Esta mañana, unos minutos antes de salir
hacia el portal, he recibido por email un mensaje venenoso de gente tenida
socialmente por ponderada y sabia, donde se me afea que en este Diario hable
casi exclusivamente de perroflautas, indigentes y marginales. No me quitaba de
la cabeza ese email en el autobús.
Aún en el bus, descubro en un bolsillo de
mi pantalón un papel doblado, pequeño y escrito a lápiz:
“Juan
de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus alumnos. No
olvidemos que éstos eran muy jóvenes, casi niños, apenas bachilleres;
que Mairena colocaba en el primer banco de su clase a los más torpes, y que
casi siempre se dirigía a ellos”.
Ya en el portal, he reconocido a un viejo amigo y compañero
ruso, Lev Semiónovich Vygotsky, que
hace ya bastantes años me estuvo explicando qué era eso de constructivismo en
piscología. Gracias a él, nunca pude dar una sola clase en la que el alumnado
pudiera estar desinteresado y aburrido, pues de ellos dependía su vida misma.
Vygotsky tomó uno de los carteles
que guardo en la mochila de mi silla (“Escuela pública, laica y de calidad”, se
leía en el cartel) y me refrescó la memoria: el
gran Ludwig Wittgenstein, con su Tractatus debajo del brazo y una montaña de
fama y admiración sobre su cabeza, decidió recluirse en una pequeña aldea de
los Alpes austríacos y allí ejercer como maestro de los niños de la zona. A los
pocos meses, comenzaron los conflictos y los mismos padres y madres de su
alumnado no le permitieron seguir enseñando a sus hijos, a causa del rigor y
los duros castigos (también físicos) que el gran pensador infligía a aquellos
niños. En su fuero interno, Wittgenstein pensaría que estaban equivocados, que no
daban la talla y eran incapaces de comprender sus enseñanzas. El gran pensador de la época contemporánea
era, pues, un ignorante de lo más elemental y maravilloso que puede existir en
un aula: la mente y el alma de un niño o de un muchacho.
Me percaté entonces de que había algo más escrito en ese papel:
“El papel lo ha introducido Vygotsky en el bolsillo de tu
pantalón. No me resisto a mandarte este otro mensaje. Ánimo y no rebles. Fdo.
Iván Illich”.
A Iván Illich, austríaco y polémico como él solo, lo conocí
algo tarde en mi vida, pero su tesón siempre me ha servido de acicate. Su
mensaje decía:
“Había un hombre con la
cabeza tan pequeña, tan pequeña, tan pequeña… que no le cabía la menor duda...”
Hasta mañana
Ese hombre del que habla Iván Illich, debía sentirse muy bien, porque yo, personalmente, cada día tengo más dudas, lo cual me produce una especie de indigestión mental, que me hace sufrir notable dolores de cabeza y, sobre todo, una pertinaz angustia...
ResponderEliminarEn cualquier caso, gracias, como siempre, por acompañarnos cada día y por servirnos sus hermosas reflexiones...
Salud, abrazos y adelante.
"Hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro" (B. Pertwee)
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