Agosto. Vacaciones. Excursiones. Visitas
guiadas. Cada vez más gente en la calle Alfonso, turistas en tropel,
compradores de recuerdos típicos de la ciudad, paseantes, vigilantes, manteros,
buscavidas, personas que van y vienen de la plaza del Pilar… Algunos miran al
pasar, otros se detienen para leer el cartel, mientras miro, aparentemente hierático, a la lejanía
esperando la complicidad o la descalificación o el silencio del otro. Van y
vienen, sí, sin dejar huella, apenas sin regalar una palabra, una mirada quieta
y abierta.
Sin embargo, me llama cada mañana la
atención la mirada de los niños. Hasta los seis o siete años, las niñas y los
niños miran, saludan, ríen, lanzan “holas” y “adioses” con sus manos y sus
labios… sin atenerse a las reglas impuestas
desde el ego social, ese “superyó” que lleva troquelado el “mayor”, el
“adulto”, y que obliga a guardar una “imagen” de sí que no chirríe en un
entorno de cartón piedra. Las miradas de muchos mayores son uniformes, huidizas,
esquivas. La mirada de un niño es siempre una fiesta de la curiosidad
desinhibida, de la diversión sin normas externas.
Quedan clavados en la retina del
perroflauta esos ojos del niño, plenos de asombro, vacíos de prejuicios y
expectativas preformadas. El perroflauta guarda cada día como un tesoro esas
miradas de los niños sobre todo de apenas dos o tres años. Quedan también las
miradas de los niños que ya saben leer, que, movidos por una irresistible curiosidad,
se detienen el tiempo necesario para leer el cartel del perroflauta. No están
presos de trabas internas para rehuir la mirada ajena, para devolver el saludo
del perroflauta. Alguna vez los niños sufren las trabas de los padres que
piensan que ese contacto con el perroflauta no puede traer nada bueno, que hay
que enseñar a ese niño o esa niña que solo debe saludar y contactar a gente
ostensiblemente decente, por lo que de un etéreo empujón lo mandan lejos del
perroflauta.
Dejo de lado ya las miradas de anguila,
escurridizas, hostiles, miedosas, indiferentes… de no pocos adultos, y me que
quedo con que el perroflauta motorizado se
siente bien sobre todo con la mirada de los niños.
Hoy se han acercado cinco o seis niños franceses-españoles,
que pasan una parte del verano en una localidad cercana a Zaragoza. Están al
cuidado de Felicité y con ellos he conversado un ratito delicioso.
Miguel Ángel y su mujer han contado al perroflauta
sus planes y sus andanzas. Miguel Ángel es un incansable estudioso de los
monumentos y los acontecimientos históricos de la ciudad. Le he animado a que
publique en Internet todo ese tesoro, fruto de sus investigaciones.
Víctor, una vez más, ha estado un rato
con el perroflauta, portando un cartel, al final de la mañana.
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