viernes, 23 de agosto de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 60

12 semanas consecutivas ya cumplidas en el portal de la Consejera aragonesa de Educación. Tres meses completos. Parece que fue ayer cuando, lleno de incertidumbre, desplegué por primera vez en el portal el primer cartel por la escuela pública y contra los recortes, quedando convertido en “perroflauta motorizado”, expresión que debo a mi compañero y amigo Fernando, médico de Derecho a Morir Dignamente de Madrid y una excelente persona y profesional.
El perroflauta y Mairena escuchan Petrushka, de I. Stravinski, un ballet donde Petrushka y el Moro, enamorados ambos de la Bailarina, luchan y sufren por amor hasta el acabamiento. Son polichinelas, muñecos de trapo y serrín, manejados por el Mago. Obra dulce y amarga, llena de una maravillosa musicalidad. Si quieres ver la Primera Escena (son cuatro, que puedes encontrar en YouTube, por ejemplo), aquí la tienes.
 Fluye el tiempo, ese río de Heráclito en el que no puedes nadar dos veces sin que haya sido suplido por otro río. Fluye y fluye el tiempo. Pocos días, quince, para que nazca Valentina, con cuya madre, Claudia, profesora interina, he tenido unos minutos muy agradables de conversación ante el portal, junto con Víctor, ese luchador incansable en tantos frentes. 2 horas diarias, de lunes a viernes. 10 horas semanales. 40 horas al mes.  120 horas en estos tres meses ante el portal de la Consejera. Y las que quedan…
“Me estás decepcionando", me dice Martin Heidegger, “tanto leer y releer mi obra, especialmente mi libro Ser y Tiempo, y me sales contando el tiempo mediante un reloj y una calculadora. Sabes bien, que el tiempo lo eres tú, a la vez que te es el tiempo”. “Vale, vale, Herr Heidegger”, respondo, “hoy necesito hablar así del tiempo y de estos tres últimos meses de mi vida”.
Iba a añadir algo Heidegger, cuando se ha montando un verdadero alboroto alrededor del perroflauta, pues querían recordarme la impronta que han ido dejando en mí sobre el tema del tiempo personas como Bergson, Mann, Hawking, Marx, Jaspers, Lorca, Freud, Nietzsche… “Sí, sí, lo reconozco”, he logrado decir en medio de la algarabía, “habéis dicho todos vosotros cosas muy interesantes sobre el tiempo y yo he aprendido mucho de todos vosotros, pero hoy tengo un calor imponente en esta calle y es tiempo, llevo cincuenta y tres minutos aquí, viendo desfilar personas, y también es tiempo, quedan quince días para que nazca una niña, Valentina, y eso es un tiempo precioso, me pregunto hasta cuándo estaré apostado ante este portal y es tiempo, pienso con una sonrisa en mi muerte futura y también es tiempo…”.
“Gracias, Antonio”, terció Juan de Mairena, “por decir lo que estás diciendo sobre el tiempo. ¿Me dejas que te dé mi opinión –pobre, eso sí, no tan sofisticada y elaborada como todos estos maestros que tan bien te han ilustrado- sobre cómo veo y vivo el tiempo?”. Respondí de inmediato, haciendo callar a todos los demás: “Te escuchamos, Juan”.
Y Juan de Mairena habló así ante todos esos filósofos, literatos y científicos:
“¿Cantaría el poeta sin la angustia del tiempo, sin esa fatalidad de que las cosas no sean para nosotros, como para Dios, todas a la par, sino dispuestas en serie y encartuchadas como balas de rifle, para disparadas una tras otra? Que hayamos de esperar a que se fría un huevo, a que se abra una puerta o a que madure un pepino, es algo, señores, que merece nuestra reflexión. En cuanto nuestra vida coincide con nuestra conciencia,, es el tiempo la realidad última, rebelde al conjuro de la lógica, irreductible, inevitable, fatal. Vivir es devorar tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir esperando. Porque aun la vida beata, en la gloria de los justos, ¿estará, si es vida, fuera del tiempo y más allá de la espera? Adrede evito la palabra “esperanza”, que es uno de esos grandes superlativos con que aludimos a un esperar los bienes supremos, tras de los cuales ya no habría nada que esperar. Es palabra que encierra un concepto teológico, impropio de una clase de Retórica y Poética. Tampoco quiero hablaros del Infierno, por no impresionar desagradablemente vuestra fantasía. Sólo he de advertiros que allí se renuncia a la esperanza, en el sentido teológico, pero no al tiempo y a la espera de una infinita serie de desdichas. Es el Infierno la espeluznante mansión del tiempo, en cuyo círculo más hondo está Satanás dando cuerda a un reloj gigantesco por su propia mano”.
Eran las 12,31 de la mañana. “Buen fin de semana”, se despidió Víctor. “Igualmente”, le respondió el perroflauta.
Hasta mañana.




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