Segundo día. Sin novedad.
Idrissa, un senegalés que conocí en el juicio a Khalifa, se ha acercado para
contarme que tiene una situación muy mala, que no ve perspectivas de mejora y
que en esos momentos se dirigía al juzgado para hablar con una abogada que
lleva el caso de un compañero detenido por desacato y violencia (en el momento
de ser detenido; cuando huía de la policía un grupo de manteros en la calle
Alfonso, donde nos hallábamos, él y otro más continuaron andando normalmente ,
pues no habían hecho nada y “tienen papeles”, pero dos policías de paisano se
arrojaron sobre uno de ellos, lo arrojó al suelo y lo esposó –“aquí, en este mismo portal”, me decía Idrissa. Ahora
está detenido no sé dónde. No supe qué decirle. Vino otro senegalés, y se fueron
juntos. Yo me quedé allí, con mi impotencia, pensando en Abdullaye, Khalifa,
Idrissa, Amina…
Nada más salir de casa, me puse
a escuchar por mis auriculares las sinfonías de Beethoven. Comencé por la
Primera. Cada vez que había una interrupción, pasaba a la siguiente. Iba por la
Sexta, cuando se acercaron dos chicos jóvenes, estudiantes de Derecho, para
decirme que les parecía muy bien lo que estaba haciendo y si podían hacerme una
foto. Estuvimos hablando un buen rato. Otra vez, iba por la Cuarta, una chica
me sacó una foto y entonces le pedí que me hiciese otra con mi móvil. Es esta, con
el perroflauta motorizado en el portal del domicilio de la Consejera de
Educación.
Al pasar, algunos asentían,
otros lanzaron un pequeño discurso desde media distancia en contra del Gobierno
o de los políticos en general. Yo les miraba y procuré no decir nada. Hoy han
vuelto a desfilar ante mi cartel (“Escuela Pública, sí: Recortes, no”)
centenares o miles de personas durante esa hora y media. Por dentro me bullía
sin descanso la misma pregunta: ¿a qué esperan? ¿creen que la cosa no es tan
grave? ¿que no va con ellos? ¿a qué esperan? El país entero está cambiando de
rumbo, de identidad, de dignidad a cambio de indignidad. ¿A qué esperan?
Hoy me he sentido especialmente
tranquilo y en paz. Mi espíritu estaba sereno y sosegado. En el segundo
movimiento de la Tercera, he cerrado los ojos, y he soñado por unos momentos
que ese cartel, ese mensaje, era muy contagioso, y pronto estaríamos en aquella
calle, ante aquel portal, centenares, miles de personas reivindicando nuestros
derechos y nuestra humanidad.
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