Nos saludábamos cada mañana desde hacía
unas semanas. Él, sentado en el suelo de la avenida del Coso, esquina con la calle
Alfonso, y un cartel doblado de cartón donde pide una ayuda por no tener
trabajo ni casa. Hoy me he acercado hasta él. Se llama Venancio, es de Ávila y
me ha emocionado: estrechándome fuertemente la mano, me ha agradecido (ha leído
repetidamente la camiseta verde que siempre porto) que yo, que “estoy mucho
peor que él” siga luchando, que eso le da mucho ánimo y mucha fuerza para continuar
cada día en la vida. “Gracias, Antonio, de verdad, te estoy muy agradecido”. Al
perroflauta, camino del portal de la Consejera, le daba igual ya cuántos
viandantes iban a fijarse en el cartel o a detenerse para saludar o comentar
algo, porque le bastaba con creces servir de acicate y apoyo a Venancio, de
Ávila.
Estaba sacando el cartel de la mochila de
su silla, cuando el perroflauta motorizado se ha llevado una inmensa sorpresa.
“Hola, soy Juan de Mairena”, le ha dicho un hombre que estaba de pie, a su
izquierda, y yo he sabido de inmediato con certeza que era él, el mismísimo
Juan de Mairena. “Vengo a hacerte compañía”, ha seguido hablando, “a partir de
ahora siempre estaré contigo en el portal de la Consejera. Nunca más estarás
solo”. “Gracias, Juan, compañero mío desde hace tantos años, cómo te lo
agradezco”, he acertado a responder. “Anda, pon la Novena, me gustará mucho
escucharla contigo”, me ha pedido, y yo, sin vacilar, la he hecho sonar en mis
auriculares (ahora ya nuestros auriculares: Juan escucha la música también por
mis auriculares).
“Desde que Antonio (Machado, ya sabes) me
dejó solo en Colliure”, continuó Juan de Mairena, “me siento muy solo si vivo
únicamente en las páginas de mi libro. Busco calor y acogida en las mentes y
los corazones de todas las profesoras y profesores, principalmente si son de
Instituto. Ya sabes”, proseguía Juan de Mairena, “que a esos cabrones
seguidores de Franco no se les ocurrió otra cosa que expulsar post mortem a mi
Antonio del cuerpo de catedráticos de Instituto. Por eso os busco, os sigo buscando.
Pero quedáis pocos. No solo se requiere saber con la cabeza para hacernos
revivir a Antonio y a mí, sino hacer que nuestros corazones estén vivos
mediante vuestros latidos y que nuestras vidas no hayan sido en vano si estáis
dispuestos a dar la vida por la libertad y el saber abierto sin límite a todas
las dudas y todas las preguntas. A muchos se les va la fuerza por la boca, pues
eso no se dice, sino se hace. Antonio, estoy ahora contigo aquí para decirte
que nunca te abandonaré, pero tú, por favor, tampoco me abandones”, concluyó.
“Estaré contigo siempre, Juan, puedes estar seguro”, le prometí. “Nuestra
consigna será siempre ‘el hombre no lleva sobre sí valor más alto que el
de ser hombre’, ¿de acuerdo, Antonio?”, propuso. “De acuerdo, Juan”, le dije, y
entonces me sentí muy fuerte y muy feliz.
Sonaban los últimos compases de
la Novena, cuando llegó Marga. “Un momento”, le dije, pues necesitaba dejar
concluir la Sinfonía con toda naturalidad. Marga se marcha mañana al Pirineo.
¡Qué suerte! Deseo que se lo pase muy bien. Se lo merece con creces.
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