Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Muchos dicen:
“este país es una mierda, está lleno de corruptos, y no tiene remedio porque
nadie hace nada”. Cuando explicaba en Bachillerato algunas teorías modernas
sobre el origen de la sociedad, tal como la conocemos, y el contrato social que
supuestamente estructuró esta forma la sociedad, salían a la palestra (la
pizarra y el clima de la clase) Thomas Hobbes y J.J. Rousseau. En
líneas generales, el primero viene a decir que el hombre es un lobo para el
hombre, en un mundo de violencia y rapiña, donde prima la ley del más fuerte,
que siempre intenta ganar y dominar, por lo que los menos fuertes se agruparon
en sociedades para defenderse del fuerte, instituyendo así policía y ejército para
la defensa de la propiedad y del orden.
Para Hobbes, pues, es un principio indiscutible que o pisas o te pisan. Para Rousseau,
en cambio, nacemos buenos y con tendencias naturales a la cooperación, a la
justicia y la solidaridad, pero la sociedad puede corromper esa naturaleza
buena original de cada uno, pues está estructurada en términos de desigualdades
y desequilibrios sociales. Cada curso se montaba en clase une encendida
discusión, donde generalmente Hobbes conseguía más adeptos que Rousseau.
Nos educan desde
niños en la necesidad de defendernos de los supuestamente más fuertes (a los
que se teme y envidia a la vez), de salir vencedores en la carrera de la
competitividad, de subirnos al carro de los ganadores y los fuertes, aunque con
la boca pequeña nos dicen que hemos de ser buenos, sinceros y solidarios.
Muchos dicen:
“este país es una mierda, está lleno de corruptos, y no tiene remedio porque
nadie hace nada”. Y en el mismo saco suelen quedar metidos rojos, azules,
amarillos, conservadores, anarquistas, comunistas, socialistas, fascistas,
políticos, jueces, apolíticos, ladrones, asaltantes, timadores, estafadores,
banqueros, empresarios, sindicalistas, etc. En ese mismo saco, suele quedar
igualmente metida media población, a la que se le atribuye el egoísmo puro y
duro, el deseo de enriquecerse a toda costa y el arte de engañar al personal.
En ese saco, pues, están metidos carpinteros, constructores, fontaneros,
comerciantes, periodistas, tenderos, dueños de bares y restaurantes, abogados,
taxistas, médicos, trabajadores por cuenta propia o ajena, desempleados,
alumnos, profesores y un sinfín más de
personas y profesionales. “Todos son unos chorizos”, suele decirse, lo cual parece
dar permiso para poder hacer lo mismo si se tuviere oportunidad o para quedarse
cruzado de brazos, con la conciencia de estar cargado de razón y ser una
víctima más de la sociedad.
Echo de menos,
sin embargo, que esa gente me dijera por dónde puede continuar el camino, una
vez criticada a conciencia la charcutería universal de chorizos y mangantes.
Pero eso ya no le convendría al poder que controla los medios audiovisuales y
las redes educativas de un país. Al poder le conviene que un país entero
ensordezca de la algarabía que sus habitantes arman cada día criticando a los
demás desaforadamente, sin hacer nada y sin proponer otra alternativa a cambio.
En realidad, todo
mejoraría realmente si tuviéramos conciencia de que eso llamado “país” existe ante
todo y sobre todo en cada uno de nosotros. Estoy convencido de que la inmensa
mayoría de la ciudadanía es buena y quiere ante todo y sobre todo vivir en un
mundo de paz, libertad, justicia, igualdad, distribución equitativa de los
recursos existentes, solidaridad y autonomía. Si cada uno se atreviese a decir
públicamente que quiere un país así, y que cada día se esforzará por llevar a
cabo el país que lleva dentro de sí mismo, caeríamos en la cuenta de que somos
la inmensa mayoría, por mucho que desde el poder se intente inocular
diariamente el miedo, la desesperanza y la desconfianza.
Para cambiar el
mundo no hay que hacer cosas extraordinarias, sino solo librarnos de prejuicios
y tópicos, de excusas y dilaciones, y empezar a construir desde dentro el mundo
que se deseamos. Millones de personas unidas podemos mucho más que todas los
bancos, multinacionales, ejércitos e instituciones dedicadas a cualquier
modalidad de lavado de cerebro. Millones de personas unidas con un mismo
objetivo y por unos mismos derechos y valores quizá tenemos poco interés informativo, pero logramos
alcanzar así de nuestra verdadera dimensión y nuestro auténtico tamaño como
seres humanos, como seres honestos y coherentes, felices y cabales. Cada una de
esos millones de personas descubre un espacio interior ético, que constituye su
máxima fuente de energía y ofrece momentos sosegados e intensos de esperanza y felicidad.
Estoy plenamente
convencido de que la inmensa mayoría de carpinteros, constructores, periodistas,
fontaneros, abogados, comerciantes, tenderos, dueños de bares y restaurantes,
médicos, taxistas, trabajadores por cuenta propia o ajena, desempleados,
alumnos, profesores y un sinfín más de personas y profesionales somos buena
gente y queremos vivir entre buena gente. Manos, pues, a la obra.
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