martes, 23 de julio de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 38


Todas las mañanas, el primer hombre que saluda al perroflauta en la calle Alfonso I de Zaragoza es el encargado de la limpieza de esa vía peatonal, la calle por antonomasia de la ciudad. Hoy el perroflauta ha querido hacerse una foto con él, pero ha recibido la negativa nerviosa por parte del encargado de la limpieza. El perroflauta ha visto miedo en su cara, sobre todo en sus ojos. El perroflauta lo comprende bien. La gente es víctima del virus del miedo y de la desconfianza. (¿Y si se enteran de la foto? ¿Y si me sancionan? ¿Y si me echan? ¿Y si me quedo sin trabajo por dejarme embaucar por este hombre motorizado que a veces he visto rodeado de policías?......). La cara de ese encargado de la limpieza se parecía mucho a la cara de much@s viandantes que pasean cada mañana por allí. Esto es lo que principalmente quiere reseñar el perroflauta. Y lo hace triste, pensando que seguramente ese hombre tiene hijos en la escuela y que le gustaría hacerse esa foto y enseñar esa foto. El perroflauta quisiera darle un abrazo, pero no lo hace, porque ya no se dan abrazos y además sería otra forma de poner en evidencia al hombre que deja tan limpia la calle Alfonso I.
Estamos ya demasiado habituados (incluso casi programados) para esperar que las soluciones vengan llovidas del cielo, sin movernos para no hacernos notar en la foto, sin tener que hacer nada o muy poco por nuestra parte. F. Nietzsche, en cambio, dejó escrita en su obra más conocida Así hablaba Zaratustra una frase memorable, que describe y rechaza este estado de cosas anímico: “¡Si queréis subir a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros”.
 Nietzsche indica el único camino que conduce a la meta: andar cada un@ por sí mism@, sin descargar la propia responsabilidad sobre otras personas, renunciar a los cantos de sirena de algunas personas supuestamente dispuestas y dedicadas a llevarnos sobre sus espaldas; es decir, alienándonos de nuestra propia libertad y de nuestra propia conciencia, hasta conseguir que seamos primordialmente consumidores compulsivos, súbditos que dormitan en una siesta perpetua, encargados de la limpieza de una calle dispuestos a tragar carros y carretas con tal de conservar un trabajo precario y mal pagado, ciudadanos que no han superado aún su etapa más inmadura e infantil, que temen ser castigados sin haber hecho nada y esperan, a cambio, que lo que puedan recibir sea un regalo de otros, que se preocupan de su supuesto bienestar, a cambio de sus señas de identidad más fundamentales como seres humanos: su libertad y su autonomía (=su capacidad para regirse por sí mismo y decidir siempre y responsablemente por sí mismos).
El perroflauta no puede andar, ni por sí mismo ni de otra manera. Por eso va motorizado. También por eso ha aprendido a volar. El perroflauta vuela cada mañana al son de músicas maravillosas y coloridos de ensueño. Cuando recibe el auxilio de un hombro amigo, la persona que le presta ayuda se transforma en una prolongación de sí mismo. Y entonces  vuelan los dos, el perroflauta y el otro, aunque este no lo note.
El perroflauta quiere subir a lo alto a pesar de las dificultades y sus limitaciones. Su silla motorizada son sus piernas, su perro y su flauta. No lo lleva nadie hasta arriba, ni necesita espaldas y cabezas donde sentarse. Sube y sube sin despegarse cada mañana del portal de la Consejera.  Ese portal es su trampolín. Ese portal es su mano tendida para que tú y tú y tú y tú (también el encargado de la limpieza de la calle Alfonso I de Zaragoza) voléis juntos con el perroflauta sin despegaros cada mañana de ese portal de la calle Alfonso I de Zaragoza.
Hasta mañana.


1 comentario:

  1. Una simple chispa puede incendiar toda una pradera. Ánimo...

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