lunes, 19 de agosto de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 56


Nos saludábamos cada mañana desde hacía unas semanas. Él, sentado en el suelo de la avenida del Coso, esquina con la calle Alfonso, y un cartel doblado de cartón donde pide una ayuda por no tener trabajo ni casa. Hoy me he acercado hasta él. Se llama Venancio, es de Ávila y me ha emocionado: estrechándome fuertemente la mano, me ha agradecido (ha leído repetidamente la camiseta verde que siempre porto) que yo, que “estoy mucho peor que él” siga luchando, que eso le da mucho ánimo y mucha fuerza para continuar cada día en la vida. “Gracias, Antonio, de verdad, te estoy muy agradecido”. Al perroflauta, camino del portal de la Consejera, le daba igual ya cuántos viandantes iban a fijarse en el cartel o a detenerse para saludar o comentar algo, porque le bastaba con creces servir de acicate y apoyo a Venancio, de Ávila.
Estaba sacando el cartel de la mochila de su silla, cuando el perroflauta motorizado se ha llevado una inmensa sorpresa. “Hola, soy Juan de Mairena”, le ha dicho un hombre que estaba de pie, a su izquierda, y yo he sabido de inmediato con certeza que era él, el mismísimo Juan de Mairena. “Vengo a hacerte compañía”, ha seguido hablando, “a partir de ahora siempre estaré contigo en el portal de la Consejera. Nunca más estarás solo”. “Gracias, Juan, compañero mío desde hace tantos años, cómo te lo agradezco”, he acertado a responder. “Anda, pon la Novena, me gustará mucho escucharla contigo”, me ha pedido, y yo, sin vacilar, la he hecho sonar en mis auriculares (ahora ya nuestros auriculares: Juan escucha la música también por mis auriculares).
“Desde que Antonio (Machado, ya sabes) me dejó solo en Colliure”, continuó Juan de Mairena, “me siento muy solo si vivo únicamente en las páginas de mi libro. Busco calor y acogida en las mentes y los corazones de todas las profesoras y profesores, principalmente si son de Instituto. Ya sabes”, proseguía Juan de Mairena, “que a esos cabrones seguidores de Franco no se les ocurrió otra cosa que expulsar post mortem a mi Antonio del cuerpo de catedráticos de Instituto. Por eso os busco, os sigo buscando. Pero quedáis pocos. No solo se requiere saber con la cabeza para hacernos revivir a Antonio y a mí, sino hacer que nuestros corazones estén vivos mediante vuestros latidos y que nuestras vidas no hayan sido en vano si estáis dispuestos a dar la vida por la libertad y el saber abierto sin límite a todas las dudas y todas las preguntas. A muchos se les va la fuerza por la boca, pues eso no se dice, sino se hace. Antonio, estoy ahora contigo aquí para decirte que nunca te abandonaré, pero tú, por favor, tampoco me abandones”, concluyó. “Estaré contigo siempre, Juan, puedes estar seguro”, le prometí. “Nuestra consigna será siempre ‘el hombre no lleva sobre sí valor más alto que el de ser hombre’, ¿de acuerdo, Antonio?”, propuso. “De acuerdo, Juan”, le dije, y entonces me sentí muy fuerte y muy feliz.
Sonaban los últimos compases de la Novena, cuando llegó Marga. “Un momento”, le dije, pues necesitaba dejar concluir la Sinfonía con toda naturalidad. Marga se marcha mañana al Pirineo. ¡Qué suerte! Deseo que se lo pase muy bien. Se lo merece con creces.


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