Los habitantes de Catolilandia y adláteres siguen aferrados
a sus preguntas capciosas (“¿Esta usted a favor de la vida?”: si respondes
afirmativamente, estás dando la razón -velis
nolis- a sus tesis; si te desmarcas de sus planteamientos, te colocan de inmediato
en las filas de los que NO están a favor de la vida y SÍ están a favor de ¡la
muerte!). Sin embargo, esa pregunta capciosa, de tan fundamentalista, no dice
nada: vida es todo estado de la materia dotada de estructuras moleculares
específicas que permiten desarrollarse, adaptarse a un ambiente, reproducirse y
subsistir hasta su acabamiento, dando lugar a otros organismos vivos de
características específicas similares. Estar a favor de la vida abarca a la bacteria,
al geranio que hay en algún balcón, a la anémona de mar, al perro que es sacado
diariamente a pasear, a los niños que salen del colegio o al bogavante que
dentro de un mes alguien comerá con arroz en un restaurante. Estar a favor de
la vida es también tomarse una aspirina para sentirse mejor o comprar papel
reciclado para salvaguardar árboles y bosques.
Sin embargo, la pregunta capciosa tiene otras miras en
Catolilandia. La vida queda circunscrita en su pregunta a la vida humana, si
bien eso tampoco es totalmente verdadero: pasan de puntillas por que
achicharren a un ser humano en la silla eléctrica, o que mueran centenares de
miles de seres humanos en una guerra tan hipócritamente preventiva como
mentirosa, o que mueran decenas de miles de seres humanos de disentería,
malnutrición o malaria, o que millones de personas pierdan el empleo y la casa
y la esperanza a manos de los amos del dinero y de la guerra. Así, en una
manifestación “pro vida” a los sones del frufrú de las sotanas, ni una pancarta
hay de “No a la guerra” o “Stop Desahucios” o “Esto no es una crisis, es una
estafa”.
En Catolilandia se
han especializado casi exclusivamente en aquellos casos en que una mujer decide
libre, responsable y dolorosamente interrumpir su embarazo. El aborto es en
Catolilandia como el diablo en el reino de los cielos, aunque algunas de sus
decorosas mujeres hayan viajado antaño a lugares donde se practicaba el aborto
para interrumpir un vergonzante embarazo e incluso por presión de sus propias y
pías familias. Ahora ya no viajan más: tienen las clínicas en su propia ciudad
y solo precisan ya de unas cuantas gotas de santa discreción.
Quieren tanto a los niños por nacer y recién nacidos que
incluso organizaron caritativas redes de robo de niños a fin de arrebatarlos a
madres poco afines a Catolilandia y depositarlos en los brazos de buenas
familias practicantes. Quieren tantísimo a los niños que muchas diócesis
católicas de Estados Unidos, Holanda, Alemania… se han quedado en la ruina de
tanto pagar indemnizaciones a las víctimas de abusos sexuales a manos de sus
pastores y guías espirituales. En Irlanda no fue este el caso, porque fue el
Estado mismo el que asumió el pago de todas esas indemnizaciones.
Subyace en la pregunta capciosa de Catolilandia un primer
principio que ya no dicen, pero permanece aún en el subconsciente de muchos:
los humanos tienen alma inmortal. Que tienen alma lo decía hace 2.400 años un
tal Aristóteles, al igual que la tienen los vegetales y el resto de los
animales. Los humanos, claro, tenemos alma humana, pero en Catolilandia añaden
un nuevo adjetivo: “inmortal”, amén de “espiritual”.
En su tiempo discutieron si los indios descubiertos por
Colón tenían alma, y tras muchas discusiones resolvieron que sí. Tuvieron que
pasar varios siglos para que admitieran que los negros africanos esclavizados tenían
alma humana (necesitaban mano de obra con trato similar a los animales de tiro
de sus fincas y haciendas). Finalmente, resolvieron que, aunque humanos, su
piel oscura se debía a la maldición de Caín, la maldición de Esaú o la
maldición de Ham, por lo que eran legítimos el racismo y la esclavitud, así
como la prohibición del matrimonio interracial (aunque no la violación
sistemática de mujeres negras). De hecho, hasta 1880, con Alfonso XII, no se
abolió la esclavitud en el reino de España.
Vida humana no es solo ni principalmente respirar, comer,
orinar, defecar o pestañear. La vida humana se despliega como tal en una
compleja y maravillosa estructura de relaciones, valores, aprendizajes,
derechos, obligaciones, actitudes y destrezas que convierten a un determinado
individuo perteneciente a la especie Homo Sapiens y cuya secuencia de ADN está
contenida en 23 pares de cromosomas en el núcleo de cada célula diploide en un
ser humano, en persona, en sujeto de los derechos y obligaciones contenidos en
la Carta Universal de los Derechos Humanos. Algunas mujeres se encuentran en
algunos casos ante el problema de cómo hacer efectiva esa vida humana para sí
misma y para el ser del que está embarazada. Ella decide, solo ella puede y
debe decidir.
Claro que hay que estar a favor de la vida, especialmente de
la vida humana. De esa maravillosa y dura realidad total e inefable que es la
verdadera vida humana.
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