Hoy
el perroflauta ha estado solo debajo del puente que le sirve de cobijo, con su
perro dormitando y su flauta dentro de la mochila. Hay gente supuestamente
progre que habla, escribe, opina y recibe aplausos y comentarios debido a su supuesta
progresía, pero no quieren saber nada de perroflautas, pues simplemente referirse
o valorar a un perroflauta es ponerse en una situación incómoda ante el poder y
los poderes, ante el jefe que malpaga o ante la gente que duerme bajo cubierto.
Hoy
una señora de Montalbán ha estado
contándole al perroflauta lo mal que lo está pasando la gente minera por esas
tierras de Utrillas, Ariño y toda la cuenca minera turolense. Poco después, un
hombre le ha saludado diciendo: “a la pública van los listos, a la privada los
tontos”. “Hombre, ya será menos”, le ha contestado el perroflauta. Finalmente, este
ha logrado adivinar el mensaje real que aquel hombre quería transmitir: el
profesorado de la pública pasa por una oposición objetiva, mientras el de la
privada es contratado a dedo o según le plazca al director. El perroflauta ha
desistido pronto de matizar el planteamiento de su interlocutor. Por eso ha
visto con alivio cómo se despedía y se alejaba camino de la plaza del Pilar.
Hoy
el perroflauta ha saboreado la Octava de Beethoven, en recuerdo y homenaje a
Javier, que ha encontrado casa y que escucha también con deleite esa Sinfonía.
Hoy ha pensado de principio a fin en el aforismo griego inscrito en el pronaos del templo de Apolo en
Delfos: “Conócete a ti mismo” (γνῶθι
σεαυτόν, nosce te ipsum).
Para
intentar comprender el mundo y la vida hay que penetrar en uno mismo, situarse
–desnudo- ante la verdad de uno mismo, amarse como se es, superarse siempre.
Conocerse a sí mismo es re-conocerse en el mundo, como perteneciente al
universo y al ciclo de la vida. “Conócete a ti mismo” no es una recomendación
egoísta, egocéntrica, solitaria o solipsista, sino todo lo contrario: es
aprender a verse y sentirse y aceptarse como ser humano entre seres humanos en
el mundo.
No
otra cosa es –o debería ser- la educación: cada minuto de la vida en la escuela
y en el mundo debería ser una invitación y una incitación a contemplar,
observar desapasionadamente y a la vez con mucha pasión, analizar, reflexionar,
querer, desear, amar, decidir, comprometerse en ese mundo y en esa vida con el
resto de los seres humanos. La educación debería ser una excelente fábrica de
perroflautas.
En
la calle o donde fuere, con perro o sin perro, con rastas y trenzas o recién
salido de la peluquería, siempre aseado –sobre todo por dentro-, siempre
contando estrellas mientras escucha el cuento que cuenta el perroflauta que
está a su lado, el perroflauta siempre ama la vida sin adjetivos.
Eso
solo puede ocurrir en la escuela pública. La escuela pública enseña al
perroflauta a que el mejor techo es siempre el cielo muy, muy abierto.
Hasta
mañana.
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