Ayer y hoy he ido recibiendo algunos
email que me pesaban toneladas. He llegado al portal de la Consejera a las 10,30
para tener tiempo de pensar y asimilar, de romper ataduras e intentar volar alto,
muy alto. Siempre que estoy en una situación difícil, procuro escuchar muy en
mis adentros La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinski. Lo llevo
haciendo desde mis 18 años, aproximadamente, y rara vez no ha surtido un efecto
constructivo y positivo.
Hoy, al principio la Sinfonía-ballet
rompía contra un ciclópeo muro, enorme y de extrema dureza. Poco a poco, ha ido
cediendo, hasta romper sin obstáculos las compuertas: una gran catarata de vida
me ha inundado el alma. Ha sido algo casi físico. La música de esta Sinfonía,
asincrónica, salvaje, me sumerge en la tierra originaria, en la fuerza y la
belleza de la naturaleza, en mí mismo, desnudo, pendiente exclusivamente de mi
libertad y mi decisión. Stravinski describe en La Consagración de la Primavera
la historia mítica rusa del sacrificio de una doncella al comienzo de la
primavera, pues debe bailar y danzar entre el frenesí de la tribu hasta su
muerte. Como cada ser humano, que debe apurar la vida en plenitud, como una
fiesta, sin temor a la muerte ni a nada.
Stravinski y su Consagración de la
Primavera me llevan de la mano hasta Nietzsche, su voluntad de poder, su afán
de superación hasta la extenuación, su anuncio de un nuevo ser humano en
absoluta libertad y conexión con la naturaleza. Cada vez que en COU y después 2º de Bachillerato me tocaba explicar a
Nietzsche, observaba que algunos alumnos se sonreían, viendo quizá a su
profesor de filosofía hablando apasionadamente de rayos, nubes, bosques,
terremotos, superhombres, leones, camellos y niños. En esos momentos, dentro de
mí resonaban los tambores de la humanidad celebrando el advenimiento de la
primavera.
Cuando Cristina ha llegado al portal de
la Consejera, yo estaba en pleno éxtasis, en plena metamorfosis. La he
saludado, diciendo: “¿Me regalas unos minutos más de silencio?”. Por supuesto,
ella ha accedido amablemente.
Durante la mañana ha venido mucha gente.
Después, me he acercado a la Plaza
Aragón, donde siguen afincados unos cuantos compañeros y compañeras de Stop
Desahucios. He saludado a much@s. He conocido a otr@s. Están allí, dignos,
haciendo frente a los monstruos de la banca. He conocido a una señora mayor,
Charo, de la que emana una luz que esponja el alma. Y a Claudia, autora de
escritos cercanos a una tierna soflama política.
He vuelto a casa renovado, fortalecido.
Hasta mañana, por supuesto.
Nota final: estaba aún solo en el portal
y ha salido la señora que ayer nos llamó maleducados. Ha cerrado el portal, me
ha mirado y me ha dado con cierta cordialidad los buenos días. Le he devuelto
esos buenos días con mucha alegría. Sí. Otro mundo es posible.
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