lunes, 26 de agosto de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 62


Esta mañana, unos minutos antes de salir hacia el portal, he recibido por email un mensaje venenoso de gente tenida socialmente por ponderada y sabia, donde se me afea que en este Diario hable casi exclusivamente de perroflautas, indigentes y marginales. No me quitaba de la cabeza ese email en el autobús.
Aún en el bus, descubro en un bolsillo de mi pantalón un papel doblado, pequeño y escrito a lápiz:

Juan de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus alumnos. No olvidemos que éstos eran muy jóvenes, casi niños, apenas bachilleres; que Mairena colocaba en el primer banco de su clase a los más torpes, y que casi siempre se dirigía a ellos”.

Ya en el portal, he reconocido a un viejo amigo y compañero ruso, Lev Semiónovich Vygotsky, que hace ya bastantes años me estuvo explicando qué era eso de constructivismo en piscología. Gracias a él, nunca pude dar una sola clase en la que el alumnado pudiera estar desinteresado y aburrido, pues de ellos dependía su vida misma. 

Vygotsky tomó uno de los carteles que guardo en la mochila de mi silla (“Escuela pública, laica y de calidad”, se leía en el cartel) y me refrescó la memoria: el gran Ludwig Wittgenstein, con su Tractatus debajo del brazo y una montaña de fama y admiración sobre su cabeza, decidió recluirse en una pequeña aldea de los Alpes austríacos y allí ejercer como maestro de los niños de la zona. A los pocos meses, comenzaron los conflictos y los mismos padres y madres de su alumnado no le permitieron seguir enseñando a sus hijos, a causa del rigor y los duros castigos (también físicos) que el gran pensador infligía a aquellos niños. En su fuero interno, Wittgenstein pensaría que estaban equivocados, que no daban la talla y eran incapaces de comprender sus enseñanzas.  El gran pensador de la época contemporánea era, pues, un ignorante de lo más elemental y maravilloso que puede existir en un aula: la mente y el alma de un niño o de un muchacho.

Me percaté entonces de que había algo más escrito en ese papel:
“El papel lo ha introducido Vygotsky en el bolsillo de tu pantalón. No me resisto a mandarte este otro mensaje. Ánimo y no rebles. Fdo. Iván Illich”


A Iván Illich, austríaco y polémico como él solo, lo conocí algo tarde en mi vida, pero su tesón siempre me ha servido de acicate. Su mensaje decía: 

“Había un hombre con la cabeza tan pequeña, tan pequeña, tan pequeña… que no le cabía la menor duda...”

Hasta mañana

2 comentarios:

  1. Ese hombre del que habla Iván Illich, debía sentirse muy bien, porque yo, personalmente, cada día tengo más dudas, lo cual me produce una especie de indigestión mental, que me hace sufrir notable dolores de cabeza y, sobre todo, una pertinaz angustia...
    En cualquier caso, gracias, como siempre, por acompañarnos cada día y por servirnos sus hermosas reflexiones...
    Salud, abrazos y adelante.

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  2. "Hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro" (B. Pertwee)

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