Publicado hoy en El Periódico de Aragón
En unas pocas horas una mujer se ha
hecho famosa en Estados Unidos. Y no por un escándalo sexual o un descomunal
pelotazo, sino por su imbatible coherencia con unas ideas, con unos
valores. Su nombre es Wendy Davis, es senadora demócrata en
el Estado de Texas, y durante unos cuantos años había vivido con su hija en una
caravana, siempre con el sobresalto de si aquel día le cortarían la luz o el
teléfono por falta de pago.
En Texas, además de haber mucho
dinero y petróleo, manda el ala más conservadora del partido republicano. Hace
poco más de una semana, el partido republicano había propuesto una ley en la
que se imponían unas condiciones draconianas a la interrupción del embarazo y
el cierre efectivo de la mayoría de las clínicas abortivas en el Estado texano.
Ahora bien, la ley no podía salir adelante si la votación no acontecía antes de
la medianoche de aquel mismo día. Y entonces Wendy Davis, contraria a la ley y
a la merma de derechos y libertades que esa ley representaba para la mujer,
recreó un filibustero plan para que no llegara a producirse dicha votación, que ya había hecho efectivo James Stewart en el film Mr. Smith goes to Washington (1940; en
España, Caballero sin espada), donde
un joven senador pronuncia un maratoniano y filibustero discurso en el Senado a
favor de la democracia y en contra de la corrupción.
Wendy Smith vino a hacer algo muy
parecido hace unos días. Cuando tomó la palabra, tenía once horas por delante
hasta que el reloj marcase un segundo más de la medianoche. Durante esas once
horas, Wendy no pudo comer, ni ir al baño, ni descansar un solo minuto,
teniendo que hablar sin parar, a pesar de la ronquera que iba apoderándose de
su garganta. Y consiguió su objetivo, quedando así en agua de borrajas una de
las leyes más restrictivas del aborto del país. Wendy se hizo famosa en pocas
horas, apareció como primera noticia en todos los telediarios y en la prensa, e
incluso el presidente Obama la
felicitó en un tuit que fue rebotando después por los cuatro costados de la
nación.
Sin embargo, el caso de Wendy Davis
es solo una excepción (magnífica, pero excepcional) que confirma una lamentable
regla, pues conozco a muy pocas personas dedicada a los asuntos públicos que se
haya salido alguna vez de los cauces reglamentarios y de las normas
establecidas en y por el propio sistema, ya que resulta muy difícil efectuar,
por ejemplo, una acción de enfrentamiento activo en contra del sistema (local,
autonómico, nacional o europeo) si las expectativas fundamentales a medio y
largo plazo son “por sistema” sacar mejores resultados en las próximas
elecciones.
No era la primera vez que Wendy
Davis empleaba ese método para obstruir leyes que, en su conciencia, eran
injustas. De hecho, dos años antes, impidió de la misma forma filibustera un
recorte grave en el presupuesto educativo destinado a las escuelas públicas en
Texas. Lo mismo que aquí, vamos. Sin salir de Aragón, los políticos más progres
del lugar tragan lo que haga falta (por ejemplo, cruces y libros sagrados mientras
toman posesión de sus cargos, o el crucifijo de Belloch presidiendo cada pleno
municipal zaragozano), a pesar de sus públicas y filibusteras (también eso es
filibusterismo) proclamas en pro del laicismo.
Mientras escribo este artículo, Nelson Mandela sigue luchando entre la vida y la muerte. Lucha por
prolongar una vida en la que 27 años
estuvo en la cárcel, condenado a cadena perpetua. Una persona para la que
dedicarse a la vida publica conlleva necesariamente arriesgar incondicionalmente su tranquilidad
y su bienestar más elementales, pues el
poder no pacta ni perdona. No otra cosa hicieron Mahatma Gandhi, Henri David
Thoreau o Martin Luther King (repásese sus biografías). Fueron líderes
verdaderos y arrastraron a todo un pueblo a causas que hablaban de libertad y
de derechos, en franca oposición al poder opresor. Ojalá hubiese también en
España y Europa dirigentes rebeldes, enfrentados al poder que priva de trabajo,
vivienda, escuela digna y sanidad de calidad, codo con codo con el pueblo, más allá
de los discursos y las palabras. Lamentablemente, carecemos de ellos.
Esta sociedad está enferma.
Enferma de nada. Con muy escasas excepciones, la gente, incluida la clase
política, no se da cuenta o no quiere enterarse de lo que está pasando, de lo que
les está pasando. Llegan las vacaciones veraniegas. Se cierran parlamentos y
gobiernos. No ocurre nada. No pasa nada. Nada de nada. La enfermedad de la nada
–otra Historia Interminable, de M. Ende-
se convierte en algo normal en nuestra sociedad. Pozo ciego de nada. “La nada
nadea” (Das Nichts nichtet), escribió
Heidegger. En España nadeamos, nos
hundimos en la nada, cada vez más, pero como no pasa nada, entonces no hay nada
que temer.
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