El País 4 de agosto
Susan George se levanta de la elegante mesa
de madera de su silencioso apartamento parisiense, taza de té en mano, y se
acerca a la biblioteca. Rebusca entre sus libros. Entresaca El Minotauro
global,del economista griego Yanis Varoufakis. “Aquí está”, dice,
satisfecha. “Pero esto solo es para yonquis interesados en las finanzas, como
yo”, bromea. Sí, el mundo de las finanzas. Una de sus obsesiones, uno de sus
caballos de batalla. La politóloga, filósofa y escritora norteamericana,
afincada en París desde 1954, lleva toda la vida luchando, agitando
conciencias. En los noventa lo hizo desde Greenpeace. Entre 1999 y 2006, como
vicepresidenta en Francia de la Asociación para la Tasación de las
Transacciones Financieras y la Ayuda al Ciudadano, organización que promueve el
control de los mercados financieros. “Más vale que pongamos bajo control a
estos locos”, dice en alusión a los banqueros en un momento de la entrevista,
“¡hacen lo que quieren y los Gobiernos les animan a seguir haciéndolo!”.
A sus 79 años, Susan George es una mujer
elegante y cultivada que habla desde la indignación. Exclama constantemente.
Una especie de sistemático “¡será posible!” late bajo sus afirmaciones cuando
analiza cómo funciona la sociedad en la que vivimos.
Con esa visión panorámica que le otorga su
recorrido vital, la autora de El informe Lugano II (editado por Deusto)
clama su verdad frente a un mundo que avanza, en su opinión, en dirección
equivocada.
Pregunta. ¿Qué está pasando en este mundo en el que vivimos?
Respuesta. ¿Dispone usted de tres horas? Bueno, es relativamente simple. Hemos
permitido al capitalismo hacerse, virtualmente, con cada aspecto de la
existencia humana; tenemos un sistema financiero que está completamente fuera
de control, y ninguna autoridad parece querer controlarlo; hay una carrera
entre las compañías multinacionales para hacerse con los recursos que quedan,
ya sea energía, comida, tierra, agua, metales, oro... Y hace 10 años parecía
que se estaba produciendo una toma de conciencia ecológica, pero eso parece
haber desaparecido completamente.
P. ¿Y cómo explica usted la crisis en la que nos hallamos inmersos?
R. Tenemos una crisis generalizada, una convergencia de varias crisis: la
financiera, la de la creciente desigualdad engendrada por el capitalismo y la
ecológica. Hay una crisis alimentaria y de agua que afecta cada vez a más
gente, no solo a aquello que llamábamos el Tercer Mundo, también a los países
ricos. Y por encima de todo ello está la crisis de la democracia: autoridades
ilegítimas que no han sido elegidas por los ciudadanos son las que crean las
reglas del juego. Hacia eso camina el mundo, y no es una dirección demasiado
bella…
P. En su libro Sus crisis, nuestras soluciones, escribe usted: “La
mayoría de las personas no necesitan más pruebas, ven perfectamente que el
sistema no funciona ni para ellos, ni para sus familias, amigos o país”.
R. Bueno, depende de para quién. Para el 1% del 1% funciona. Y ese 1% del
1% ha decidido, desgraciadamente, que debemos tener desempleo, austeridad,
sufrimiento de la población y pérdida de aquello que la clase trabajadora
conquistó a lo largo de los últimos 50 años.
P. ¿El 1% del 1% es lo que usted denomina como “el grupo de Davos”, los
poderosos del mundo que se reúnen cada año en la localidad suiza? ¿Son ellos
los que deciden realmente, o eso es una teoría conspirativa?
R. No, yo no creo en conspiraciones, yo creo en el manejo de las
situaciones en favor de determinados intereses. No es que ellos se reúnan y
digan: “Bueno, vamos a derribar los derechos que la gente ha conquistado en los
últimos 50 años”. No, ellos se reúnen y dicen: “Tenemos demasiadas cargas
sociales; hemos ganado 10 puntos del PIB en los últimos años y ahora queremos
otros 10”. Se trata de una convergencia de intereses. Luego la ideología
neoliberal genera ideas que la gente se acaba creyendo, como esa que tanto se
ha escuchado en España de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
¡Eso es una tontería!
P. ¿Podría explicar por qué es una tontería?
R. El Estado español no pidió prestado para mejorar la educación, la
sanidad, la cultura o cosas que beneficiaran a la población en general; pidió
para salvar al sistema bancario tras la crisis inmobiliaria. España no estaba
tan endeudada antes de la crisis. Proporcionalmente, estaba menos endeudada que
los virtuosos alemanes, que son los que han sacado uno de esos números
mágicos que aparecen en el Tratado de Maastricht: hay una cifra, el 3%, que
marca el límite de déficit que los países no deben superar; la otra indica que
no hay que endeudarse en más de un 60% del PIB. Nadie sabe de dónde vienen esas
cifras; del Bundesbank, probablemente; pero ¿por qué es un 3% en vez de un 4%,
o un 60% en vez de un 65%? Son cifras arbitrarias que además han sido
rebatidas. Hace poco el FMI dijo que nos equivocamos con el rescate griego. La
ATTAC ha publicado un estudio que muestra que de los 200.000 millones de
dólares (153.000 millones de euros) que se entregaron a Grecia, el 77%, al
menos, fue a parar a los bancos. Todo eso está basado en ideología. El sustento
de la austeridad es una patraña. Sí, una patraña matemática y económica.
