Hoy podría escribir el perroflauta
motorizado sobre lo que ha pensado esta mañana, mientras permanecía solo, antes
de que Marisol fuese la primera en sacarle de sus paseos mentales sobrevolando
los tejados de la ciudad. Hoy ha vuelto a contar con la compañía de Cristina
(con su cartel de Amasol; Asociación de Madres Solas) y Marisol (compañera en
tantas y tantas otras batallas). También algunas personas curiosas o
interesadas se han ido acercando para intercambiar ideas e infundir ánimos
(siempre en segunda persona del plural…).
El perroflauta dio los buenos días a una
señora que entra y sale del portal, mas la señora no se dignó responder. A
Marisol le ha salido del alma exclamar: “¡Vaya educación!”, por lo que la
señora se ha revuelto rápidamente (seguramente lo llevaba rumiando días y días)
y les ha espetado que ella tiene mucha mas educación que nosotros tres, que
estamos allí sin permiso de nadie.
El perroflauta los vio llegar cuando ya
estaban muy encima. No sabe si les llamó algún inquilino del portal o la pareja
de policías que minutos antes había pasado por allí. Todos uniformados,
descendían de dos furgones de la policía nacional e iban quedando en grupos de
dos o tres a medida que la pareja llegó hasta allí. Contó ocho o nueve policías
fuera de los furgones. Al perroflauta motorizado ya le resulta bastante
familiar y conocido: identificación y conversación previa y posterior con un
agente bastante educado, mientras el otro va tomando nota en silencio de todo.
Algunos curiosos no salían de su asombro. Tanta policía para tres personas que
mostraban sendos carteles: el perroflauta sonreía por no llorar, pues el
cutrerío de su país se le caía encima a cada segundo que pasaba.
Al parecer, la policía había recibido la
notificación de que delante del portal de la Consejera se estaba produciendo
“un tumulto”. En realidad, por reseñar el momento más tumultuoso, además de
tres personas con carteles, había dos personas más hablando con Cristina, y una
o dos más con Marisol y el perroflauta. Desconozco qué pudieron sentir aquellos
policías al llegar y ver el panorama, pero seguramente sería algo bastante
cercano al ridículo.
El perroflauta da cuenta solo de lo que
él dijo a aquellos policías: a pesar de que fue conminado a irse de allí de
inmediato, afirmó rotundamente que ni se iba ni pensaba irse de allí. A la
cuestión de que estaba en la casa de la Consejera, declaró que aquel trozo de
calle no era de la Consejera ni de nadie. Comunicó que volvería cada mañana de
cada día del año, ocurriera lo que ocurriese. Recordó a los policías que esa
misma escena había sucedido ya en repetidas ocasiones con compañeros suyos,
uniformados o de paisano. Tres o cuatro policías, unos metros más atrás,
estaban llamando seguramente pidiendo instrucciones, por lo que el perroflauta
les recordó que en cada una de esas ocasiones habían solicitado sus compañeros
igualmente instrucciones (en una ocasión, uno le dijo al otro, tras llamar:
“Venga, todo resuelto, ya sabían quién es”).
El perroflauta les explicó por qué estaba
allí, y que seguramente ellos y muchos de los que habían viajado hasta allí en
esos dos furgones policiales tienen hijos e hijas que van o pronto irán a la
escuela. Su reacción siempre es la misma: reconocen estar personalmente con las
reivindicaciones y las denuncias exhibidas en los carteles, pero su obligación
como agentes es la que es. El perroflauta los entiende bien. Precisamente por
eso no le gustaría nunca ser policía.
Y se fueron al cabo de un buen rato.
Y el perroflauta se fue a comer con su
amiga Teresa, que se va de vacaciones en busca del frescor del norte.
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