Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Hace bastantes años, un hombre bonachón
llamado Dionisio se tomaba de un
trago medio frasco del jarabe que le había recetado el médico por un simple
catarro, aduciendo que si una cucharadita tres veces al día cura, cuánto más
curará un buen trago de jarabe de una sola vez. Los últimos acontecimientos en
materia educativa (huelga y manifestaciones masivas el pasado día 24) me
recuerdan un poco el dudoso proceder de Dionisio.
El 24 de octubre fue una jornada
magnífica donde cientos de miles de personas pusieron de manifiesto en todo el
país su repulsa de la LOMCE, de tanto recorte y del criminal abandono de los
derechos educativos de las clases populares en beneficio de los intereses del
poder, así como su reivindicación incondicional de la educación pública, laica
y de calidad. Sin embargo, llegó el día 25 y surgió con fuerza y con crudeza la
pregunta de qué iba a pasar a partir de entonces con todas esas
reivindicaciones.
El 24 de octubre era un medio, no un fin.
Un medio para tumbar la ley Wert,
para demostrar que el pueblo no quiere la educación multisecular habida en
España para una minoría a costa de la ignorancia de la mayoría. Wert, su ley y
su miope visión de la educación deben irse al carajo, dimitir, no dañar más el
derecho fundamental de educar y ser educado bien. Pero en España no dimite ni
dios, mucho menos el ministro Wert o la Consejera aragonesa de Educación, Dolores Serrat. En España se sirve en
bandeja de plata colegios y universidades privadas (a ser posible, católicos y
pagados por todos) para estratos sociales cuyo acceso está vedado a la mayoría.
El 24 de octubre representó un medio más
para conseguir todos estos objetivos, pero el día 25, día 26, día 27, día 28…
también existen. En las primeras semanas de septiembre comenzó el curso bajo
las directrices de Wert y Serrat, basadas en la tan denostada LOMCE, y nada
pasó: el curso escolar empezó y transcurrió hasta el día 23 en la misma plácida
quietud de los cursos escolares anteriores. A partir del día 25, el curso
escolar ha continuado transcurriendo en la misma calma chicha, con el riesgo
consiguiente de que el día 24 haya sido solo uno de esos gloriosos tragos de Dionisio que dejaba
temblando el frasco de jarabe, pensando que así todo se solucionaba en un solo
día y de un plumazo.
El poder nunca ha regalado nada a no ser que el pueblo se lo haya arrebatado
invocando sus derechos y su necesidad de sobrevivencia. O intimidamos al poder
o todo será inútil. Es el único lenguaje que parecen entender: ceder en algo
para no perderlo todo. El poder no se rinde mediante la violencia (está
deseando ver violencia, para reprimirla con saña, pues es el poseedor de las
pistolas, las porras, los cañones y los aviones). Desde la noviolencia hay que
rendir al poder. Día a día. Día tras día. El 23 y el 24 y el 25 de octubre. Del
1 al 31 de todos los meses de todos los años.
Hay que demostrar que no tenemos miedo y que la razón nos asiste. No
queremos que nos den nada, que nos concedan nada, pues solo reclamamos lo que
nos pertenece. Recurramos día a día, día tras día, a la noviolencia para
violentar de raíz la voluntad del poderoso. Desobediencia civil. Oposición
directa a los planes del poderoso desde las entrañas mismas del sistema. Nos
debe temer. Debe quedar convencido de que o cede o perderá aún más. O así lo
hacemos o la ley Wert y la Reforma Laboral y la Reforma de las Pensiones…
permanecerán.
Somos muchos, somos millones, pero
necesitamos organizarnos, formar un solo
cuerpo para una sola acción contundente, permanente. Esa es la labor esencial
de los sindicatos. No es casual que ya a comienzos de la revolución industrial
estuviera prohibido y fuese calificado como delito penal que los trabajadores
se constituyeran en asociaciones. Nunca deben olvidar los sindicatos el origen
de su propio nombre: todo aquello relacionado con (syn) la justicia y la defensa del ciudadano y la comunidad (dike). A pesar de la molicie y la
escasez de miras de algunos de sus dirigentes, las plataformas, sindicatos y
organizaciones en defensa de la educación pública deben concebir, organizar y
encabezar la lucha diaria contra la LOMCE y
los recortes en materia educativa, así como reivindicar diariamente sin
descanso y sin tregua a pie de calle una educación pública, universal, laica y
de calidad.
Queremos y necesitamos unos sindicatos
fuertes y combativos, una vez que retornen a sus señas de identidad
originarias. Lo que no necesitamos son dirigentes que ofrezcan a la ciudadanía
y a la clase trabajadora un magnífico trago de medicina en un solo día, para
salvar la cara ante la opinión pública y sestear después en los despachos de
sus céntricas y grandes sedes sindicales.
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