Antonin Gregory Scalia
tiene 77 años y es Juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos desde que el
Presidente Reagan lo nombró para el cargo. Es considerado como uno de los
pilares del ala conservadora de la Corte Suprema. Según Scalia, la
Constitución debe ser interpretada según la intención original de los
que escribieron el documento. Toma, pues, literalmente en consideración el
texto de la Constitución cuando analiza casos, por lo que ha votado en contra
del aborto y de los homosexuales, e interpreta que la decisión de la Corte de
legalizar el aborto es errónea y debe ser anulada (cfr. Wikipedia).
La semana pasada, según cuenta el
presentador de Televisión Bill Maher en su programa Real Time with Bill Maher, el juez Scalia concedió una extensa
entrevista donde defendió abiertamente la existencia del demonio, que, según
él, es una “persona real” que va por ahí intentando que la gente “no crea en
Dios”. Scalia confiesa además su perplejidad porque, así como el diablo antaño
estaba en todas partes y es mencionado profusamente en el Nuevo Testamento,
ahora ya no se lo ve. Ahonda en el tema diciendo que según nos revela la
Palabra de Dios hacía todo tipo de cosas, como que los cerdos saltasen desde
los precipicios o la posesión espectacular de gente, pero ahora eso ya no suele
pasar.
A un juez del Tribunal Supremo de
los Estados Unidos no se le ocurre que quizá el demonio sea un personaje de
ficción, producto de una época –la época de la redacción de los textos
bíblicos- en que los humanos creían que la tierra era plana, y desconocían
adónde iba el sol por la noche, pues el pensamiento humano no había alcanzado
aún una explicación científica de algunos fenómenos y permanecía en una especie
de infancia intelectual.
Muy al contrario, Scalia explica que
ahora el diablo ya no aparece porque se ha hecho “más astuto”. Sigue haciendo
el mal, pero por astucia nos tienta con la duda de su existencia. Reconoce que
su respuesta puede parecer ingenua, pero para él los creyentes religiosos
suelen pasar por paletos e ingenuos, cuando en realidad solo son y están “locos
por Cristo”.
Personalmente, me da igual que
alguien confiese estar loco por Cristo o por las piruletas de fresa. Me importa
mucho, eso sí, que en ese caso un juez, como el juez Scalia, no tome decisiones
ni interprete las leyes que afectan a los demás y a la ciudadanía en general.
De lo contrario, corremos el peligro de que si Scalia huele una fuga de gas no
se le ocurra otra cosa que llamar a un exorcista. O poniendo otro ejemplo, que
jamás se deje la cuestión del amor y de las preferencias sexuales de una
persona o de cuándo empieza una vida humana en manos de un juez, loco por Cristo
o por quien sea, que cree que el diablo es una persona.
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