Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Antes se andaban con cuidado, aunque su
ambición era la misma: buscaban el máximo beneficio posible, pero no tenían más
remedio que respetar a la clase trabajadora y negociar convenios, subir
salarios e incluir a todo el personal laboral dentro de la Seguridad Social, de
tal forma que se podía pensar con cierta tranquilidad en el futuro a medio o
largo plazo. Ahora, sin embargo, están desatados: el FMI, el Comisario Europeo de Asuntos
Económicos y Monetarios, Olli Rhen,
Bruselas, el Gobierno español y la CEOE pretenden despedazar como escualos los
restos que aún quedan tras la Reforma Laboral del PP, rebajando un 10% el
sueldo de la ciudadanía, cambiando el contrato a tiempo completo a otro a
tiempo parcial, recortando derechos laborales y precarizando aún más el empleo
en España.
A los sindicatos les parecen tales propuestas “una
indecencia” y los partidos de la ¿izquierda? también las rechazan
vehementemente, pero el dinero actúa como las termitas: degrada todo lentamente
hasta reducirlo a serrín. Ya no bastan las declaraciones encendidas, llevadas
pronto por el viento del siguiente telediario. Al patrón, al banquero, al
gobernante se les tiene que helar la sonrisa en la boca del susto. Ya no vale
reunirse alrededor de una mesa de negociación, hacerse una foto, brindar a la
prensa las consabidas declaraciones, sino enseñar los dientes al son de la
última alarma que alerta que el barco se está hundiendo irremediablemente.
Las grandes entidades financieras y la grandes empresas nos
están tomando el pelo y solo entienden un único lenguaje desde mediados del
siglo XIX. Si, por ejemplo, más del 70% de la deuda española es ilegítima
(corresponde a la deuda de bancos y empresas), móntese una campaña continua de
objeción fiscal contra la deuda pública ilegítima. De igual forma, resulta un
escarnio que el Gobierno no
tenga dinero para mejorar la educación, la sanidad y el bienestar de la
ciudadanía, pero haya inyectado 52.000 millones para salvar al sistema bancario
de su propio detrito acumulado tras estallar la burbuja inmobiliaria. Un ciudadano puede hacer poco
por su cuenta, pero si los partidos de izquierda y los sindicatos no organizan
e impulsan una objeción fiscal y un frente de resistencia radical y noviolento,
¿para que necesitamos entonces partidos y sindicatos?
Las entidades
financieras siguen enrocadas en cuestión de crédito y negociación hipotecaria,
mientras hay más de tres millones y medio de casas no habitadas en España. ¿Por
qué no organizar entonces oleadas continuas y masivas de okupación de
viviendas? Si los partidos de izquierda y los sindicatos son incapaces de hacer
realidad el derecho universal a una vivienda digna, ¿para que necesitamos
entonces partidos y sindicatos?
Resulta obsceno presenciar en numerosas tertulias cómo y
cuánto se habla de hambre y malnutrición infantil y adulta. Mas lo niega en Cataluña y el portavoz
adjunto del PP en el Congreso, Rafael
Hernando, echa la culpa a los padres. Empleemos, pues, el lenguaje que más
les duele. Juan Manuel Sánchez Gordillo
ocupó fincas y confiscó alimentos en dos grandes superficies andaluzas para la
gente hambrienta y más necesitada, por lo que resultó demonizado de inmediato
por la mayor parte de los medios de comunicación. Sindicatos y partidos de
izquierda deben decidir, por ejemplo, si les parecen correctas o incorrectas
las vías reivindicativas del líder de Marinaleda. Lo cierto es que un ciudadano
puede hacer poco solo, pero si los partidos de izquierda y los sindicatos no
organizan una reparto real y justo de los recursos del país, ¿para que
necesitamos entonces partidos y sindicatos?
Quizá sea un masoquista, pero confieso haber leído
detenidamente los Programas Electorales de los partidos más significativos,
incluido el PP. Son Programas impecables, perfectos, redondos. Sin embargo, me
he prometido a mí mismo no volver a leer ningún Programa Electoral más, pues mi
capacidad de tenerlos por creíbles está agotada. Creeré solo lo que hacen cada
día durante los últimos cuatro años. En la calle, en la verdadera y única
calle, codo con codo con la ciudadanía, en la acción concreta y tangible, fuera
de las fotografías, los discursos y las pancartas cabeceras de una
manifestación.
Me fiaré de los sindicatos mayoritarios si previamente
renuncian a las subvenciones directas e indirectas que les llegan desde el poder, si arriesgan
su vida y su hacienda por los derechos y las libertades elementales de los
trabajadores. Creeré a los partidos políticos si van tejiendo, siempre desde la
noviolencia, una red de resistencia y de sublevación noviolentas de la
ciudadanía frente a la injusticia masiva que padece el pueblo, un frente de
desobediencia civil y de boicoteo sistemático de cuanto represente una fuente
de explotación y recorte de derechos y libertades de la ciudadanía. Lo demás ya
sirve de poco, han quedado obsoletas por inútiles las concentraciones y las
manifestaciones, las fotos y las palabras. Y si no lo hacen así, ¿para qué
necesitamos entonces partidos y sindicatos? ¿Seguirán creciendo entonces el
voto en blanco o nulo, y la abstención?
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