50 días en el portal de la Consejera.
Diez semanas completas y consecutivas. La ciudad está medio cerrada, medio
adormilada, atestada de gente curioseando en el centro. Marisol y el
perroflauta motorizado charlan mientras muestran sus carteles y observan a los
viandantes. La policía nos ve (¿mira?) con absoluta indiferencia: pasa una
pareja tras otra, paseando plácidamente, sin la menor intención de que le rompa
nadie la rutina de nada. 50 días… Y los que quedan…
Un hombre alto y bien entrado en la
madurez lee nuestros carteles y lanza un buen chorro de veneno: entre otras
cosas, los universitarios están en la entrada de sus facultades bebiendo
litronas, así que menos hablar de la universidad, y muchos padres guardan
dinero en sus casas, y se quejan sin motivo de que no hay becas de comedor. En
fin, que todo es un cuento de Calleja, que él conoce bien el percal. Marisol
recomienda silencio e indiferencia. El perroflauta dice a aquel hombre que
disiente profundamente de su posición, pero la respeta. A renglón seguido, se
declara en las antípodas. El energúmeno mental se va.
Una mujer joven escucha todo en su silla
de ruedas, apostada en el escaparate de la joyería de al lado, y anima al
perroflauta y a Marisol, pues está dolida y asombrada Sus palabras son todo un
lenitivo. Marisol y el perroflauta coinciden en que es una mujer dulce, serena
y con la cabeza bien amueblada. Cuenta que da clases de confección de anillos y
otras cosas al estilo medieval. Una voz interrumpe su narración: su madre se la
lleva a cajas destempladas, lo que da mucha pena al perroflauta motorizado y a
Marisol.
Una pareja joven, ambos profesores en
Valencia, se quedan un rato charlando. Sus hijos (6 y 8) no paran de hablar. Su
vitalidad e inteligencia son enormes. “No lo dejéis, seguid así”, se despide
así el de ocho. Y una ráfaga de aire fresco recorre la calle Alfonso de
Zaragoza.
Dos chicas interinas preguntan y cuentan.
Una de ellas acaba de sacar las oposiciones de Primaria. Se solidarizan, pero
se van. Se van, igual que la pareja de interinos que saludaba al perroflauta
cuando aún estaba solo en el portal. Saludan, animan y se largan como si la
cosa no fuera con ellos. Están de vacaciones, y no tienen intención alguna de
dejar de estarlo. Pasa también una pareja de hombres, uno de ellos con la
camiseta verde de Marea Verde. Marisol y el perroflauta saludan a distancia,
pero el hombre mira y no hace ademán alguno de darse por enterado. Una enorme
nube negra cubre entonces la calle Alfonso I de Zaragoza.
A las doce y pico, al poco de invadir la
vía pública el cántico confesional del Bendita y Alabada (¿ninguna confesión
tendrá carácter estatal?), un chico joven se detiene y pregunta. Es Johan,
danés, que está recorriendo España, y se interesa por el estado del pueblo
español con la crisis y cuenta cómo está Dinamarca (las diferencias son algo
más que notables). El perroflauta y Marisol se quedan hablando con él hasta
cerca de las 13 horas. Luego, vuelven a encontrarlo y le invitan a unas tapas
en el Tubo zaragozano.
Finalmente, Marisol y el perroflauta
celebran con una sencilla comida en El Refugio del Tubo el verano y la
variación en el escrache ante el portal de la Consejera: Marisol se va de
vacaciones y el perroflauta se quedará solo, con su perro, su flauta y su silla
motorizada aún por tunear, por la escuela pública y contra los recortes, a la
espera de que haya otr@s much@s con él cada mañana en el portal de la Consejera
aragonesa de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.
Hasta el lunes, 11 semanas ya.
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