Hoy, 11 de octubre, víspera del
día grande de las Fiestas del Pilar en la ciudad de Zaragoza. Todo el mundo
mira, van mirándose los unos a los otros. El espectáculo no es solo los
oficiantes de la feria, sino los espectadores mismos. Impera la diversión.
Quien no se divierte es un aguafiestas, un soso, un marginal. ¿Cómo el
perroflauta y quienes están hoy en el portal de la Consejera?
“En el
cole la cosa es distinta”, dice un muchacho de unos catorce años, “allí me aburro como un muerto” (sic,
como si los muertos tuviesen la capacidad de aburrirse o divertirse. Mairena
aprovecha el comentario de ese chico para hablar del asunto:
“Las clases suelen ser bastante aburridas, sí”, dice Juan de
Mairena. “Por una hora de clase que llame
la atención y suscite el interés del alumno, aguanta horas y horas de mortal
aburrimiento. E incluyo las clases de mi buen maestro Abel Martín. O quizá
fuera yo el aburrido en las clases de mi maestro, vete a saber…”.
“A propósito, escuchad
lo que acabo de leer esta mañana”, interrumpió el perroflauta motorizado: ‘Cuando yo estudiaba ‘en la universidad,
ningún profesor tenía esa preocupación pagana por la construcción de uno mismo:
se trataba de analizar la evolución de una noción entre dos fechas, de hacer
trabajar la memoria, pero sobre todo de no apelar a la inteligencia. A veces
eran ejercicios de iniciación: había que relacionar una idea con el pasado para
determinar fuentes y encontrar raíces, o con el futuro, para extrapolar
influencias o hacer pronósticos’. Es de Onfray, hablando de los cínicos.
“Hemos de tener presente, si no”,
corroboró Lev Vygotsky, que se ha acercado a las fiestas del Pilar esta semana
y acababa de comprar una cestita de frutas de Aragón, “todo lo que hemos olvidado casi en cuanto nos hemos examinado de ello.
Los contenidos han ido resbalando por nuestra piel, sin penetrar un solo
centímetro en nuestra mente, solo retenidos por una memoria mecánica que
reproducía en el examen lo que se le preguntaba, aunque no hubiéramos entendido
o no nos hubiese interesado nada”.
“Volviendo a la
presunta falta de atención por parte de algunos alumnos”, señaló Noemí,
siempre con su franca sonrisa y sin soltar el cartel que portaba junto al
portal de la Consejera, “es evidente que
a) para prestar atención a alguien hay
que tener como mínimo la esperanza de poder entender lo que está diciendo.
b) Y para entenderlo, hay que estar
interesado en su mensaje”.
“Sin embargo”, intervino
un vendedor de globos grandes y de todos los colores (parecía el Abuelo de Up),
“no todos parecen estar dispuestos a
entender y asumir que para ello no basta con dominar la materia a enseñar o
cumplir con pulcritud las obligaciones docentes, sino que también es preciso
contar con el interés de los alumnos por lo que han de aprender, sembrar en nuestros
hijos la inquietud que les mueva precisamente a prestar atención, a esforzarse
por aprender. En cualquier caso, sería un error creer que el interés por
aprender es un simple requisito que corresponde adquirir e inculcar casi
exclusivamente a los chicos y las chicas y sus familias, y que en todo caso no forma parte de la
entraña misma del trabajo educativo”.
Gabriel acabó en aquellos precisos momentos la limpieza de
los zapatos de un señor entrado en años y tras hacer un agujero más en el
cinturón de una mujer, dejó también su opinión: “Sí, tenéis mucha razón, antes de exigir atención, sería conveniente
dedicar un cierto tiempo a escucharse mutuamente. Lejos de ser una pérdida de
tiempo, serán los minutos más fecundos del curso, pues posibilitarán muchos
otros momentos de verdadera escucha mutua. Ahora bien, para que el alumnado
escuche, hay que conocer antes si quieren escuchar o por qué a veces no quieren
escuchar. Y para ello es preciso antes preguntarles. Más aún, cada profesor
habría de preguntarse a sí mismo si está interesado en escuchar lo que puedan
decirle sus alumnos y alumnas. ¿Dónde puede quedar entonces la alegría de vivir, de
aprender, de saber? Aprender viene siempre asociado a esfuerzo, trabajo,
sacrificio, seriedad y disciplina, pero raramente se habla de alegría y de
placer. Incluso algunos adultos llegan a reprochar la alegría en la escuela (la
dejan para la calle y para el recreo). Sin embargo, nadie aprende lo que no
comprende, al igual que nadie atiende a lo no suscita ningún interés”.
Noemí
quiso acabar el razonamiento que poco antes había iniciado:
“d) ¿Y cómo puede interesar algo si no se
percibe y asume con placer, con gusto, con alegría?
e) ¿Suena todo esto a música celestial o a majadería
en los Ministerios y Consejerías de Educación, en algunas salas de profesores y
despachos de la Inspección educativa? Así va la educación…”
Terminó
de hablar Noemí, y todos guardaron silencio.
Sólo
Pitágoras, que acababa de tomarse un café en el Café Zaragozano rompió el
silencio, diciendo: “No hables hasta que
lo que tengas que decir valga más que el silencio”.
Y todos
entonces siguieron callados. Salvo el perroflauta motorizado, que, mirando
hacia el balcón de la Consejera, cantó una jota tan mal cantada que muchos
interpretaron como una blasfemia cultural. Marisol y él se concedieron diez
minutos para irse antes del portal y hacer algunas cosillas pendientes.
Termina
hoy la 19ª semana en el portal de la Consejera aragonesa de Educación. 95 días.
190 horas. Es viernes, 11 de octubre, víspera del Gran Día previo a la Nada.
Como es
fiesta en la tierra del perroflauta motorizado, dejemos que Labordeta nos cante
a tod@s su Canto a la libertad.
Hasta el
próximo día
A la gente no le gusta que...
ResponderEliminaruno tenga su propia fe...