde vives?”.
“Bien, gracias”, respondió el
perroflauta motorizado, “me encuentro especialmente bien. Desde hace un tiempo
estoy pasando por una especie de metamorfosis personal que me proporciona
tranquilidad, sosiego y paz. Sé lo que quiero, procuro hacer cada día lo que
debo. No me recuerdo con tanta fortaleza interior”.
Soplaba el cierzo con verdadera
furia, pero el perroflauta motorizado apenas sentía frío en ese portal de la
calle Alfonso. Se anunciaba una fuerte bajada de la temperatura para el día
siguiente.
“Me alegro mucho”, dijo Thoreau,
“a mí me llovieron golpes, multas, cárceles y condenas por oponerme con todas
mis fuerzas a la esclavitud. Fíjate cómo eran las cosas en mi país en aquello
momentos que si un esclavo negro huido a algún Estado del norte abolicionista
era reclamado por su ‘¡amo!’ de un Estado del sur, las leyes obligaban a que el
esclavo tuviese que volver a la plantación sureña de donde había huido. Puedes
imaginar qué podría ocurrirle a su regreso. Mis conciudadanos de Massachusetts
no me aguantaban, era su constante Pepito Grillo. Y es que personalmente mi
propia dignidad no podía consentir tamañas indignidades con otros seres
humanos”.
“Sí, lo cuentas muy bien en tus
libros Walden y La desobediencia civil. Incluso hubo algún alumno mío que leyó tu
libro e hizo un trabajo sobre Walden.
Tanto es así que incluso uno de las grandes figuras del conductismo, B. F.
Skinner, escribió Walden dos, una
novela de ficción donde describe una sociedad utópica muy sui generis”.
“¿Qué planes tienes, Antonio?”,
interrumpió con cierta brusquedad Thoreau, “¿qué vas a hacer?”.
“Mañana iré, antes de asentarme
en el portal de la Consejera, a la Delegación del Gobierno español en Aragón, y
entregaré este alegato filosófico-político contra la sanción incoada por
negarme a dejar este trozo de calle entre el portal de la Consejera y la joyería
que tienes a tu derecha. Después, al llegar a casa, enviaré una copia a la
Consejera de Educación y lo difundiré también entre mis contactos y por las
redes sociales”, respondió el perroflauta motorizado, a la vez que le entregaba
tres hojas de papel, algo arrugadas.
Henri Thoreau leyó despacio
aquellas hojas.
“Esto lo firmaría yo mismo,
Antonio”, dijo. Se dieron un abrazo fuerte y prolongado. Thoreau volvió a su
cabaña en medio de un bosque cerca de Walden Pond. El perroflauta motorizado
lloró de alegría.
Hasta mañana
Gracias gracias gracias Antonio.
ResponderEliminarEntiendo que te sientas fuerte, pletórico, estás haciendo lo que te dicta tu razón y tu corazón. ¡Eres un VALIENTE!.
Cómo me gusta leerte, qué hueca me pongo.
Gracias Antonio.
Menudo super abuelo se "ha echado" Daniel.
Besos de bizcocho.
Maite.
Gracias a ti, Maite. Eres aire fresco y limpio. Gracias.
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