Día algo plomizo. Cada vez los
días se parecen más entre sí. Hora y media viendo personas que miran, salvo
excepciones, de soslayo el mensaje del cartel.
A las 12 del mediodía suena el
himno “Bendita y Alabada”, himno del Pilar, desde la Plaza hasta bastante más
allá del centro de la ciudad. Hace años, cuando coordinaba el Movimiento hacia
un Estado Laico (MHUEL) solicitamos oficialmente al Ayuntamiento que no sonase
más el himno, salvo dentro de la basílica, pues los lugares públicos son de
toda la ciudadanía y no hay razón para imponer a todas y a todos con
independencia de su credo o ideología un himno confesional. Se armó un tremendo
escándalo, resultamos proscritos y el himno siguió sonando por el empeño y el
fervor del Consistorio zaragozano, con su alcalde Juan Alberto Belloch a la
cabeza. Ahora, oigo –no escucho- el Bendita y Alabada, y no puedo menos que
sonreírme con cierta amargura: es un signo de cómo va el país, de la caspa
centenaria que porta en sus espaldas.
Hacia las 12,20 del mediodía,
una pareja joven pasó cerca de mí. Llevaban en un cochecito a una niña de unos
dos años y medio, que al cruzarse conmigo y con mi silla me pareció muy seria.
La saludé con voz muy queda. ·”Hola”, le dije despacito. Y ella me regaló la
más preciosa de las sonrisas.
Volví a casa mientras escuchaba
U2 y con el recuerdo maravilloso de aquella niña.
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