miércoles, 21 de agosto de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 58


Juan de Mairena ya se quedó algo extrañado al ver al payaso de la calle Alfonso saludar al perroflauta motorizado, cuando se dirigía al portal de la Consejera, dándole ánimos con el pulgar hacia arriba y agitando los brazos: “¡Ánimo, compañero! ¡Eres un campeón!”. Pero su sorpresa fue aún mayor cuando un coche de la policía nacional se paró al poco de llegar frente al perroflauta, y el conductor le preguntó:
-¿cómo sigue todo?
-Bien, bien –respondí
- Me alegro. A seguir así, ¿vale? Y mucho ánimo –añadió el policía, mientras el coche comenzaba a avanzar Coso arriba.
“No podía imaginarme una cosa así”, dijo Juan de Mairena, “Ya ves..”, contesté. “¿Suele ocurrir esto de vez en cuando?”, preguntó. “De vez en cuando, sí”, respondí. El coche era como este:
“Me gustaría mucho oír ahora algo de Brahms”, pidió. E inmediatamente sonó la Tercera Sinfonía de Brahms, opus 90 (Filarmónica de Viena, director : L. Bernstein). Si quieres escucharla, no tienes más que abrir este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=4L0MqnAoEJM. Estábamos aún en el segundo movimiento cuando he tenido la maravillosa sorpresa de ver a Nerea, ex alumna de filosofía y ética, madura, muy inteligente y plena de sensibilidad. Tras cursar Periodismo, ha estado trabajando en Inglaterra y ahora se va a California. Parece que tiene planes concretos de trabajar en Inglaterra. Me he puesto algo triste porque este país se está quedando sin su gente más valiosa. Nos han hecho esta fotografía:
A media mañana, tres italianos, de la Calabria, han estado hablando durante un buen rato con Juan de Mairena y el perroflauta. Les han preguntado cómo van el país y la ciudad de Zaragoza, qué hacía allí un profesor de filosofía convertido en perroflauta (motorizado, es evidente) y qué estaba pensando y haciendo  la Consejera de Educación tras todo ese desastre en el mundo educativo que ha armado. En su italiano cada vez más herrumbroso, el perroflauta les ha explicado que no cree que un día, así por las buenas, la Presidenta de Aragón y la Consejera de Educación se reunieran e inventaran recortar a troche y moche becas de comedor, becas de material auxiliar, becas universitarias, o dejar sin trabajo y sin cobrar durante los meses de verano a miles de profesor@s interin@s. Ambas, a estas alturas de la política nacional e internacional, son unas mandadas más. Se les inocula solo antes dos axiomas que deben repetir como cacatúas. 1) no hay dinero; 2) hay que recortar para salvar la economía del país. Dos falacias como dos catedrales.  Pero les da igual. Lo dice su Partido, el PP. Lo dice el FMI. Lo dice la Europa de los mercaderes. Lo dicen otros muchos. Y además tienen la mayoría absoluta de los votantes aragoneses. Esa es su excusa, su estratagema.
Mientras hablaba el perroflauta, aproveché para explicarle a Juan de Mairena que algo parecido había dejado escrito en mi libro ¿dios? (Ed.  De la Catarata). “Hace muchos años, aún en Madrid, tenía que levantarme cada día a las seis y media de la mañana, a fin de entrar a trabajar en una empresa de ingeniería, en plena calle Fuencarral, a las siete y media en punto. Hacía el trayecto de mi casa hasta la estación de metro Bilbao, con transbordo incluido. Cada mañana, en ese transbordo debía recorrer un largo corredor hasta llegar al andén de la otra línea. En ese trayecto, al final del corredor leía diariamente el mensaje que alguien había dejado escrito en una pared: ‘Doscientos mil millones de moscas no pueden equivocarse: comamos mierda’. Es de esperar que ninguno de los que por allí pasaban y leían el mensaje quedase convencido de tan peregrino argumento, basado también en el consenso universal (de las moscas)”.
Hoy estamos comiendo mierda porque Rudi, Serrat y demás gente del PP están convencidos de la contundencia del argumento. Además, la mierda nos está bien merecida, nos dicen, por haber vivido por encima de nuestras posibilidades.
Juan de Mairena me escuchaba pensativo. Finalmente, respiró profundamente y dijo: “En política, como en arte, los novedosos apedrean a los originales”. Y añadió: “Ah, y también en la vida misma”. Y ni corto ni perezoso, se puso a escuchar el Concierto nº 4, opus 58 de Beethoven. La puedes escuchar, si quieres, aquí, con Daniel Barenboim al piano: http://www.youtube.com/watch?v=Baao02sIFm4
A las 12,15 saludé como tantas otras veces a tres policías (“Policía de Zaragoza”, se leía en su espalda, aunque no eran como los habituales, parecían policías nacionales).
 Uno era altísimo, cerca de los dos metros. Se detuvieron, y la torre uniformada se acercó, leyó el cartel, movió la cabeza, dijo que era una pasada estar en el portal e informar de quién vivía dentro de ese portal. “Respeto su opinión, por supuesto, pero no la comparto”, contesté. El perroflauta estaba agotado de ese barullo y quería solo que aquellos policías se fueran y lo dejaran en paz. La gente empezó a arremolinarse, pues tres policías alrededor de un perroflauta motorizado es algo que no se ve todos los días. Me pidieron que me identificara y les di el DNI; “con mucho gusto”, les dije. Se quedaron algo descolocados y comenzaron a repetir la retahíla de siempre: “comprenda, usted; compartimos que proteste contra los recortes, a nosotros mismos nos han recortado, pero no puede ser que usted esté aquí. Y no lo decimos por usted, sino por otra gente que aproveche que está usted aquí para armar un alboroto o ensañarse contra el portal”. “Llevo tres meses aquí y nada de eso ha ocurrido. En cualquier caso, ustedes me están haciendo responsable de lo que pueden hacer otras personas en el futuro, es decir, de algo que no ha sucedido”. Mientras acababa de escribir el policía superalto, les informé también de que era la enésima vez que me identificaban. “Esto no es método”, dijo el policía (los otros dos se habían retirado unos metros para que la escena llamase menos la atención). “¿Tienen ustedes un método alternativo que realmente sea efectivo en una reivindicación?”, pregunté. “No sé”, respondió, así, sin más. Me devolvieron el DNI y se marcharon.
“¿Qué te parece?”, le pregunté, pero Juan de Mairena no respondió nada: su labio superior temblaba levemente, movía, incrédulo, su cabeza, y sus ojos brillaban de una forma especial. Sus labios musitaron un verso:  “Mi corazón espera también hacia la luz y hacia la vida otro milagro de la primavera”.
“Mi hija Begoña te manda un gran abrazo, Juan”, le dije en voz baja. “Bego está abrazada desde hace años, Antonio. Desde hace años la tengo abrazada”.
Hasta mañana.


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