El perroflauta y Mairena escuchan
Petrushka, de I. Stravinski, un ballet donde Petrushka y el Moro, enamorados
ambos de la Bailarina, luchan y sufren por amor hasta el acabamiento. Son
polichinelas, muñecos de trapo y serrín, manejados por el Mago. Obra dulce y
amarga, llena de una maravillosa musicalidad. Si quieres ver la Primera Escena
(son cuatro, que puedes encontrar en YouTube, por ejemplo), aquí la tienes.
Fluye el tiempo, ese río de Heráclito en
el que no puedes nadar dos veces sin que haya sido suplido por otro río. Fluye
y fluye el tiempo. Pocos días, quince, para que nazca Valentina, con cuya
madre, Claudia, profesora interina, he tenido unos minutos muy agradables de
conversación ante el portal, junto con Víctor, ese luchador incansable en
tantos frentes. 2 horas diarias, de lunes a viernes. 10 horas semanales. 40
horas al mes. 120 horas en estos tres
meses ante el portal de la Consejera. Y las que quedan…
“Me estás decepcionando", me dice Martin
Heidegger, “tanto leer y releer mi obra, especialmente mi libro Ser y Tiempo, y
me sales contando el tiempo mediante un reloj y una calculadora. Sabes bien,
que el tiempo lo eres tú, a la vez que te es el tiempo”. “Vale, vale, Herr Heidegger”,
respondo, “hoy necesito hablar así del tiempo y de estos tres últimos meses de mi
vida”.
Iba a añadir algo Heidegger, cuando se ha
montando un verdadero alboroto alrededor del perroflauta, pues querían
recordarme la impronta que han ido dejando en mí sobre el tema del tiempo
personas como Bergson, Mann, Hawking, Marx, Jaspers, Lorca, Freud, Nietzsche… “Sí,
sí, lo reconozco”, he logrado decir en medio de la algarabía, “habéis dicho
todos vosotros cosas muy interesantes sobre el tiempo y yo he aprendido mucho
de todos vosotros, pero hoy tengo un calor imponente en esta calle y es tiempo,
llevo cincuenta y tres minutos aquí, viendo desfilar personas, y también es tiempo,
quedan quince días para que nazca una niña, Valentina, y eso es un tiempo precioso,
me pregunto hasta cuándo estaré apostado ante este portal y es tiempo, pienso
con una sonrisa en mi muerte futura y también es tiempo…”.
“Gracias, Antonio”, terció Juan de
Mairena, “por decir lo que estás diciendo sobre el tiempo. ¿Me dejas que te dé
mi opinión –pobre, eso sí, no tan sofisticada y elaborada como todos estos
maestros que tan bien te han ilustrado- sobre cómo veo y vivo el tiempo?”.
Respondí de inmediato, haciendo callar a todos los demás: “Te escuchamos, Juan”.
Y Juan de Mairena habló así ante todos esos filósofos, literatos y científicos:
Y Juan de Mairena habló así ante todos esos filósofos, literatos y científicos:
“¿Cantaría el
poeta sin la angustia del tiempo, sin esa fatalidad de que las cosas no sean
para nosotros, como para Dios, todas a la par, sino dispuestas en serie y
encartuchadas como balas de rifle, para disparadas una tras otra? Que hayamos
de esperar a que se fría un huevo, a que se abra una puerta o a que madure un
pepino, es algo, señores, que merece nuestra reflexión. En cuanto nuestra vida
coincide con nuestra conciencia,, es el tiempo la realidad última, rebelde al
conjuro de la lógica, irreductible, inevitable, fatal. Vivir es devorar tiempo:
esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será
espera de seguir esperando. Porque aun la vida beata, en la gloria de los
justos, ¿estará, si es vida, fuera del tiempo y más allá de la espera? Adrede
evito la palabra “esperanza”, que es uno de esos grandes superlativos con que
aludimos a un esperar los bienes supremos, tras de los cuales ya no habría nada
que esperar. Es palabra que encierra un concepto teológico, impropio de una
clase de Retórica y Poética. Tampoco quiero hablaros del Infierno, por no
impresionar desagradablemente vuestra fantasía. Sólo he de advertiros que allí
se renuncia a la esperanza, en el sentido teológico, pero no al tiempo y a la
espera de una infinita serie de desdichas. Es el Infierno la espeluznante
mansión del tiempo, en cuyo círculo más hondo está Satanás dando cuerda a un
reloj gigantesco por su propia mano”.
Eran las 12,31 de la mañana. “Buen fin de semana”, se despidió Víctor.
“Igualmente”, le respondió el perroflauta.
Hasta mañana.
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