Juan de Mairena ya se quedó algo
extrañado al ver al payaso de la calle Alfonso saludar al perroflauta
motorizado, cuando se dirigía al portal de la Consejera, dándole ánimos con el
pulgar hacia arriba y agitando los brazos: “¡Ánimo, compañero! ¡Eres un
campeón!”. Pero su sorpresa fue aún mayor cuando un coche de la policía
nacional se paró al poco de llegar frente al perroflauta, y el conductor le
preguntó:
-¿cómo sigue todo?
-Bien, bien –respondí
- Me alegro. A seguir así, ¿vale? Y mucho
ánimo –añadió el policía, mientras el coche comenzaba a avanzar Coso arriba.
“No podía imaginarme una cosa así”, dijo
Juan de Mairena, “Ya ves..”, contesté. “¿Suele ocurrir esto de vez en cuando?”,
preguntó. “De vez en cuando, sí”, respondí. El coche era como este:
“Me gustaría mucho oír ahora algo de
Brahms”, pidió. E inmediatamente sonó la Tercera Sinfonía de Brahms, opus 90
(Filarmónica de Viena, director : L. Bernstein). Si quieres escucharla, no
tienes más que abrir este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=4L0MqnAoEJM.
Estábamos aún en el segundo movimiento cuando he tenido la maravillosa sorpresa
de ver a Nerea, ex alumna de filosofía y ética, madura, muy inteligente y plena
de sensibilidad. Tras cursar Periodismo, ha estado trabajando en Inglaterra y
ahora se va a California. Parece que tiene planes concretos de trabajar en
Inglaterra. Me he puesto algo triste porque este país se está quedando sin su
gente más valiosa. Nos han hecho esta fotografía:
A media mañana, tres italianos, de la
Calabria, han estado hablando durante un buen rato con Juan de Mairena y el
perroflauta. Les han preguntado cómo van el país y la ciudad de Zaragoza, qué
hacía allí un profesor de filosofía convertido en perroflauta (motorizado, es
evidente) y qué estaba pensando y haciendo
la Consejera de Educación tras todo ese desastre en el mundo educativo
que ha armado. En su italiano cada vez más herrumbroso, el perroflauta les ha
explicado que no cree que un día, así
por las buenas, la Presidenta de Aragón y la Consejera de Educación se reunieran
e inventaran recortar a troche y moche becas de comedor, becas de material
auxiliar, becas universitarias, o dejar sin trabajo y sin cobrar durante los
meses de verano a miles de profesor@s interin@s. Ambas, a estas alturas de la
política nacional e internacional, son unas mandadas más. Se les inocula solo
antes dos axiomas que deben repetir como cacatúas. 1) no hay dinero; 2) hay que
recortar para salvar la economía del país. Dos falacias como dos
catedrales. Pero les da igual. Lo dice su
Partido, el PP. Lo dice el FMI. Lo dice la Europa de los mercaderes. Lo dicen otros
muchos. Y además tienen la mayoría absoluta de los votantes aragoneses. Esa es
su excusa, su estratagema.
Mientras
hablaba el perroflauta, aproveché para explicarle a Juan de Mairena que algo
parecido había dejado escrito en mi libro ¿dios?
(Ed. De la Catarata). “Hace muchos años,
aún en Madrid, tenía que levantarme cada día a las seis y media de la mañana, a
fin de entrar a trabajar en una empresa de ingeniería, en plena calle
Fuencarral, a las siete y media en punto. Hacía el trayecto de mi casa hasta la
estación de metro Bilbao, con transbordo incluido. Cada mañana, en ese transbordo
debía recorrer un largo corredor hasta llegar al andén de la otra línea. En ese
trayecto, al final del corredor leía diariamente el mensaje que alguien había
dejado escrito en una pared: ‘Doscientos mil millones de moscas no pueden
equivocarse: comamos mierda’. Es de esperar que ninguno de los que por allí
pasaban y leían el mensaje quedase convencido de tan peregrino argumento,
basado también en el consenso universal (de las moscas)”.
Hoy
estamos comiendo mierda porque Rudi, Serrat y demás gente del PP están
convencidos de la contundencia del argumento. Además, la mierda nos está bien
merecida, nos dicen, por haber vivido por encima de nuestras posibilidades.
Juan
de Mairena me escuchaba pensativo. Finalmente, respiró profundamente y dijo:
“En política, como en arte, los
novedosos apedrean a los originales”. Y añadió: “Ah, y también en la vida
misma”. Y ni corto ni perezoso, se puso a escuchar el Concierto nº 4, opus 58
de Beethoven. La puedes escuchar, si quieres, aquí, con Daniel Barenboim al
piano: http://www.youtube.com/watch?v=Baao02sIFm4
A
las 12,15 saludé como tantas otras veces a tres policías (“Policía de Zaragoza”,
se leía en su espalda, aunque no eran como los habituales, parecían policías
nacionales).
Uno era altísimo, cerca de los dos metros. Se detuvieron, y la
torre uniformada se acercó, leyó el cartel, movió la cabeza, dijo que era una
pasada estar en el portal e informar de quién vivía dentro de ese portal.
“Respeto su opinión, por supuesto, pero no la comparto”, contesté. El
perroflauta estaba agotado de ese barullo y quería solo que aquellos policías
se fueran y lo dejaran en paz. La gente empezó a arremolinarse, pues tres
policías alrededor de un perroflauta motorizado es algo que no se ve todos los
días. Me pidieron que me identificara y les di el DNI; “con mucho gusto”, les
dije. Se quedaron algo descolocados y comenzaron a repetir la retahíla de
siempre: “comprenda, usted; compartimos que proteste contra los recortes, a
nosotros mismos nos han recortado, pero no puede ser que usted esté aquí. Y no
lo decimos por usted, sino por otra gente que aproveche que está usted aquí
para armar un alboroto o ensañarse contra el portal”. “Llevo tres meses aquí y
nada de eso ha ocurrido. En cualquier caso, ustedes me están haciendo
responsable de lo que pueden hacer otras personas en el futuro, es decir, de
algo que no ha sucedido”. Mientras acababa de escribir el policía superalto,
les informé también de que era la enésima vez que me identificaban. “Esto no es
método”, dijo el policía (los otros dos se habían retirado unos metros para que
la escena llamase menos la atención). “¿Tienen ustedes un método alternativo
que realmente sea efectivo en una reivindicación?”, pregunté. “No sé”,
respondió, así, sin más. Me devolvieron el DNI y se marcharon.
“¿Qué
te parece?”, le pregunté, pero Juan de Mairena no respondió nada:
su labio superior temblaba levemente, movía, incrédulo, su cabeza, y sus ojos
brillaban de una forma especial. Sus labios musitaron un verso: “Mi
corazón espera también hacia la luz y hacia la vida otro milagro de la
primavera”.
“Mi hija Begoña te manda un gran abrazo,
Juan”, le dije en voz baja. “Bego está abrazada desde hace años, Antonio. Desde
hace años la tengo abrazada”.
Hasta mañana.
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