Nada más levantarse, el perroflauta motorizado puso
a un volumen discreto, para no molestar a los vecinos, Rockin Good Way, con
Brook Benton y Dinah Washington.
Mientras
desayunaba, Mairena iba leyendo las noticias del día, riendo a veces, otras
veces denostando del Informe Pisa sobre España. Particular estupor le causaba
la noticia de que España mejora discretamente en Ciencias, Compresión Lectora y
Matemáticas, aunque, al parecer, está aún por debajo de la media de la OCDE, y
muy por debajo de algunos países asiáticos que encabezaban la lista (por
ejemplo, Corea del Sur está a la cabeza de los países ejemplares, según Pisa,
aunque el Informe nada dice de que allí
ha aumentado considerablemente el número de suicidios infantiles y juveniles
por causas escolares y de bajo rendimiento).
“Me cabrea cada vez más el uso manipulador y
artero que se hace del lenguaje.”, comentaba Juan de Mairena en la cocina, “A la desigualdad entre territorios y alumnado según mayor o
menor renta de las familias lo llaman ‘equidad’. ¡Equidad, Antonio! ¿Has oído
bien? ¡Equidad! Se acabó eso de la igualdad.
¡’Libertad, equidad y fraternidad!’”.
“El informe Pisa”, siguió leyendo Mairena, “señala que los alumnos españoles con más
renta aventajan en 34 puntos en Matemáticas a quienes pertenecen a familias
desfavorecidas, una brecha ya existente pero que se ha incrementado en 6 puntos en una década. Aumenta la desigualdad
educativa por razones socioeconómicas, pero también por género (se incrementa
en 7 puntos la diferencia de rendimiento a favor de los chicos en Matemáticas)
y también entre no repetidores y repetidores (los primeros obtienen 102 puntos
más en las pruebas que quienes han repetido curso. ¡Que pena me da el Informe
Pisa!”.
“He leído” apuntó el perroflauta
motorizado, “que hace años tenías proyectado fundar una Escuela Popular de
Sabiduría”.
“Sí”,
confirmó Mairena mientras ayudaba a ponerse el gorro y la bufanda al perroflauta
motorizado, “pero renuncié a este
propósito cuando murió mi maestro, Abel Martín, a quien destinaba la cátedra de
Poética y de Metafísica. Yo me reservaba la cátedra de Sofística. La quise
llamar Escuela Popular de Sabiduría Superior. Y repara bien, Antonio, en que lo
superior no sería la escuela, sino la sabiduría que en ella se alcanzase.
Conviene distinguir. Porque nosotros no decimos: ‘Buena es para el pueblo la
sabiduría’, como dicen: ‘Buena es para el pueblo la religión’ los que no creen
ya en ella. Estos, al fin, dan lo que desprecian, y nosotros daríamos lo que
más veneramos: un saber de primera calidad”.
Mairena no cesaba de hablar en el
autobús, camino de la avenida de César Augusto–Morería,
donde bajaba siempre el perroflauta motorizado. Suena el móvil. Un whatAapp de
Begoña: “Buenos días, papi. ¿Cómo va
Mairena?”. El perroflauta motorizado se sonrió en sus adentros al comprobar
la sincronía que hay entre padre e hija. Mairena continuaba hablando en la
calle Coso, frente a la Audiencia Provincial:
Institución Libre de Enseñanza
“Es
lástima que sean siempre los mejores propósitos aquellos que se malogran,
mientras prosperan las ‘ideícas’ de los tontos, arbitristas y revolvedores de
la peor especie. Tenemos un pueblo maravillosamente dotado para la sabiduría,
en el mejor sentido de la palabra: un pueblo a quien no acaba de entontecer una
clase media, entontecida a su vez por la indigencia científica de nuestras
Universidades y por el pragmatismo eclesiástico, enemigo siempre de las altas
actividades del espíritu. Nos empeñamos en que este pueblo aprenda a leer, sin
decirle para qué y sin reparar en que él sabe muy bien lo poco que nosotros
leemos. Pensamos, además, que ha de agradecernos esas escuelas prácticas donde
puede aprender la manera más científica y económica de aserrar un tablón. Y
creemos inocentemente que se reiría en nuestras barbas si le hablásemos de
Platón. Grave error. De Platón no se ríen más que los señoritos, en el mal
sentido -si alguno hay bueno- de la palabra”.
“Concreta
algo más tu propuesta de Escuela Popular de Sabiduría”, invitó el
perroflauta motorizado a Mairena, aun temiendo que le llovieran reproches por
no respetar el hilo del discurso emprendido. Mairena lo miró durante unos
segundos, asintió con la cabeza y
prosiguió, ya en el portal de la Consejera aragonesa de Educación:
“Esta
escuela tendría éxito en España, a condición -claro es- de que hubiese maestros
capaces de mantenerla, y muy especialmente allí donde el ser humano no se ha
degradado todavía por el culto perverso al trabajo, quiero decir por el afán de
adquirir, a cambio de la fatiga muscular, dinero para comprar placeres y
satisfacciones materiales. Necesitamos
sobre todo un hombre extraordinario, algo más que un buen ejemplar de nuestra
especie; pero de ningún modo un maestro a la manera de Zaratustra, cuya
insolencia ético-biológica nosotros no podríamos soportar más de ocho días. De
nuestra escuela no habría de salir tampoco una nueva escolástica, la cual
supone una Iglesia y un Poder político más o menos acordes en defender y abrigar
un dogma, con su tabú correspondiente, sino todo lo contrario. Nuestro hombre
no tendría nada de sacerdote, ni de sacrificador, ni de catequista, como sus
alumnos nada de sectarios, ni de feligreses, ni siquiera de catecúmenos..
Porque la finalidad de nuestra escuela consistiría en revelar al pueblo, quiero
decir al hombre de nuestra tierra, todo el radio de su posible actividad
pensante, toda la enorme zona de su espíritu que puede ser iluminada y,
consiguientemente, oscurecida; en enseñarle a repensar lo pensado, a saber
críticamente lo sabido y a dudar de su
propia duda, que es el único modo de empezar a creer en algo. Sobre el plan, la
orientación, el método y aun los programas de esa posible Escuela de Sabiduría,
ya hablaremos en otra ocasión”.
Allí se acabaron las explicaciones
de Mairena. Marisol llegó al cabo de un rato y volvió sobre sus pasos para
comprar en Natura de la calle Alfonso un gorro parecido al que se acababa de
comprar por 6,90 el perroflauta motorizado. Poco después llegó Adrián, que está
dando ya sus primeros pasos en la tesis doctoral de filosofía sobre el pensamiento cínico desde Sócrates hasta
nuestros días.
Hasta mañana.
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