P. ¿Y qué habría que hacer para reinventarse el mundo?
La humanidad se
está yendo a tomar viento por las demandas de capital de un sistema productivo
estúpido”
R. Lo primero es poner el sistema financiero bajo control. Está operando
conforme a sus propias reglas y nos va a llevar más allá del borde del
precipicio. Los banqueros usan un lenguaje que los líderes políticos quieren
creer, o no comprenden, no sé. Pero el caso es que acaban haciendo lo que les
viene en gana. Y no serán penalizados, ni irán a la cárcel, ni serán multados;
seguirán haciendo locuras.
P. ¿Son ellos los que detentan el poder real?
R. Sí, claro. Podríamos tener carteles electorales en las calles que
digan: “Vote a Goldman Sachs, ¡elimine al intermediario!”. La banca es
demasiado grande para quebrar, demasiado grande para que encarcelen a sus
responsables; si es así, ¡es demasiado grande para existir! Mejor sería que por
un lado estuviera la banca minorista, y por otro, la banca de inversiones, no
las dos bajo un mismo techo. Y si la banca de inversión quiebra, que quiebre,
¡pero que no jueguen con nuestro dinero!
P. ¿Y qué más habría que hacer?
R. Una vez controladas las entidades financieras, obligar a los bancos a
contribuir a la transición verde. Esta es la idea central. Eso, además,
permitiría crear empleo. Hay que controlar a la banca para que la gente no
pierda sus ahorros, sus seguros, su salario… [RISAS]Probablemente[/RISAS] la
gente esté más interesada en que se controle a estos bastardos por estos
motivos. La otra razón es que hay que construir una sociedad sostenible, hacer
la transición verde en transporte, hogares, agricultura. La humanidad se está
yendo a tomar viento por las demandas de capital de un sistema productivo
estúpido, mal organizado, que permite tremendas desigualdades. Tenemos que
parar el calentamiento tan rápidamente como podamos; salvar las pequeñas
granjas, dar la producción de alimentos a pequeños agricultores ecológicos… Hay
que buscar la manera de sobrevivir. Estamos hablando del futuro de la
humanidad. Ninguna generación en la historia, desde el Homo sapiens, ha
estado enfrentada a un problema de semejante magnitud. Los Gobiernos miran a
otro lado, los presidentes de las empresas piensan que esto ocurrirá cuando
ellos ya no estén aquí… El capitalismo es un sistema que no permite pensar a
largo plazo.
- ¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? “Herman Daly, autor de Para el bien común. Hay libros de ecología muy interesantes, como este, que datan de los años ochenta”.
- ¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? “Controlar a los poderes financieros y conseguir que los bancos financien la transición verde. Se están poniendo parches en el sistema financiero y no se coge el toro por los cuernos”.
- ¿Un libro? The spirit level: why more equal societies almost always do better (Estado de ánimo: por qué las sociedades igualitarias casi siempre van mejor), de Richard Wilkinson y Kate Pickett. “Reducir la desigualdad es lo mejor que cualquier Gobierno puede hacer, y eso queda de manifiesto en este libro”.
- ¿Una cita? “Los que vienen al mundo para no cambiar nada no merecen ni atención, ni paciencia” (René Char, poeta francés).
Susan George suelta su larga parrafada
consciente de que acaba de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo
que quería explicar. Considera que es fundamental profundizar en nuevas formas
de democracia participativa. “La democracia está aplastada por la
especulación”, dice, “y los ciudadanos pueden hacer muy poquita cosa con un
simple voto”.
Su análisis se vuelve sombrío cuando
sobrevuela Europa. Sostiene que la idea que guía a la Unión Europea es la de
las grandes bondades de la privatización. “Acabaremos con un régimen
extremadamente cruel; un régimen de las grandes multinacionales no se va a
preocupar demasiado de la población. Excluirán a la gente como nunca se ha
hecho hasta ahora”. También le preocupa el ocaso del Estado de bienestar. “El
año que viene cumpliré 80 años y no quiero morir en una Francia gobernada por
el Frente Nacional”, espeta.
P. ¿Y cree que eso puede suceder?
R. Creo que están preparando la cama para los fascistas, les están
preparando el bulevar. Mire Aurora Dorada en Grecia. ¡Eche la vista atrás, a
los años treinta! Hitler fue elegido, no lo olvidemos. En el caso italiano,
hubo un golpe, pero Mussolini gozaba del apoyo de buena parte de la población;
y Berlusconi no está muy lejos de Mussolini.
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