Hoy ha sido el primer día.
Tras entregar un escrito en la Delegación del Gobierno en
Aragón, me he plantado a las 11 de la mañana con mi camiseta (“Escuela de todos
para todos”) y mi cartel plastificado (“Escuela publica, sí. Recortes, no”) en
el nº 26 de la calle Alfonso I de Zaragoza, donde tiene el domicilio la actual
Consejera de Educación.
Todo ha transcurrido
con normalidad. Hasta las 12,30, solo se ha acercado un lector de mis artículos y trabajador en un banco
que unos cuantos ocupamos una mañana, con visita y desalojo posterior de la
policía. Unos amigos pasaban por allí y
hemos estado hablando un rato. Incluso una señora bien vestida y gafas oscuras
(no debió de leer bien el cartel…) se acercó para darme un billete de cinco
euros, suponiendo que yo estaba pidiendo allí (“perroflauta motorizado”, me acaba
de escribir un amigo en un entrañable email).
Miles de personas han desfilado ante mí en esa hora y media
de la mañana soleada.
¿La policía? Ha pasado de largo varias veces.
(¿Tendré que aprender a metabolizar la soledad y la
indiferencia?)
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