“Ya se ve la luz al final del túnel”,
proclama Mariano Rajoy. Y como le debe de parecer el símil poco ilustrativo,
predica además sobre las decisiones de su Gobierno en nombre del bienestar
futuro de España, que no le han gustado, pero eran necesarias, sobre los
“resultados” que asoman ya en el horizonte, sobre “la reducción del paro por
primera vez en muchos años”. Desde su púlpito, arroja a las llamas de lo ya
innecesario la linterna con que otrora se iluminaba en el túnel y alardea de
haber puesto “orden en las cosas” con “reformas” y haber sacado “al país de la
situación de crisis”. Mariano no cura enfermos o abre las aguas del Mar Rojo,
pero realiza el milagro del retorno de “la inversión extranjera” y profetiza,
llamado por la voz de la Altísima Troika, nuevas “reformas”. La Troika le
entregó las tablas de piedra de la Ley del cumplimiento de los objetivos de
déficit, y ahora guía a su pueblo hasta la salida del túnel por las sendas de
ajustes de 5.000 millones en 2014 y de unos 35.000 millones hasta 2016.
Si el profeta Mariano yerra en su
aventura de guiar a su pueblo hasta la salida del túnel, advierte de que “es más difícil si no se intenta", pues la persona justa
y buena “es el que tiene éxito a la cuarta o a la quinta, porque se lo ha
trabajado y se ha empeñado". O sea, la salida del túnel, mediante el
riguroso método científico del “trial and error”.
Nos espera, según el profeta Mariano, un
futuro de lo más halagüeño: "el
futuro se llama: España y Europa".
El profeta Mariano, aún bajo los efectos
de la Lophophora williamsii, comúnmente llamada peyote, ve luces y luces al final de
túneles y túneles. Entretanto, a plena luz del día, sin túnel alguno, millones
de ciudadanas y ciudadanos sin empleo y
sin derechos caen y mueren de desesperanza, mientras unos pocos ordenan a sus
esclavos encorbatados que vayan contabilizando las montañas de dinero que
diariamente acumulan. Para esa gente no hay luces ni túneles, sino solo
beneficios ingentes a costa de otros seres humanos.
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